El último martes, más de 120 alumnas del colegio Santa Magdalena Sofía de Chiclayo fueron llevadas de emergencia a un centro de salud tras sufrir un aparente cuadro de “histeria colectiva”. Según informó Maritza Ramírez, sub-directora del centro educativo a los medios de comunicación, las menores, entre 13 y 16 años comenzaron a desmayarse de forma masiva en medio de una charla religiosa a cargo de una Diócesis de esa ciudad.
“Es un laico que ha venido con su guitarra, han estado cantando, alabando al señor, orando... lo que ha pasado es que ha estado lleno el patio y una de las chicas se ha desmayado, ha convulsionado porque tal vez tenga un problema de salud y entonces, las chicas se han asustado, han comenzado a llorar y gritar...”, ha declarado Ramírez.
Una vez asistidas por personal médico, los diagnósticos arrojaron cuadros de pánico y ansiedad y se ha descartado algún tipo de cuadro infeccioso.
Poca investigación al respecto
A pesar de su vieja existencia (data de hace más de 500 años) la “histeria colectiva”, conocida recientemente como enfermedad psicogénica de masas o enfermedad sociogénica, cuenta con investigación bastante limitada. En conversación con Jorge Yamamoto, psicólogo social y catedrático en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), este nos explica que de hecho hay un manual de diagnóstico psicológico y psiquiátrico ampliamente usado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (The American Psychiatry Association) (APA) y en este no figura una situación ocurrida como la de Chiclayo.
“Lo que se tiene son más bien estudios colaterales. La American Psychiatry Association es bastante conservadora, entonces para poder generar un diagnóstico formal se requiere mucha investigación experimental y por razones éticas no puedes hacer experimentos de este tipo y los casos son relativamente aislados. Esa es la razón por la cual no hay mucha investigación, pero lo que se especula y hay varias teorías, es que nosotros tenemos una capacidad de contagio de emociones, por ejemplo, nos vamos a un concierto y de pronto nuestros colegas de trabajo, si no nos conocen mucho nos desconocen porque gritamos, saltamos, de pronto hay un contagio masivo que proviene del cerebro humano”, sostiene.
En ese sentido, Yamamoto destaca dos tipos de enfermedad sociogénica: Una de carácter más mental, en donde la gente se disocia, es decir, como que es otra persona y en otro mundo; y la otra es la motora, en donde nos podemos paralizar físicamente.
“En algunas circunstancias se juntan las dos y estamos, por ejemplo, invocando al Espíritu Santo o a Jesucristo y hay una activación emocional muy alta, los ritmos cerebrales ya están saliendo de los patrones normales y eso hace una condición que puede favorecer estos fenómenos disociativos o de contagio motor, lo que antes se llamaba histeria, es decir, que se convierte en un brote histérico que contagia a un montón de gente y terminar reforzándose”.
“Es más frecuente en mujeres jóvenes y adolescentes”
Sobre quiénes son más propensos a este tipo de situaciones, Yamamoto, explica que pese a los pocos datos que se registran las mujeres tienden a tener esta condición con mayor facilidad, aunque no es exclusivo de ellas. “¿Cuál sería la hipótesis que podría explicar esto? Como repito la investigación es muy limitada, pero lo que podríamos hipotetizar es que en general el trastorno antiguamente llamado histérico o ahora trastorno de conversión suele ser más frecuente en mujeres. ¿Y por qué esto es así? Porque el cerebro femenino es mucho más complejo en relaciones emocionales y por lo tanto, puede ser susceptible a una mayor activación. Entonces, si juntamos esas piezas y las sometemos a una situación como la que hemos descrito, podrían entrar en una histeria colectiva con mayor facilidad”.
Al igual que las mujeres, los niños también son más susceptibles a un hecho como este ya que a diferencia de un adulto, el cual tiene un mecanismo de autorregulación en la corteza órbito frontal desarrollada, el menor todavía la está desarrollando. “Y si es que estamos hablando de niñas de unos 11 a 13 años, son más propensas aún porque su sistema límbico se está desarrollando, es decir el área de la emoción intensa. Por tanto, tiene el shock en el sistema límbico y no tiene una corteza órbito frontal desarrollada para regularla y eso generaría una mayor enfermedad sociogénica”.
¿Qué hacer en casos como estos?
La pregunta que cabe hacerse ante escenarios vividos como el de Chiclayo es ¿Qué hacer en casos como estos?. Yamamoto sostiene que, tal vez, si en el mencionado colegio hubiera habido una persona entrenada en el tema, esta habría canalizado el problema y en 10 minutos se controlaba.
“Es poco probable que haya habido un psicólogo en ese contexto y especialmente con una enfermedad que no está en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM) y por tanto, es poco probable que puede haberlo canalizado. En todo caso se fueron por lo seguro pues ante la duda consideraron que lo mejor era llevar a las alumnas al hospital pero es posible que esa no haya sido la mejor intervención”.
En todo caso, el especialista apunta que lo vivido en Chiclayo es un llamado a no jugar con las emociones extremas sin ningún contexto, menos en el contexto escolar y que desde su punto de vista sugiere debería hacerse una investigación sobre lo qué ocurrió de manera previa al evento colectivo, “porque esto tiene que ver con un tema de salud y con una movilización que no solamente ha alcanzado a los padres, sino que se ha visto reflejado a nivel nacional e incluso internacional. Se debe investigar y lo deben hacer personas especialistas”, señala.
“La recomendación es básicamente preventiva. Que esta sea una oportunidad para que los líderes, en todos los ámbitos, no jueguen con las emociones intensas porque este mismo juego es el que está presente en sectas que pueden terminar en muertes masivas o en episodios violentos. Y en cuanto al manejo, eso es aún más especulativo porque hay que tener en cuenta todas las variables, pero basado en los casos de agrupaciones religiosas más pequeñas con un público más especializado, se recomienda no cortar la inducción que están haciendo sino ir bajando el tono gradualmente. Por ejemplo, si estamos en un rave y se corta la música de manera repentina, la gente seguirá en el mismo estado pero si se hace de manera gradual, quizás poniéndoles un Chill out, la gente, poco a poco, irá calmándose. En resumen, hipotéticamente lo que podríamos hacer es buscar no perder el control de la situación, sino canalizarla para una baja de la de los ritmos cerebrales que están detrás de todo este proceso”, finaliza el especialista.
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