Antes de ser ministro, Alfaro trabajó en la reforma de la educación superior técnica y en el sistema de certificación de calidad de las universidades. (Foto: Giovanni Tazza/El Comercio)
Antes de ser ministro, Alfaro trabajó en la reforma de la educación superior técnica y en el sistema de certificación de calidad de las universidades. (Foto: Giovanni Tazza/El Comercio)
Fernando Vivas

Sus ojos se encienden y la calva precoz (tiene 39) relumbra cuando habla de su primera experiencia docente. La tuvo de niño, cuando asistía a su mamá Estela Paredes en los talleres de circo de La Tarumba, dándole confianza a los mocosos inseguros que no entendían de qué iba la cosa. Estela y su segundo esposo, Fernando Zevallos, fundaron ese circo hipster, por contraste con las carpas tradicionales de payasos y perritos amaestrados.

¿Tu mamá te enseñó a caminar por la cuerda floja? “No, eso es muy difícil. A caminar en zancos sí. Aún ahora lo puedo hacer. Para un muchacho, montarse en unos palos es una visión muy retadora de sí mismo”. ¿Y el señor Alfaro a qué se dedica? “Es empresario de alimentos y bebidas, ahora vive en Bolivia. Mis padres se separaron cuando yo tenía un año [...]. Fue una niñez muy linda, La Tarumba empezó en las plazas. La vena [docente] la tengo porque cuando entré a la universidad me volví profesor de ‘pres’ [academias preuniversitarias]”.

Daniel Alfaro no se hizo malabarista ni artista ni filósofo –“Pero lo pensé”, dice–, sino economista. “Era bueno en los números y me gustaban las ciencias sociales. Esa es la racionalización que hice. Mi padre es empresario y valoraba esa lógica en mi identidad, y tenía la vena artística. [...] Siempre la marea me trajo a la misma costa, enseñando y haciendo investigación social. Eso rápidamente me llevó al Estado”.

Su primera chamba pública fue la de secretario técnico del Plan Nacional de Turismo, en el Mincetur. “Un reto magnífico porque recorrí todo el Perú”, dice contento. Le replico, envidioso, que si antes visitó maravillas del Perú ahora visitará algunas miserias del país. No tenía que decírselo. Ya le pasó: su primer viaje de ministro fue a Chincha, a mostrar su consternación ante el caso de la niña de 3 años violada en un colegio.

Daniel se pone muy pero muy técnico cuando habla de educación. Antes de ser ministro trabajó en la reforma de la educación superior técnica y en el sistema de certificación de calidad de las universidades. Sigue siendo técnico cuando liga su vida a todo eso. Lo suyo, como lo de ustedes y lo mío, cuando de educación hablamos, son, en el discurso de nuestro ministro, “largas trayectorias de vida en un marco nacional de cualificaciones”. Trataré de sacarlo del marco y del cuadro.

—Salvemos a los ‘nini’—
Quiero saber algo que no es nada técnico: si la llamada del despacho del presidente dos días antes de la juramentación –señal inequívoca de para qué lo querían– lo asustó. Luego de todo lo que pasó en esa cartera, es una invitación para pensarlo, ¿no?: “Para ser sincero, cuando estás en el bolo y tu nombre empieza a sonar te pones a pensarlo. Y cuando te llaman, ya estás seguro a qué vas. Para un funcionario es un halago y un honor”.

Su reto es inmenso, le digo, porque el presidente tiene una fijación con el tema. Fue el motor de su épica moqueguana. “Me lo ha dicho, claro que sí, que la educación será uno de los pilares de su gestión [...]. Mi cartera es la que tiene más presupuesto, US$14 mil millones, alrededor de 17,6% de todo el presupuesto y 3,8% del PBI. Once mil es gasto corriente [básicamente, salarios de profesores] y tres mil es gasto de capital. Eso me da una responsabilidad ante el Gobierno”. Aumentar esas cifras no es tan simple y tampoco resolvería la gran brecha de US$100 mil millones en infraestructura. Si se gasta tres mil al año, tomaría 33 años cerrarla. Daniel me explica, en lenguaje de economista, cómo acortar brecha y tiempo. Mejor le pregunto algo más fácil de entender: Vizcarra dijo, entrevistado por Andrés Oppenheimer, que leyó que los países que más se desarrollaron gracias a la educación lo hicieron aumentando las horas de clases, y que él hizo lo mismo en Moquegua. Es seguro que le va a pedir lo mismo a Daniel, pero no es tan simple como creen. “Sí creo que más horas permiten un desarrollo escolar. Pero pasar de JER [jornada escolar regular de 8 a 1] a JEC [jornada escolar completa de 8 a 3] implica más presupuesto, pues muchos colegios ya no podrían tener turno de tarde. Se pagarían más salarios, más alimentación. De hecho, Qali Warma va a cubrir los almuerzos en colegios que ya tienen JEC”.

Tampoco es simple resolver huelgas, aunque Daniel cuenta que ya se reunió con dirigentes del magisterio, incluyendo al Sutep y al Suter Cusco, región donde empezó en el 2017 el conflicto que se trajo abajo a su colega Marilú Martens. Y tampoco es simple vérselas con el movimiento #ConMisHijosNoTeMetas. Hablemos de eso. ¿Cómo evitar que el enfoque de género se convierta en ideología de género?: “Esta discusión ya tomó un camino institucional a raíz de que el colectivo Padres en Acción sometió una acción popular al Poder Judicial y el Minedu se defendió [...]. Una sala resolvió, los dos apelamos, toca escuchar al PJ”.

El truco de “como lo ve la corte no debo decir nada” ya lo conocemos, así que lo provoco de otra forma: la Constitución dice que los padres tienen el “derecho [...] de participar en el proceso educativo” (artículo 13). ¿Cómo entiendes eso? “La sala exhortó a mejorar los canales de participación ciudadana y eso estamos haciendo. El CNE [Consejo Nacional de Educación] tiene un foro interesante de participación ciudadana”. ¿Y si hay padres que entienden eso como un derecho a entrar a los salones de clase a vetar lo que digan los profesores? “El colegio tiene reglas que el padre conoce cuando matricula a su hijo. Por supuesto, los padres pueden hablar con los profesores y ser informados si tienen dudas”.

La reforma universitaria le preocupa particularmente porque trabajó en ella: “No hay una reforma que vaya tranquilita y todo el mundo le tire flores al andar; tiene sus altibajos. Pero Sunedu ha comenzado a dar licencias fuertemente y hay mejor actitud de las universidades”. A propósito de la educación superior, le hago una pregunta a nombre de los que sentimos que este no es nuestro mundo cuando por ley se exigen grados que cualquiera no tiene. Y esto para no hablar de los ‘nini’ (ni estudian ni trabajan, en la jerga del Minedu). ¿No corremos el riesgo de sobrevalorar el cartón en desmedro de la experiencia y del talento propio? “Tienes razón, creo que como sociedad vamos a tener que repensar cómo se construyen las habilidades de las personas. Por ahora, estamos revalorando la educación técnica de tres años, queremos aprendizajes a lo largo de la vida. Ese es el gorro de lo que quiero implementar en mi gestión”.