El carácter monumental de la más reciente película de Martin Scorsese (Nueva York, 1942) responde, entre otras cosas, a que el libro en el que se basa posee esa misma característica. Publicado originalmente en abril de 2017, “The Killers of the Flower Moon” es una de las obras más notables del premiado periodista estadounidense David Grann.
El volumen, publicado en castellano por Literatura Random House bajo el título “Los asesinos de la luna”, está dividido en tres capítulos, además de un conjunto de anexos en los que se detalla, entre otras cosas, la información que durante años este trajinado reportero consiguió en torno a las extrañas muertes ocurridas en el condado de Osage (Oklahoma) durante los años veinte.
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Grann esquematizó su trabajo basándose en tres grandes temas: Mollie Burkhart, Tom White, y él mismo. Cada uno de estos tres personajes sigue una función determinada. En el caso de Mollie, el objetivo fue tomar una historia particular (casualmente, la más escabrosa de todas) para ampliar el espectro dentro de la llamada ‘Nación Osage’, y dotarla de singularidad en comparación a otras historias criminales en la historia de los Estados Unidos.
En segundo lugar, Grann toma a Tom White como base para explicar la aparición y posterior auge del FBI --Federal Bureau of Investigation--, dependencia del Gobierno clave en la solución (parcial, claro) del escándalo que desató esta ola de crímenes contra los indígenas millonarios.
Finalmente, autor traza en el tercer capítulo su propio vínculo con el trabajo realizado. Esto le sirve para dejar en claro que, aunque la cifra que se repite habitualmente en los registros periodísticos es de “24 Osage asesinados” (o muertos en extrañas circunstancias), en realidad el número de víctimas es mayor y está todavía lejos de ser completamente esclarecido.
DIFERENCIAS Y SEMEJANZAS ENTRE LIBRO Y PELÍCULA
Martin Scorsese ha tenido una compleja tarea al llevar a la pantalla grande esta historia de Grann. En el proceso de elegir qué rescata y qué dejar ir, el cineasta de 80 años de edad ha priorizado la historia de amor entre Mollie Burkhart (Lily Gladstone) y Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio). Es la primera el rostro central de una trama que expone villanos de todo tipo, pero que tiene a William Hale (Robert De Niro) como la más poderosa representación del mal.
Pero antes de continuar, vale mencionar algunas líneas sobre el argumento de “Los asesinos de la luna”: una serie de sospechosas muertes empiezan a generar temor en los Osage, una pacífica comunidad indígena que, beneficiada por el dinero que produce el subsuelo que habitan, llegaron a ser los hombres y mujeres con mayores ingresos per cápita del mundo en los veintes.
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Aunque dura 206 minutos, la cinta de Scorsese no abunda en detalles en torno al negocio petrolero que deviene en los millonarios ingresos de los Osage. Dos o tres tomas del proceso final de perforación del suelo parecen ser suficientes. Tampoco se abunda en cifras asignadas por los arriendos de las tierras, montos firmados en los cheques, y menos en las reuniones que cada cierto tiempo –e incluso en los momentos más violentos del periodo denominado ‘Reino del terror’—sostenían millonarios empresarios petroleros para comentar el estado de la industria.
Si una película es el qué, pero también el cómo, la propuesta de Scorsese sí se preocupa en dotarnos de imágenes, concretas y desde lo simbólico. La historia comienza y termina con rituales. La propia Mollie los sigue para bautizar a sus hijos. También hay un interés notorio en exponer un vestuario acorde a la época. Lo mismo podemos decir con las celebraciones, siempre acompañadas por una especie de orquestas locales que desatan la alegría entre los presentes (nótese siempre la interacción entre miembros Osage y estadounidenses blancos). De otro lado, hay un uso ambicioso de los silencios, como recurso que busca transmitirnos sensaciones dentro de una historia que, ciertamente, tiene más de policial que de dramática.
