No es posible cuantificar qué tanto hay detrás de cada caso de éxito. La propia naturaleza de las experiencias lo impide. No hay linealidad ni mucho menos un veredicto, solo la satisfacción de haber cruzado una línea de meta imaginaria. Pese a ello, si aun así emprendiéramos la ilusoria tarea de clasificar vivencias, concluiríamos en que las historias de triunfo norteñas —aunque distintas— tienen un ingrediente identitario que las hace parecidas, reconocibles y hasta familiares: en Chiclayo cumplir los sueños cuesta casi siempre el doble de esfuerzo.

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