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Director:
Actores:
Género:
Duración:
Clasificación:
Tráiler de "Val". (Fuente: Amazon Prime Video)
Tráiler de "Val". (Fuente: Amazon Prime Video)
Sebastián Pimentel

Documentales como autorretratos de actores de no abundan. Sobran los reportajes encomiásticos, las celebraciones de estrellas como eternos mitos, las historias salvíficas que perdonan los pecados o ensalzan proezas y encantamientos. Es difícil destruir el mito, para mostrar la carne. La máscara de la refulgente estrella, que la industria modela, suele ser casi irrompible; y las autobiografías literarias de los ídolos suelen ser venganzas.

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En “Val”, el retrato —para no decir “autorretrato”, ya que no dirige el actor de “The Doors”, sino los debutantes Ting Poo y Leo Scott— escapa a los vicios de promocionar a un intocable star. En esta producción, estrenada hace poco por Amazon Prime, Kilmer hace un esfuerzo por formular la pregunta sobre él mismo como individuo, como hombre de familia, pero, sobre todo, como alguien que se entrega al misterio de su arte.

A veces “Val” exhibe un dolor que cuesta ver, pero no es sensiblera. Es por momentos cómica, no paródica. Es cine sobre el cine, aunque no es pretenciosa. Por último, es una crítica de Hollywood, pero no es excusa para ninguna victimización. Hecha de videos grabados por el mismo actor durante toda su vida, lo que se nos propone es, en realidad, una elucubración sobre el destino de un actor entregado a su oficio.

Es difícil no ver en esta película una especie de co-dirección del mismo Kilmer. Es como si él pidiera, a un tercero, que le quite sus disfraces, y que desnude al personaje público, a través de una selección de las páginas de su propio diario. Y es que las imágenes —que constituyen un enorme diario fílmico— no solo están tomadas por el actor, sino también están comentadas por textos confesionales y autobiográficos escritos por él.

En “Val”, la intimidad del material tiene un grado de impudor que a veces abruma, pero está totalmente justificado. Y esta intimidad incluye el problema físico que atraviesa Kilmer —operado por un cáncer que le afectaba las cuerdas vocales—, por lo que sus textos son leídos por su hijo, casi salido de la adolescencia. Y este es un interesante contrapunto, porque la voz en off, diáfana, del hijo, parece redimir a la voz pasada por el amplificador electrónico que la estrella de “Top Gun” tiene insertado en su cuello.

En “Val”, entonces, hay dos narradores: el protagonista, afectado por su invalidez parcial y un altavoz que es, de hecho, algo agónico; y el hijo que habla por su padre, y que le permite mostrar una vitalidad, una frescura que Val no deja de reclamar. Desde la herida que deja la enfermedad, el filme hace el racconto de un hombre que, si bien rehúye a la pesadumbre y la claudicación, nunca deja de ser tanto un entusiasta como un atormentado.

Pero “Val” no es una obra maestra. No se entrega a una profundidad que a veces consigue, pero sin recorrerla del todo. Tiene la forma del sobrevuelo, y logra hallazgos que conmueven, como esa primera parte que escudriña, en VHS, a la trastienda de Hollywood, sin nada de glamour y mucho de resistencia espartana mer. Es como si él pidiera, a un tercero, que le quite sus disfraces, y que desnude al personaje público, a través de una selección de las páginas de su propio diario. Y es que las imágenes —que constituyen un enorme diario fílmico— no solo están tomadas por el actor, sino también están comentadas por textos confesionales y autobiográficos escritos por él.

En “Val”, la intimidad del material tiene un grado de impudor que a veces abruma, pero está totalmente justificado. Y esta intimidad incluye el problema físico que atraviesa Kilmer —operado por un cáncer que le afectaba las cuerdas vocales—, por lo que sus textos son leídos por su hijo, casi salido de la adolescencia. Y este es un interesante contrapunto, porque la voz en off, diáfana, del hijo, parece redimir a la voz pasada por el amplificador electrónico que la estrella de “Top Gun” tiene insertado en su cuello.

En “Val”, entonces, hay dos narradores: el protagonista, afectado por su invalidez parcial y un altavoz que es, de hecho, algo agónico; y el hijo que habla por su padre, y que le permite mostrar una vitalidad, una frescura que Val no deja de reclamar. Desde la herida que deja la enfermedad, el filme hace el racconto de un hombre que, si bien rehúye a la pesadumbre y la claudicación, nunca deja de ser tanto un entusiasta como un atormentado.

Pero “Val” no es una obra maestra. No se entrega a una profundidad que a veces consigue, pero sin recorrerla del todo. Tiene la forma del sobrevuelo, y logra hallazgos que conmueven, como esa primera parte que escudriña, en VHS, a la trastienda de Hollywood, sin nada de glamour y mucho de resistencia espartana —Kilmer es también el actor que deslumbra como precoz dramaturgo juvenil en la prestigiosa Escuela Julliard—.

Aquí, el acecho fílmico, del rostro, se confunde con la búsqueda de sentido del artista, que termina con la obsesión por encarnar a Mark Twain. Una forma de redención que acalle la vergüenza de tener que hablar de las glorias pasadas, la consciencia del crepúsculo que llegó demasiado rápido. “Val” está más cerca, que lejos, de la esencial “Listen to me, Marlon” (2015). Quizá este sea un nuevo género, donde las imágenes se organizan desde una voz confesional, para iluminar las zonas más oscuras de un actor.

Ficha Técnica:

Título original: Val

Género: Documental

País y año: EEUU, 2021

Director: Ting Poo, Leo Scott

Testimonios: Val Kilmer

Calificación: Tres estrellas y media ( 3 y 1/2 )

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