Un limeño vive encerrado en la bulla de la polémica congresal, el tráfico insolente y el espectáculo capitalino. Al salir de ritmo, siente la catarsis. La cineasta limeña Lupe Benites, por ejemplo, cambió Lima por Pucallpa, Tarapoto, Rioja y otros lugares de la selva peruana hace 15 años. Los mitos ancestrales y la naturaleza de la Amazonía conquistaron a la joven narradora de ficción, la impulsaron a poner su propia casa productora en la región y a rodar dos cortometrajes en San Martín y Ucayali. Ella se identificó con la cosmovisión de su nuevo hogar. Sintió el efecto del cine regional, el momento de experimentar una realidad lejana pero propia. Suena romántico, pero es también el gran desafío de un cineasta de la costa, sierra y selva peruana.
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Para hacer una película en regiones, hay que tener en cuenta tres factores: será el doble de difícil conseguir presupuesto, habrá una lucha por un espacio en salas comerciales y alternativas, y la película deberá buscar un espacio en el extranjero para competir y tener exposición en festivales. Cinco cineastas, Oscar Sánchez (Yauyos), Marina Herrera (Cusco), Jacqueline G. Riveros Matos (Junín), Henry Vallejo (Puno) y Lupe Benites (San Martín), enfrentaron el desafío de filmar en sus regiones largometrajes y cortometrajes, cada uno desde su mirada de lo que significa hacer “cine regional”.
Rompiendo fronteras
Una pregunta por 28 de julio. ¿Qué es el cine regional?
“El cine regional se está posicionando, porque estamos representando vidas, situaciones y condiciones que pasan desapercibidas en el espectro cinematográfico y televisivo. (Los cineastas regionales) convertimos el cine en una especie de identidad”
“El centralismo hace que hablemos de ‘cine regional’, pero es cine peruano. Cuando te refieres al cine español, no hablas del cine de Madrid, y luego, del cine de Barcelona como ‘regional’. El cine aporta muchísimo donde sea que esté hecho”
“Hay un debate en decirle cine regional. Pablito Ortega (Ayacucho), director de 'La casa rosada', decía que nosotros no estamos muy aparte del cine peruano como para que digan que hacemos cine regional. Personalmente, lo puedo considerar como ‘cine de regiones’ o ‘hecho en regiones’, pero no ‘regional’”
“El cine es un solo cuerpo; las visiones, diferentes. Es natural que surjan producciones en regiones que sean distintas a las de Lima por elementos que identifican a la región, como las formas de pensar, los personajes y las vicisitudes que estos pasan”
“Somos parte de un todo. Si como creador de una historia, te vinculas con un pueblo, una mitología o un espacio, entonces eso cruza las fronteras. No solamente es el hecho de haber nacido en Lima o cualquier otra región, sino sentirse vinculados a una cultura. El arte no tiene banderas”.
El valor de los personajes
En la película “Wiñaypacha” del puneño Óscar Catacora, una anciana sale de su casa de piedra en el monte. Su esposo le dice en lengua aimara: “Esposa, dónde estás, ven” (traducido al español). En “Retablo” del británico-limeño Álvaro Delgado Aparicio, un niño narra en idioma quechua quiénes son los integrantes de una familia de los Andes peruanos. En la próxima cinta de la limeña-amazónica Lupe Benites, “Celeste y el pequeño sajino”, una niña descubre el mito de una persona perdida en el bosque que ve seres invisibles, guardianes o demonios. Al igual que Catacora y Delgado Aparicio, Benites buscó ‘no-actores’ para los personajes de su película. Encontró niños residentes del Bosque de Protección del Alto Mayo en la provincia de Rioja; pequeños que escucharon las historias tenebrosas en vivo de la voz de sus abuelas, unas señoras que serán interpretadas por mujeres de la Asociación Nunkui en la localidad.
Para un cineasta regional, no es lo mismo ver a una actriz profesional de Lima haciendo de cusqueña, que a una niña de la comunidad local con acento pueblerino de mejillas quemadas por el sol actuando con timidez en el mismo rol. Esto lo saben bien los actores de la película “Mataindios”, comuneros convencidos de filmar algo que, en algún momento, sería proclamado patrimonio cultural del pueblo de Huangáscar (Yauyos). La película trataba sobre la organización de la fiesta en honor a su santo patrón, Santiago Mataindios. “Oye, has dicho mal tu línea”, “por tu culpa vamos a volver a tener que repetir toda la toma”, decían ellos, muy rigurosos corrigiéndose frente a los directores Óscar Sánchez y Robert Julca. Actuar era su momento histórico.
El cineasta de regiones busca que el público se acerque a otras cosmovisiones y a la lírica de la fotografía. Es muy importante el mensaje final. Más allá de eso, hay una mirada que no es del todo local. Se siente una “influencia citadina”, porque la mayoría de cineastas locales no pertenecen al pueblo que está en su guion, comenta Óscar Sánchez. “Hay pocos cineastas que somos de un pueblito del Ande, o que no están necesariamente bajo la estructura de una ciudad con supermercados y lo cosmopolita. Entonces, mientras más nos arraigamos al lugar, será mejor para desligarnos un poco de esa determinación capitalista”, cuenta quien vive en Lima y tiene una casa familiar en medio de una chacra a 20 minutos de Huangáscar, el pueblo de su película.