Inevitablemente, el peso de una figura tan oscura como la de William Hale trasciende casi toda la trama. En esa línea, De Niro muestra un desempeño solvente, al interpretar a un paternalista ‘ciudadano americano’ que, desde su holgura económica y sus buenos contactos, espera permanentes retribuciones de los Osage, pues, en el pasado, los apoyó económicamente en la construcción de sus colegios y hospitales.
Volviendo al argumento de “Los asesinos de la luna”, Hale es quien recibe a Ernest Burkhart, lo acoge en su hogar y le brinda los conocimientos básicos para tratar con la comunidad Osage. Que le haya dicho –apenas unos minutos después de dejarlo entrar a su casa-- “tienes una cara bonita”, devela que este muchacho, descrito por su ‘tío’ como ‘héroe de guerra’, puede servirle en su vil propósito de arrebatarle sus headrights a la noble Mollie Burkhart.
Otro aspecto que se diferencia si comparamos libro y película tiene que ver con la situación social/política de la época. En ambas propuestas se muestra que los Osage no pueden manejar directamente el dinero que producen sus tierras, sino que deben tener un “tutor” asignado por el Gobierno. No obstante, solo en el libro se profundiza en, por ejemplo, términos como el ya citado headrights (una especie de derecho de propiedad que solo se hereda y no puede cederse), gran motivo de la ambición de Hale y otros integrantes de la población blanca en ese entonces.
El texto publicado por Literatura Random House describe a los Osage como una minoría de desplazados que, en distintos momentos históricos, debieron enfrentar mudanzas forzosas, pasando de lugares como Misuri, Arkansas y Kansas para finalmente terminar en Oklahoma. En este último territorio asignado por el Gobierno, una inesperada cláusula de cesión permitió que todo lo hallado bajo tierra les corresponda solo a los indígenas, convirtiendo así a decenas de pobres en envidiados millonarios.
Con un innegable tono crítico, Grann describe a una comunidad a merced de aprovechadores que desde distintos flancos buscan el preciado dinero proveniente del llamado ‘Oro negro’. Aquí, sin embargo, volvemos a la película de Scorsese, para recordar cómo en diversos momentos de la trama, observamos a ciudadanos estadounidenses blancos comprometiéndose o casándose con mujeres Osage. Esto les facilitaría, sin lugar a dudas, un futuro sin problemas económicos.
Volvemos aquí a la trama. Aunque en una reunión con sus familiares, Mollie dice tener claro que Ernest se fija en ella por su dinero, lo cierto es que la construcción del vínculo entre la mujer Osage y el personaje interpretado por Di Caprio luce sumamente genuina (“Sí, quiere el dinero, pero también busca una familia”). La química, representada por sonrisas, besos y caricias, evidencia que la pareja de actores, en lo interpretativo, funciona. Esto genera un poderoso efecto capaz de remecernos cuando descubrimos –en la película—al propio Ernest propiciando el mal que amenaza con arrebatarle la vida a Mollie.
FBI: EL ELEMENTO AUSENTE
Salvo las comerciales cintas de superhéroes, las salas de cine hoy no suelen poner películas de 206 minutos de duración. En ese sentido, así como dijimos que el libro de Grann se parte en tres capítulos, la película de Scorsese tiene dos partes notoriamente definidas. La exposición de la historia de amor entre Mollie Burkhart y Ernest, llevada en paralelo a la revelación de distintos crímenes contra miembros de la comunidad, podría considerarse la primera parte. Es cuando el agente del entonces Buró de Investigaciones Tom White (Jesse Plemons) aparece en el condado que arranca la segunda y (final) parte de esta historia cinematográfica. Aquí, sin embargo, también hay otra diferencia notoria entre libro y su adaptación que detallaremos a continuación.
Como dijimos líneas arriba, David Grann esquematiza su texto de tal forma que cada actor social –por llamarlo de alguna forma—queda pulcramente retratado. Entonces, si es importante Mollie, la comunidad de los Osage, el acercamiento interesado de muchos ciudadanos blancos hacia estos indígenas convertidos en millonarios, la rapidez con la que surgen uno y otro crimen, también es clave explicar quiénes están detrás de la solución del problema.
