Debe haber sido en mayo del 93, antes de la Copa América de Ecuador, cuando le pregunté a Vladimir Popovic, por entonces seleccionado nacional, qué jugadores veía como potenciales técnicos a futuro, ya sea por su análisis del juego o por su claro liderazgo. Al obvio caso de Chemo del Solar, figura en ese momento en el Tenerife, el serbio sumó el apellido de un jugador al que le dio la cinta de capitán: “Reynoso. Él también podría. Los demás lo siguen”.
La noticia de que Reynoso será técnico de Cruz Azul de México es quizá la noticia más importante de los últimos tiempos en el mercado de entrenadores peruanos. A duras penas exportamos jugadores, pero ¿directores técnicos? Poco o nada. Y casi nunca llegan esos pocos a un lugar estelar, como lo es un grande mexicano. Juan construyó el nombramiento en su pasado de “hombre de la casa” -fue el último capitán campeón en aquel Cruz Azul del 97-, pero también en un presente como entrenador de un Puebla al que metió a una liguilla tras 5 años.
Detrás de sus méritos indiscutibles habita un personaje seriote, pero nada promedio, capaz de hacer grandes grupos desde su manejo, pero también de levantar banderas públicas ante rivales, a veces concretos y a veces imaginarios. “Como técnico, Reynoso siempre tiene 3 enemigos”, me decía uno de los periodistas que más lo ha seguido. Y lo explica: “Fíjate cuando pierde: sus rivales son el árbitro, la prensa y, después, el rival de turno. Para su grupo, todo, para los de afuera, nada”.
Ese andar prevenido y esa desconfianza hacia lo externo tienen, en mi opinión, mucho que ver con su propia historia. Juan nació al fútbol en los años 80 y se desarrolló desde las desventajas de ser seleccionado peruano en los 90. Reynoso es hijo de aquella infamante década en la que las críticas eran exageradas, las pullas cada vez más crueles y los pedidos desproporcionados. ¡Perú tiene que ir al Mundial! exigían los tabloides. Faltaría preguntarles: ¿por qué? A Juan lo comparaban con Chumpi y no le daba. A Jayo con Velásquez y no alcanzaba y hasta el Chorri, nuestro héroe, era mejor tratado pero nunca sería Cubillas. La prensa en su estado más hiriente golpeaba desde lo deportivo y también desde lo personal, invadiendo espacios privados de los seleccionados y separando a su líder, Reynoso, de los periodistas para siempre.
Dicha rabia incubada como jugador a “los de afuera” explosionó en su etapa de técnico. En ese sentido, más que alumno dilecto del políticamente correcto Oblitas, parece graduado en la escuela respondona de Autuori o Markarián, cultores -en su etapa más activa- de convertir conferencias en peleas de esgrima y entrevistas exclusivas en posibles rings. Lo mismo era en su relación con los árbitros: siempre es más probable, en caso de derrota, una mención al juez que un mea culpa o un palo a los suyos. Es justo así que Reynoso logra que su modo bélico hacia afuera sea un valor hacia adentro donde es muy querido y blindado por sus jugadores. Hay demasiados casos de futbolistas que dicen deberle su progreso (Fernández, Ormeño, Alva, etc) como para dudar de sus calidades profesionales.
Esta suerte de corporativismo transformado en estilo no es desde luego su única arma. Hablamos de un tacticista eficaz para defenderse e imaginativo para atacar por dos o tres vías muy puntuales. Lo prueban sus cinco títulos en Perú con equipos provincianos como Bolo o Melgar y con un grande limeño como la ‘U’. Pero también lo demuestran los “equipos de autor” que ha construido incluso en México. De ningún modo es de los que arriba a un club, pide dos líneas de cuatro y se sienta a ver qué pasa. Nada que ver. Es un técnico que llega, mete mano, influye, se vincula y genera eso que no todos pueden: compromiso para jugar como él quiere.
La noticia de su llegada al Cruz Azul me alegra mucho porque lo conozco de años, pero también porque sé que tuvo que subir escalones uno por uno en México para llegar a esto. Y aunque estemos en su lista de “nunca le doy una entrevista” (sic), lo felicito. Lo justo es lo justo.