El celo americano: ¿puede Ron DeSantis arrebatar a Donald Trump en el liderazgo republicano?

Al final, luego del mal rato, DeSantis dijo lo obvio: que buscará llegar a la Casa Blanca “para liderar el gran regreso de nuestro país” (en referencia a EE.UU.). Pero el camino no es tan simple: el actual gobernador de Florida debe competir en las primarias con otros seis candidatos, aunque claramente el rival a derrotar es Donald Trump, quien encabeza largamente las encuestas. Este antagonismo entre el viejo y el joven (Trump tiene 76 y DeSantis, 44), entre el maestro y el alumno, entre el conservador y el ultraconservador será lo más interesante de la campaña.

Si tuviera carisma, DeSantis encarnaría el prototipo del ‘wonder boy’ norteamericano: católico ferviente, proviene de una familia de clase media ascendente, fue capitán en el equipo de béisbol universitario, estudió en Yale y Harvard, se graduó de abogado, fue un orgulloso defensor legal de los soldados gringos en Iraq y otros países en guerra, integró la Cámara de Representantes y, apenas cumplió 40 años, fue elegido gobernador del poderoso estado de Florida, cargo que alguna vez ocupó Jonathan Bush, el hermano de George.

Trump, quien era presidente cuando DeSantis entró a la gobernación, lo llamó “un guerrero conservador”, con una condescendencia casi paternal. DeSantis se encargó de demostrar que podía pelear todas las batallas, casi siempre sin medir a los enemigos.

DeSantis encarnaría el prototipo del ‘wonder boy’ norteamericano: católico ferviente, proviene de una familia de clase media ascendente, fue capitán en el equipo de béisbol universsitario, estudió en Yale y Harvard, se graduó de abogado, fue un orgulloso defensor legal de los soldados gringos en Iraq y otros países en guerra"

Las mayores críticas hacia su gestión comenzaron en la pandemia. Haciendo más caso a sus asesores políticos que a los médicos y especialistas, emprendió campañas contra la obligatoriedad de las mascarillas, contra las vacunas y contra las cuarentenas. Incluso, alguna vez puso al Perú y a su “encierro draconiano” como ejemplo de lo que no se debía hacer. Por cierto, en su momento, Florida tuvo una de las tasas más altas de contagios del virus.

Otra de sus batallas más intensas fue en contra de la inmigración. A inicios del mes pasado, se aprobó un paquete de normas que endurecen el control de los extranjeros; por ejemplo, se obliga a los hospitales a informar sobre el estatus legal de sus pacientes migrantes, se multa a las empresas que contraten a extranjeros que no tengan documentos en regla, y se imponen hasta 15 años de cárcel a quienes trasladen o escondan a indocumentados que ingresen de manera irregular al país. “La frontera está colapsada. Millones de inmigrantes ilegales entran, muchos criminales y terroristas y los carteles de la droga y el fentanilo”, dijo esta semana en Iowa, durante su primer mitin de campaña.

Como conservador a ultranza, además, ha enfilado contra todo lo que pueda ser incluido en el saco del progresismo (de la ‘cultura woke’, como le llaman ahora los estadounidenses). Campañas contra la igualdad de género y el aborto, o mensajes a favor del libre uso de armas –en un país donde los tiroteos son parte del paisaje–, definen la postura política con la que ahora pretende llegar al poder máximo.

El hecho de que DeSantis tenga que enfrentar a Trump encierra varias paradojas. Los ataques de un lado y otro comenzaron pronto. “Debemos acabar con la cultura de perder que ha infectado al Partido Republicano en los últimos años”, acusó DeSantis. Trump, el hombre más picón del mundo, lo tildó de “desleal”. Por supuesto, también se mofó de su fallida presentación en redes sociales: “De la forma en que ha gestionado su anuncio, ¡gestionará el país!”, tuiteó.

“En este momento Trump es el dueño y señor del Partido Republicano”, dijo en una entrevista para El Comercio Eduardo Gamarra, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Internacional de Florida. La paradoja es grande y obliga a hilar fino: si DeSantis quiere ganar a Trump en las primarias, debe ubicarse aún más a la derecha que su contrincante; pero, si quiere llegar a la presidencia, debe hacer algunos giros hacia el centro. De su muñeca política depende el futuro cercano de los Estados Unidos.