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Basado en documentos del FBI, archivos de diarios, correspondencia privada, documentos de autoridades locales y testimonios de primera mano, el libro “Los asesinos de la luna” deja una serie de conclusiones en torno a lo que puede verse como una ‘industria del delito’. En un contexto complicado, territorios como el de Oklahoma no se preciaban necesariamente por tener lo que hoy conocemos como “presencia del Estado”. Las pocas autoridades presentes allí muchas veces terminaron de lado oscuro, siempre a cambio de dinero o de las influencias de William Hale.
Y cuando el Estado se hace presente en el condado, representado por White, las condiciones de trabajo son un factor preponderante en la lenta solución del problema. Hablamos, por supuesto, de una época en donde las técnicas de investigación y la tecnología eran incipientes o inexistentes. Así, pues, por ejemplo, detectar huellas dactilares habría facilitado mucho más las cosas para los oficiales del Buró o inclusive para los investigadores privados que intentaron, siempre sin éxito, indagar acerca de lo ocurrido en el condado.
Plemons hace un trabajo correcto al interpretar a White, pero la película de Scorsese se salta casi olímpicamente todo el segundo capítulo del libro de Grann, es decir, obvia todo el fenómeno socio político detrás del surgimiento, primero, del Buró de Investigaciones y, segundo, del propio FBI. Huelga decir que el propio J. Edgar Hoover –mítico fundador del FBI y su director por casi cinco décadas—es mencionado solo dos veces, mientras que en el texto de investigación es clave para entender cómo dicho país se hace de unas fuerzas de seguridad con rigor especializado (con los aciertos y errores que eso conlleva). De la misma forma, seremos testigos de cómo Hoover pasa de ser un joven jefe que se amolda a cada misión según el revuelo que esta genere, a un poderoso funcionario capaz de subsistir múltiples cambios de Gobierno.
LO SINGULAR DE CADA PROPUESTA
Scorsese no es la excepción: cada director tiene la potestad de adaptar una historia como mejor le parezca. Aquí, de la mano de Eric Roth, seremos testigos de un viaje –con tintes más policiales que dramáticos—por una oscura etapa en la historia de eso que hoy conocemos como Estados Unidos de Norteamérica. Si Grann busca en su libro evidenciar y cuestionar el racismo y los abusos contra las minorías, vistas como incapacitadas para manejar el dinero que les corresponde y, por ende, para decidir su futuro bajo igualdad de condiciones, en la propuesta del cineasta neoyorquino prevalecen tanto las imágenes como los silencios para dibujar a una comunidad que abrió su mano con confianza, pero que terminó sufriendo la ambición irrefrenable de un sector comandado por personajes como William Hale. Scorsese cumple correctamente su objetivo de ‘hacer hablar’ a los miles de documentos que Grann descubrió, leyó y contrastó durante años. Y en dicho propósito se vale de una historia de amor (Mollie – Ernest) que tal vez no sea lo suficientemente poderosa, pero que sirve para representar con fidelidad el peso de los intereses por sobre el amor, un mal capaz de trascender cualquier contexto.
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Y si la película de Scorsese con sus tres horas y veintiséis minutos de duración les parece un reto, el libro de Grann no se queda atrás y también requiere un mínimo de concentración: 300 páginas en las que abundan nombres de víctimas y victimarios, descripción de hechos, y una abrumadora presencia de notas referenciales. Por el carácter novedoso de su tema central, por la fluidez de su redacción, pero sobre todo por la rigurosidad del trabajo que conlleva detrás, el libro de David Grann puede considerarse un claro homenaje a esa corriente llamada periodismo literario.
LOS ASESINOS DE LA LUNA/CINES
Sinopsis: Cuando se descubre petróleo en la Oklahoma de los años 20, bajo las tierras de la nación Osage, sus pobladores son asesinados uno a uno hasta que el FBI interviene para resolver los crímenes.
Director: Martin Scorsese
Elenco: Lily Gladstone, Robert De Niro, Leonardo DiCaprio
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