El genial Dámaso Pérez Prado popularizó un ritmo bailado por millones en el mundo y temido por otros tantos.
El genial Dámaso Pérez Prado popularizó un ritmo bailado por millones en el mundo y temido por otros tantos.
Oscar García

Hace 30 años -un 14 de setiembre- partió , el hombre que desató la furia de cardenales y alcaldes, con el demencial ritmo del mambo. El reggaetón, con su perreo y toda su pirotecnia, apenas ha rozado esas cotas de escándalo.

En el principio estaba el ritmo. Y el ritmo estaba con el diablo. De los cuatro pilares tradicionales de la música –melodía, armonía, timbre y ritmo–, ninguno asustó más a la Iglesia católica que este último, ese orden de golpes que sirve para marcar el tiempo y ordenar el movimiento del cuerpo. Para la inquisición, la música de los afroamericanos era sospechosa, por calentar el espírtu e incitar la lujuria. Con argumentos menos categóricos, cuenta la leyenda, en 1951, un cardenal de Lima amenazó con excomulgar a los feligreses que sucumbieran al baile de moda. Ese pulso recibía el nombre de mambo, aunque el cubano Arsenio Rodríguez, uno de sus creadores en disputa, le reservase otra denominación. En lugar de mambos, Arsenio les decía “diablos”.

Hay disputa sobre si Rodríguez o la dupla de Israel Cachao y Orestes López son los verdaderos inventores del mambo, como se le llamó a esa aceleración de vértigo del son montuno y de otros ritmos, forjada en la isla en los años 30. Lo que nadie duda es que su mayor profeta, el hombre que esparció su palabra por el mundo, fue Dámaso Pérez Prado, el hombre más temido por la iglesia en su tiempo, quien falleció un 14 de setiembre, hace 30 años.

-El MAMBO INVADE LIMA-
El popular ‘Cara de foca’, nacido en 1916, en Matanzas, Cuba, conquistó las pistas de baile con su energía personal, su piano, su metro cincuenta y ocho y su gran orquesta. Salió de su Cuba dejando atrás un origen de pobreza, y triunfó en México y luego en los Estados Unidos, país en el que desató una fiebre mundial que no tardaría en llegar al Perú a través de la radio, el medio de comunicación preferido de la época.

Para el verano de 1951, Lima respiraba mambo en cada esquina, en fiestas de barrio y en los exclusivos bailes de salón. En febrero, época de carnavales, solo se bailó este ritmo en la ciudad: en el Teatro Municipal se presentaban Los Mamboleros. En la plaza de Barranco, la orquesta Havana Cubans. En el baile de radio Atalaya, la música la ponía el conjunto Los Reyes del Mambo. Ese mismo verano, marcado por noticias impactantes de la guerra de Corea y de reinas de carnavales por todos lados, la RCA Víctor distribuía en discotiendas como novedades cinco discos de 45 de la orquesta de Pérez Prado.

Desde las páginas de El Comercio, el escritor y compositor César Miró contemplaba el arribo del mambo como si fuera el revuelo de una tormenta apocalíptica, como “una plaga de langostas, como la invasión de los marcianos que simuló Orson Welles. No llega a provocar pánico pero sobresalta y desvela”, escribió en su columna. Aunque en el contexto deja entrever que en ciertos circuitos el estilo era muy mal visto, el autor del vals Todos vuelven no se muestra condenatorio en absoluto con la novedad llegada de afuera. “El mambo es pura obstinación rítmica, delirio de metales y parches que es la muerte de los violines, el ajusticiamiento de lo romántico. El mambo es la guerra”, decía con un sincero entusiasmo.

-ÚNANSE AL BAILE DE LOS EXCOMULGADOS-
Pérez Prado aterrizó en marzo de ese año en Lima, traído como artista exclusivo de Coca-Cola Company y Radio El Sol. Apenas se imagina uno la excitación que su llegada causó, como artista más popular del momento. La prensa destacó su arribo al aeropuerto de Corpac, su buen humor, su corbata amarilla sobre camisa azul y su admiración por Igor Stravinsky y el filósofo Jean Paul Sartre. “Tiene barba existencialista”, escribieron los colegas de la época. Por la llegada de Pérez Prado se organizó en Acho un concurso nacional de mambo, del cual salió ganadora, entre otras, la pareja formada por Héctor de la Cruz y Otilia Marcos, con nueve años de edad.

El cardenal y arzobispo primado de Lima, Juan Gualberto, no fue ajeno al revuelo causado por el mambo y, según Juan Gargurevich en su libro La prensa sensacionalista, amenazó con excomulgar a quienes “lo tocaran, bailaran o escucharan”. Algo similar había ocurrido en México, cuando se amenazó con lo mismo a quienes bailaran al ritmo de la Tongolele, famosa vedette de mambo.

Sobra decir que nadie fue excomulgado. Como anota el economista y comunicador Ángel Hugo Flores, en su blog Asociación Cultural Benny More, “jamás existió la excomunión del mambo”. Lo que hubo, escribe, fue una advertencia que se leyó en todas las parroquias de Lima un 18 de marzo de 1951. En ella se indicaba que todo cristiano debía huir de cualquier baile escandoloso y más en la época de cuaresma.

En 1964, el rey del mambo regresó a Lima para presentar su nueva invención musical, el dengue, que no tuvo la misma acogida, pero que no dejó de generar controversia. Esta vez, el entonces alcalde Luis Bedoya Reyes firmó un decreto prohibiendo a la vedette puertorriqueña Daisy Guzmán, de 23 años, que bailase en la TV. Decía el texto que la mencionada “se abstenga de ofrecer exhibiciones obscenas y reñidas contra la moral y buenas costumbres bajo apercibimiento de aplicación de la correspondiente sanción”. El cardenal Juan Landázuri saludó la medida del ‘Tucán’. En el auditorio del Canal 2, la bailarina lloró y pidió perdón, “si han visto algo en mis danzas que les ha parecido mal”. El mismo Pérez Prado también se disculpó por televisión.

En la historia se ha repetido, en menor medida, la presencia de otros bailes que supieron causar revuelo y alarmar a los amantes de las ‘buenas costumbres’. En los 80, las beatas se persignaban ante las letras de la salsa sensual. A fines de esa década, la lambada brasileña y su contacto casi genital era visto como obsceno. En años más recientes, el reggaetón y su baile ‘perreo’ causaron alertas varias en los sectores conservadores de siempre, aunque su actual hibridación con la música pop haya hecho que pierda filo y, hoy por hoy, ya no asuste a nadie. //

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