Este periodista creció viendo a Jean Claude Van Damme metiéndose en la piel de un bombero retirado que, de ser mirado por encima del hombro en todo momento, pasó a salvar a un estadio repleto de público que era acechado por un terrorista que amenazaba con hacerlo pedazos con varias bombas colocadas estratégicamente. ‘Muerte Súbita’ (1995) llevó por nombre aquella película que gran parte de la crítica vapuleó despiadadamente, pero, para los amantes de los thrillers de acción, fue devorar un banquete lleno de balas, peleas cuerpo a cuerpo y una buena dosis de tensión.
Y, ‘Bajocero’, la reciente película española que viene cautivando a los usuarios de Netflix, salvando las diferencias y distancias, tiene un símil en cuanto a la adrenalina que nos transmite y al papel que desempeña el protagonista : en el caso de la producción cinematográfica española, dentro de la trama, este último es minimizado y ridiculizado por su poca experiencia en cuanto a traslado de carcelarios hasta por su propio compañero del cuerpo policial.
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¿Y por qué no? También está salpicado un tanto de los clásicos personajes retratados por Clint Eastwood: el buen tipo por el que nadie da un centavo, que convive con una lucha interna intentando combatir a sus demonios y, finalmente, termina convirtiéndose en el gran héroe de la jornada.
Por esa razón, el film dirigido por Lluís Quílez termina siendo un buen homenaje a aquellas viejas cintas de acción. Si hacemos un ejercicio mental, estamos seguros que hasta el mismísimo Liam Neeson hubiera calzado a la perfección en los zapatos del actor español Javier Gutiérrez, quien se hace cargo del papel principal de este relato y que lo termina haciendo más que bien.
Si usted es de aquellos que solo aspira a sentarse en el sofá, busca pasar un buen rato con una historia entretenida y dejarse llevar por lo que le está viendo, aunque por ratos resulte algo inverosímil lo que le están contando, seguramente, al aparecer los créditos, terminará con una sonrisa de oreja a oreja.
‘Bajocero’ es un gran ejemplo que ser un largometraje ‘palomero’ no tiene absolutamente nada de malo, y que tampoco esto es excusa para entregar cualquier chorrada al público. Al fin y al cabo, el cine es eso: pasarla bien, entretenerse, disfrutar y, sobre todo, sentir. A continuación, repasamos tres razones por las que deberías ver lo más reciente del cine español.
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Nos da lo que promete
‘Bajocero’ nos lleva de frente a lo que venimos a ver. Nos regala un round como para que vayamos midiendo lo que nos quiere contar y, luego, no dejan de llegar golpe tras golpe de emociones. Fueron suficientes quince minutos de metraje para ir a lo nuestro: un camión blindado lleno de peligrosos criminales transitando en medio de una noche fría y con tanta neblina que no se puede ver la carretera. Con esto, ya teníamos la certeza de que algo raro iba a pasar en cualquier momento. Una muestra que lo previsible no siempre termina arrancando bostezos.
Para los amantes de los thrillers relacionados a prisioneros, fugas y motines, por más que no se presente algo muy innovador, lo ofrecido termina poniendo sobre la mesa lo que mostraba la carta. No habrá que esperar mucho para empezar a presenciar escenas de acción muy bien rodadas, persecuciones en carro bien trabajadas y una atmósfera con la cuota necesaria de pólvora y suspenso.
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Tráiler de ‘Bajocero’ en Netflix
Personajes que no están solo porque tienen que estar
Tenemos a Mihai (Florín Opritescu), un rumano de imponente corpulencia física y que es parte de una poderosa mafia criminal, a Pardo (Miquel Gelabert), un recluso de la tercera edad y el menos agresivo del grupo, y a Nano (Patrick Criado), un jovencito que parece ser el menos peligroso que sus compañeros de celda, pero la cinta luego nos revela su frialdad para cometer actos inhumanos y no tener la mínima pizca de arrepentimiento y vergüenza.
El guion le da voz y voto a todos. Aunque estos personajes no terminan desarrollándose del todo, basta con lo que nos va contando la historia para ir identificando las características que los definen y las razones por las que se encuentran tras las rejas. Nos cuentan lo que necesitamos saber y ninguno de los personajes secundarios termina siendo opacado o es dejado de lado. Todos, en algún momento, nos terminan cayendo mal o nos arrancan una sonrisa, pero ninguno se va sin transmitir algo.
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Un crítica social durísima
En un mundo cada vez más violento y lleno de situaciones que causan impotencia, ¿quién no ha sido presa alguna vez de esa sensación de querer hacer justicia con sus propias manos? Y es así como se siente el antagonista de la historia, Miguel, quien es interpretado de la mejor manera por Karra Elejalde. Él está lleno de rabia y solo busca venganza contra quien no solo violó a su hija, sino que, además, fue capaz de esconder su cuerpo y nunca confesar donde yacía.
Es difícil no compartir la indignación de este padre de familia que busca resolver, con una escopeta bajo el brazo lo que, en un mundo ideal, es trabajo exclusivo del Poder Judicial y de la Policía. Y, al verse de manos atadas, se deja llevar por un odio justificado, o al menos él lo siente así. Una vez terminada la película es imposible no hacerse todo tipo de preguntas.
¿En verdad Miguel era el villano o fue víctima de un sistema incapaz de hacer pagar a los responsables? ¿Acaso no todos nos sentimos un poco como Miguel al ver los noticieros cada noche? ¿Qué seríamos capaces de hacer si viviéramos lo mismo por lo que pasó Miguel? Seguramente más de uno no lo diría, pero se sorprendería al aceptar lo fácil que es perder la cordura en ese tipo de situaciones límites y trágicas.
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Y la escena final es, sin duda, un mensaje claro que, hasta Martín, quien se mostraba como alguien de conducta intachable, fiel a sus principios y que buscaba hacer ajusticiar sin basarse en la ley del talión, termina sucumbiendo: no la piensa dos veces para disparar a quemarropa y volarle la mano derecha a Nano.
Es verdad que la película peca de inverosímil en cuanto a algunas cuestiones que nos va contando la trama. Es poco creíble que un blindado repleto de carcelarios de máxima peligrosidad esté siendo trasladado y resguardado solo por dos guardias y un par de carros de policía. O que los protagonistas hayan estado al borde de la hipotermia, luego de hundirse en aguas con una temperatura bajo cero y, minutos después, no muestren el más mínimo rezago.
Sin embargo, el último acto compensa todo. No hay nada más real que sentir la indignación de alguien que se siente abandonado y pisoteado por un sistema injusto y violento.
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