En la película mexicana “Las elegidas” (2015), el hijo de un proxeneta de niñas y adolescentes, vive el drama de verse obligado a secuestrar a su novia por encargo de su padre. En el drama estadounidense “Eden” (2012), las mujeres usadas para tráfico sexual aparecen muchas veces con los rostros demacrados, mal vestidas y a veces ensangrentadas. En “Sound of Freedom” (2023) de Alejandro Monteverde, el tema de la trata de personas se siente igual de desgarrador como en las películas mencionadas y en tantas otras del cine de Hollywood.
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Es posible catalogar esta producción como un docudrama sobre el trabajo de Tim Ballard, un exagente del Departamento de Seguridad Nacional y hoy activista contra la trata de personas. Jim Caviezel se pone en la piel de este hombre para convertirse en un héroe colmado de luz, tanto que solo le falta una aureola en la cabeza. Con un tinte de acción de rescate, el drama se centra en el objetivo del personaje para salvar a una niña, Rocío (Cristal Aparicio), de las garras de sus secuestradores, quienes son un grupo de traficantes de menores de edad que los utilizan en el negocio mundial de la explotación sexual.
No es la primera vez que un director intenta hacer algo increíble con el retrato del tráfico de niños en el cine. Sin embargo, son pocas las veces que películas, como “Trade” (2007), “Eden” (2012), “Sound of Freedom” (2023) y otras, se preocupan con el corazón en alentar la consciencia sobre un tema indignante, lo hacen con respeto y sin usarlo como lo más fuerte que pudieron encontrar para motivar a su personaje principal.
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“Sound of Freedom” inicia con un acercamiento lento a la ventana de la niña, quien está cantando y jugando. Entonces, la cámara ingresa a su espacio más íntimo, su habitación. Es un plano poético. El dramatismo se mantiene en la primera mitad de la película, donde el personaje principal se presenta de inmediato como un agente de seguridad importante y la tensión por resolver el problema de los niños secuestrados crece. Se siente la impotencia. Sin embargo, después ese ritmo comienza a descender.
Después, aparecen personajes extraños y sin tanto diálogo, o actores que no transmiten mucho en la pantalla, como Pablo Delgado (Eduardo Verástegui), un financista importante. En tanto, la operación de rescate se desarrolla con el apoyo de un pedófilo, Vampiro (Bill Camp), un traficante con el carácter espeluznantemente caritativo de un Pablo Escobar que compra niños, pero después los envía a albergues para que tengan una nueva vida.
Es difícil separar el perfil ultraconservador y católico del productor de “Sound of Freedom”, Eduardo Verástegui, así como la naturaleza religiosa de Angel Studios, productora de la película, y a la vez estar sentados en una butaca pensando que la película no está basada en la fe o busca la concientización. Por si fuera poco, se trata de un filme rodeado de escándalos por declaraciones sobre teorías extremistas y el caso de un inversor online que era pedófilo.
Es lógico que el ‘background’ de una película tan promocionada que luego rompió récord en taquilla, sea una piedra en el zapato. Sin embargo, a pesar de saber el perfil de sus productores y las noticias sobre la producción, el guion no tiene más de una o dos líneas sobre la motivación de fe del personaje. Tampoco busca cautivar con ideologías extremistas, como algunos especularon y por lo que muchos prefieren no verla.
Incluso Jim Caviezel (”La pasión de Cristo”), conocido por su perfil religioso, sin duda fue excepcional explotando la verdad de su actuación. Por otro lado, el trabajo de los niños, Cristal Aparicio y Lucas Ávila, quienes hacen de las víctimas de violencia sexual, son notables. Los pequeños actores tienen un futuro profesional exitoso.
Después de tanta publicidad que precedió a la película, el público esperaba mucho realismo, pensando que la finalidad era crear conciencia, pero luego se ve al héroe rescatando niños, porque posee la nobleza que solo un Dios podría tener. Con eso, los productores están diciendo que no buscan un cine de autor tan realista, sino entretener sin dar mucha explicación de las motivaciones de los personajes. Para ello, usan un tema crudo. De modo que “Sound of Freedom” no es una gran propuesta visual o un guion inteligente, sino la exposición de un tema que, a cualquier ser humano mínimamente ético, sensibiliza hasta las lágrimas. Es decir, no hay que decir más que “trata de niños” en voz alta para que alguien cambie la expresión de su rostro a la seriedad.
Hay un momento de la película, después de la primera hora, donde es posible sentir el tono de acción de cintas como “Búsqueda implacable” (2008). En esa película, hay una sensación de impotencia y adrenalina del personaje de Liam Nesson, que tenía una motivación más fría y clara, de salvar la vida de su menor hija secuestrada sin mucho interés por que el tráfico de personas se termine en el mundo.
Nesson es, como Tim Ballard, un agente de las fuerzas especiales que debe rescatar a una joven. Casi al final de la película, la encuentra en un vitral de Europa donde la subastaban desnuda al mejor postor. Son escenas que bordean lo explícito. Eso ocurre con “Sound of Freedom”, porque en Hollywood se maneja muy bien la sutileza. Un ejemplo es cuando los niños están en la habitación de los pedófilos a punto de ser agredidos, pero algo sucede de inmediato. Por ese lado, el tratamiento es interesante, pues no excede en imágenes de la agresión. Con la carga melodramática que posee la cinta, es más que suficiente drama.
Por su parte, “Sound of Freedom” tiene diálogos basados en el gran héroe, el ritmo vertiginoso de casería y la música extremadamente melancólica. Todo ello sirve para contar la historia del héroe de los niños, cuando en realidad es uno de los tantos rescatistas que existen en el mundo. Si bien es una película que atrapa al espectador, a veces se siente hasta terrorífica por el calibre del tema y va cayendo en la rampa más triste, a veces empalagosa.
No es una mala película, sino una cinta dramática más de Hollywood donde el héroe es un Dios salvador de los indefensos. Así como en otras películas sobre el tráfico de niños, hay actuaciones rescatables y es un retrato crudo de una realidad. Es probable que entretenga al espectador que va al cine un fin de semana, pero saldrá de la sala con una dosis muy alta de dolor. Con esa advertencia, otra opción es que espere a encontrarla en alguna plataforma, con la suerte que alguna la acepte, en los siguientes meses.
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