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Terror
Oscar García

El bombero que llegó a casa de Emilio Obregón con la respiración agitada y la intención de entrar, no pudo pasar de la puerta. Al otro lado de la manzana, el fuego consumía una vivienda y urgía llegar hasta allá por los techos. El trámite era de rutina, pero la de Obregón no era una casa normal. Pronto lo descubriría.

–Señor, ¿usted cree que pueda pasar por su casa para...?

El hombre se interrumpió. Le quitó el habla el generoso muestrario de objetos de terror y otras atrocidades que decoraban las paredes del propietario: cabezas de demonios, maniquíes de niñas poseídas, payasos que sonríen desde la escalera. El bombero caminó hacia atrás mientras se disculpaba. No hubo forma de convencerlo de que pase. “Qué habrá pensado de mí”, se ríe el dueño. Al poco rato vino un policía alertado, para ver si todo estaba en orden en ese lugar tan extraño.

Detalle de la colección de la Casa Museo del Terror. (Foto: Elías Alfageme)
Detalle de la colección de la Casa Museo del Terror. (Foto: Elías Alfageme)

Espanto es la reacción natural al entrar por primera vez en la casa de Obregón, luego de atravesar un callejón largo, apenas bañado por la luz naranja de un poste. De día es una bonita quinta en San Miguel. De noche, no tanto. Él es un economista de 44 años que se define así mismo como una persona normal, con un trabajo serio en una AFP, pero que tiene un pasatiempo, como todos. En su caso, juntar objetos de terror, desde piezas coleccionables de películas de miedo de todas las épocas hasta objetos de arte sádico y extremo, hechos por artistas peruanos que lo conocen y lo buscan para vendérselos.

Empezó su aventura hace cinco años, cuando le regalaron la estatua de un hombre de pie que parece desollado, y desde entonces no ha dejado de sumar piezas. Las compra en Internet o en incursiones a la Cachina, Tacora y otros mercadillos de segunda mano. Allá sus caseros le guardan ‘merca’, como una muñeca de vudú mexicana que prefiere no tocar y que parece mirar con un odio feroz al que la contempla.

El terror que yace en San Miguel
La vez que el bombero asustadizo llamó a su puerta, Emilio aún no tenía ganas de mostrar a nadie más que su familia su colección de bellezas –el arte es subjetivo, dicen–. Todo eso cambió cuando la prensa lo descubrió y empezaron las notas. Desde hace más de un año se ha abierto al público, ofrece entrevistas a los medios y visitas guiadas a su casa, que ahora bautiza como la Casa Museo del Terror, abierta al público previa cita. Son más de cinco mil objetos los que ha reunido en siete ambientes. Ni el baño se ha salvado de su pasión transformadora y ahora luce decorado por completo con piezas escalofriantes, como una muñeca de ‘Reagan’, de El Exorcista. Para orinarse de miedo, literalmente.

El baño de la Casa del Terror. (Foto: Elías Alfageme)
El baño de la Casa del Terror. (Foto: Elías Alfageme)

El también padre de tres hijos no es la imagen que viene a la cabeza cuando se piensa en un amante del terror: no se viste con polos negros, sino con camisas y pantalones de vestir sobrios; no tiene tatuajes ni el pelo largo ni le gusta la música gótica. De metal, a lo mucho recuerda haber escuchado Poison de adolescente. Es chalaco, del barrio de la Perla, y baila con la salsa de Zaperoko. Él mismo no se explica cómo es que comenzó a coleccionar objetos a una edad relativamente tardía. Se pregunta si tendrá que ver en ello su infancia ajustada, en la que cinco hermanos compartían un juguete. Ahora, con más recursos, se permite ser indulgente con su niño interior, aunque él mismo aclara que no se considera un coleccionista de juguetes, sino de arte.

Muñecas bravas
En la Casa Museo de Terror (Arica 680, San Miguel) se pueden ver las obras de más de 16 artistas peruanos que realizan objetos de horror, controvertidos. Entre ellos destaca Luis Enrique Vargas (25), conocido por su marca The Devil Dolls. Vargas busca en mercados antiguas muñecas de biscuit y las redecora con toques demoniacos. En años recientes, el artista ha incursionado en otro rubro: ahora coge muñecos de bebes de plástico y los interviene, les engrampa el rostro y hace que de sus cráneos salgan jeringas.

Arte de Luis Vargas sobre muñeco de bebito. (Foto: Elías Alfageme)
Arte de Luis Vargas sobre muñeco de bebito. (Foto: Elías Alfageme)

Hay canales de televisión que le han ofrecido dinero a Obregón para hacer que chicos reality pasen una noche en la casa museo. Él se ha negado porque no le parece una forma de promoción válida. Y también porque en los últimos meses ha empezado a percibir una actividad extraña, nueva, que no sabe explicar. “Dos canales de TV han tenido problemas con sus cámaras a la hora de grabar en el dormitorio. Empiezan a fallar, se malogran”, dice. Para tentar a las fuerzas de lo sobrenatural, el fotógrafo de Somos, un racionalista del lente, quiere realizar unos retratos ahí. “No sé qué pasa con la cámara, ¡no puedo hacer foco!”, exclama. Obregón sonríe. No es la primera vez que ocurre.

Al final de la sesión llega el ritual de apagar una a una las luces de la casa. La salida se hace en grupo porque nadie, ni siquiera el dueño, quiere que lo dejen atrás. 

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