Capacitación escasa
Sería ideal que exista un Amiel Cayo o una Magaly Solier en cada región, así de famosos, talentosos y requeridos, pero son de los pocos actores que pueden entender cómo se conduciría un personaje local. ¿Por qué? La respuesta a la pregunta está en lo difícil que es hallar profesionales capacitados en escuelas regionales. Los cineastas y los productores no gozan de la misma técnica o encuentran carreras profesionales de cine. Muchos optan por viajar a la capital o salir al extranjero para aprender a filmar en rodajes de alto o mediano presupuesto. La práctica hace al maestro, ¿pero y si no hay práctica? ¿Entonces cómo encontrar un luminotécnico de regiones con cuatro o cinco películas al año en su historial? ¿O un actor de larga trayectoria en protagónicos de la pantalla grande? ¿O un productor experto en distribución nacional de películas peruanas?
Desafiando la escasez y la creatividad, Ayacucho, Puno, Junín y Cajamarca se han convertido en las regiones con mayor actividad cinematográfica (fuera de Lima), según apuntan Emilio Bustamante y Jaime Luna Victoria en su libro “Las miradas múltiples: el cine regional peruano” (2017). De hecho, las películas de terror ayacuchanas y puneñas en general, como “Qarqacha: el demonio del incesto” (Ayacucho) —estudiantes investigan sobre pobreza extrema y viven lo paranormal en un pueblo— o “El misterio del kharisiri” (Puno) —un brujo local secuestra a una reportera de televisión—, son un punto de inicio importante del cine regional. Estos dos departamentos van sumando gustosos logros desde 1993, cuando el cine se empieza a descentralizar.
Los anteriores son pocos ejemplos de películas, entre los más de 150 largometrajes y numerosos cortometrajes hechos durante 20 años en las regiones del Perú, que apunta el libro de Bustamante y Luna. Una cuota que parece alta, pero a la cual le hacen falta muchas cifras del Estado para descubrir si el cine regional está en auge o en picada. “Todo nuestro aprendizaje es empírico, con experiencia participando en proyectos”, cuenta la cineasta huancaína Jacqueline G. Riveros, quien estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional del Centro del Perú, pero para ser directora aprendió en la cancha. Básicamente, talleres virtuales especializados y videos de YouTube. La directora sigue planeando el estreno nacional de su película “Yawar Wanka”, que inició en 2012.
Fondos internacionales
El presupuesto es el calvario del cine regional. Más presupuesto, mayor inversión en equipos audiovisuales que permitan hacer mejores tomas fílmicas, mejor organización de producción, mayores capacitaciones al equipo y oportunidades de ganar espacios en las nominaciones a premios como el Oscar o la ‘Berlinale’. El cine peruano de regiones, más que cualquier otro, apunta a festivales internacionales, por lo que merece calidad y atención. En Europa y Asia, los cineastas son “embajadores de la cultura peruana”, dice el puneño Henry Vallejo. Casualmente, el audiovisual europeo y asiático es un gigante apasionado por las historias latinoamericanas, mucho más cuando resaltan la cultura del país con un buen mensaje.
La vergüenza está cuando, en un concurso internacional ocurre: “Y el ganador es…”, “¿El ganador llegó?”.
Desde hace tres años y medio, la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO) se dio cuenta que un cineasta peruano necesita dinero para viajar y recoger un premio extranjero, por ejemplo, el Oso de Oro en Alemania. Por lo mismo, el cine peruano (sobre todo, el independiente de regiones) requería urgentemente de un presupuesto para promoción internacional. Así que lanzó el estímulo económico para películas que hayan sido nominadas a un festival importante con un presupuesto de entre 6 mil y 15 mil soles.
La cusqueña Marina Herrera, que ganó el concurso “Cortometrajes del Bicentenario”, postuló al estímulo para costear la promoción internacional de su corto “Heroínas” al Festival Internacional de Cine de Berlín. El calvario sucedió en el medio de todo. Entre terminar la filmación de la película y lograr entrar a una competencia importante, tuvo que pedir apoyo a la Municipalidad de Acomayo y ahorrar casi todo el dinero ganado en el trabajo casi inmersivo que hizo en el rodaje de “Transformers: el despertar de las bestias” en Cusco. Sin ese esfuerzo era imposible completar la postproducción, el subtitulado y pagar las cuotas en dólares para que un festival vea su película y decida si entra a una lista corta de nominados.
En los Premios Oscar, por ejemplo, hay una valla muy alta para los peruanos. Henry Vallejo, que llevó “Manco Cápac” a la primera fase de la pre-nominación para “película extranjera”, se dio cuenta que la mayoría de países participantes invertían entre 3 y 5 millones de dólares. “Nosotros (Perú) todavía apostamos con algo simbólico, más o menos 30 o 35 mil dólares de apoyo para esa parte de la competencia”, comenta. Su película no fue nominada.
“La diferencia es abismal”, contempla Vallejo. “En Perú, nuestro Ministerio de Cultura tiene 12 años de existencia, pero el de Francia tiene más de 100 años. Francia culturalmente es un monstruo, pero nosotros crecemos a pasos agigantados. Tenemos arte milenario y un futuro brillante de la mano de los realizadores, pese a que no todos estamos en consenso. Hoy en día, ya no se construyen Machu Picchus o Choquequiraos, porque estamos viviendo una época en la que el equivalente son la música, la danza, la pintura, el cine y todas esas artes que siguen construyendo nuestro país y nuestra identidad. Creo que saber eso es súper importante para seguir progresando como país”.
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