Martín Vizcarra y Pedro Olaechea ya han coincidido en evento protocolares de estado. (Foto: Rolly Reyna)
Martín Vizcarra y Pedro Olaechea ya han coincidido en evento protocolares de estado. (Foto: Rolly Reyna)
Erick Sablich Carpio

Las condiciones para propiciar un diálogo constructivo entre el Ejecutivo y la mayoría parlamentaria en torno al proyecto de adelanto de elecciones son sumamente complejas.

Se parte de una relación desgastada y de desconfianza mutua entre dos poderes del Estado en los que ha primado la confrontación y el ataque antes que la discrepancia civilizada desde los inicios de este gobierno (en opinión de esta columna, principalmente por responsabilidad de Fuerza Popular). Una en la que cada parte –ciertamente con suspicacias que no carecen de asidero– cree que la otra pretende vacarla o disolverla, según corresponda.

En cuanto al fondo del asunto, las posiciones no podrían parecer más irreconciliables. El presidente ha repetido reiteradamente que su gobierno no renunciará a lo que curiosamente denomina una “propuesta” y desde el Congreso los llamados a respetar los plazos constitucionales por parte de su titular, , son fuertes indicativos de la voluntad de la mayoría congresal.

El tono de ambos en días recientes, más allá de intentos posteriores de contemporizar en un caso, tampoco ha sido el adecuado. Vizcarra enrostra a los congresistas que “pueden dilatar hasta donde les permitan los procedimientos, pero la primera semana de setiembre se tiene que tocar el tema del adelanto de elecciones” mientras que Olaechea lo invoca “a rectificar públicamente las expresiones que se escucharon en los audios” (sobre el proyecto Tía María) y a gobernar sin “miedo”.

Qué se puede acordar partiendo de posiciones tan lejanas y con tanta desconfianza de por medio es una incógnita; sin duda hay más espacio para el escepticismo que el optimismo. Pero dado el actual clima de incertidumbre, cualquier intento bien intencionado entre los presidentes del Ejecutivo y Legislativo para sentarse a conversar no solo es bienvenido, sino absolutamente necesario.

En esta medida, si Vizcarra y Olaechea realmente quieren crear un mínimo de confianza y dialogar de buena fe, lo que puede sonar ingenuo pero exigen las circunstancias, es esencial que primero apaguen las voces de ambos bandos que solo contribuyen a atizar el fuego.

Desde el Ejecutivo, representadas habitualmente por los ministros de Justicia, Vicente Zeballos (quien ayer calificó de “impertinente” el pedido de opinión que Olaechea formuló a la Comisión Europea para la Democracia y quien blande la amenaza de la disolución del Congreso con una periodicidad casi semanal), y de la Mujer, Gloria Montenegro (quien sostuvo que el adelanto electoral “no es negociable ni conversable” y al mismo tiempo el único tema de conversación factible entre Vizcarra y Olaechea). Por el lado del Parlamento, normalmente personificadas por congresistas del ala dura del fujimorismo como la vocera Milagros Salazar (que el domingo en la noche exhibía amenazante en “Cuarto poder” un ‘file’ sobre supuestos cuestionamientos a la gestión de Vizcarra en Moquegua), o decisiones colegiadas como la de citar al hermano del jefe del Estado a la Comisión de Fiscalización para interrogarlo por los contratos de la empresa de ambos con Conirsa.

Quien no entienda que la confrontación ha agotado sus límites no debería ser partícipe de las frágiles negociaciones que pretenden resolverla.