Imagen referencial de un hombre en actitud pensativa | Foto: Pixabay
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Agencia DPA

Con una mano en el corazón: ¿en qué piensa cuando recuerda su época escolar? ¿En buenas notas y docentes amables y comprensivos? ¿O más bien en momentos embarazosos, comentarios mordaces o pausas solitarias en el patio?

“Muchos de nosotros hicimos estas experiencias”, dice la psicóloga social Mira Mühlenhof, de Hannover, , quien escribió un libro con el que busca demostrar cómo puede mejorar la vida si uno reconoce el “trauma escolar” y lo suelta, lo deja ir y lo supera.

Por supuesto que no en todos los casos lleva a problemas más adelante el hecho de que el niño haya quedado siempre último en los cálculos mentales o la selección de equipos. En algunos casos, sin embargo, las consecuencias de esas experiencias llegan hasta la edad adulta. “Pueden ser el origen de bloqueos o de problemas como miedo escénico, miedo a presentarse o complejos de inferioridad”, señala Mühlenhof.

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A veces, para eso solo basta con una única situación. Por ejemplo, un clásico es que el maestro lo llama a uno al frente, uno tiene una laguna y toda la clase se ríe. “Este tipo de situación está muy cargada de sentimientos negativos y prácticamente queda almacenada en el cuerpo”, explica.

La especialista ve en sus asesorías todo tipo de manifestaciones diferentes: muchas se basan en el miedo a quedar fuera del grupo, otros clientes padecen de sumisión a la autoridad y temen calificaciones o desvalorizaciones.

La buena noticia es que existe la posibilidad de hacer algo en contra. “Un primer paso es la reflexión”, dice Mühlenhof. Es decir, detenerse y pensar por uno mismo a qué se remontan los problemas actuales.

En su libro, la especialista da consejos: por ejemplo, hablar con otros sobre las experiencias, evitar lugares y personas que a uno no le hacen bien, establecer rutinas y rituales que dan fortaleza y estructura. Otro consejo: reconocer los propios límites y aceptar ayuda.

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Algunas experiencias escolares ingratas pueden marcar inconscientemente la vida adulta, generando bloqueos, miedo escénico o complejos de inferioridad. (Foto: Jens Kalaene/dpa)
Algunas experiencias escolares ingratas pueden marcar inconscientemente la vida adulta, generando bloqueos, miedo escénico o complejos de inferioridad. (Foto: Jens Kalaene/dpa)
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Procesar lo negativo, sacar a la luz lo oculto

Pero no siempre tiene que ser un sentimiento de desamparo, vergüenza o miedo lo que tenga efectos en la vida laboral. “Una cosa son las valoraciones negativas que dirigen nuestro pensamiento y comportamiento”, dice Ragnhild Struss, asesora de carrera profesional y psicóloga laboral.

Otra son determinados talentos, cualidades e intereses que uno tuvo de niño, pero que cayeron en el olvido”. Y que ni siquiera salieron a la luz porque no había notas o estructura de evaluación para ellos, precisa.

Por ejemplo, capacidades sociales desarrolladas o espontaneidad. “Quien en la escuela haya experimentado que siempre existe lo ‘correcto’ y lo ‘equivocado’ y haya sido reprendido cuando una respuesta no se correspondía con la idea del docente, perderá la costumbre de ser espontáneo y expresar libremente lo que le ocurre”, dice Struss.

Eso puede ir tan lejos que luego, como adulto, uno no tenga el valor en un trabajo de aportar sus propias ideas en procesos de brainstorming, de tomar la iniciativa o de representar con seguridad una opinión.

También los prejuicios generales y las atribuciones personales pueden marcar la imagen que uno tiene de sí mismo e influir en el desarrollo posterior. Quien siempre fue “bueno en matemáticas”, lógicamente debe ser ingeniero, y un hijo de médico, también médico.

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Estas experiencias tempranas pueden llevar a que las atribuciones ya ni se cuestionen, sino que uno asuma lo que le fue atribuido”, apunta la psicóloga laboral. Así, uno desaprende el escucharse a sí mismo y a confiar en la voz propia.

Quien no reflexiona sobre las atribuciones de la edad escolar, quizá se limita a sí mismo: “Estas impiden el libre desarrollo de una imagen propia de sí mismo y de la flexibilidad”, dice Struss. Y pueden inhibir y hacer que uno se comporte de la manera en que los demás esperan que lo haga, “en vez de tratar de cumplir sus sueños y hacer realidad los planes para los cuales uno tiene el potencial”.

También las experiencias positivas pueden ser determinantes

En sus asesorías, Ragnhild Struss intenta recuperar recursos olvidados y motivar a sus clientes a recordar fortalezas y potenciales que quedaron ocultos. Lo importante es tomar consciencia de que las dificultades actuales no tienen por qué durar para toda la vida. “Uno tiene que tener en claro que uno puede probar hoy nuevos modelos de comportamiento porque es adulto”, subraya.

La asesora recomienda dirigir la mirada a lo que fue positivo. “Siempre hay un maestro, una maestra que vieron algo en uno. Esa persona de referencia, que reconoció el potencial y la personalidad y nos impulsó y alentó”.

Esa persona que uno quería emular, que le hacía creer a uno en el potencial propio y que fortalecía la autoestima. Reconocer eso aporta consuelo: porque no solo las experiencias negativas pueden ser determinantes para la vida laboral, sino también las positivas.