Todo empieza en un terminal terrestre, con una mochila a cuestas y un buen libro comprado de remate. La aventura inicia sin pensarlo mucho, con un pregunta inocente: “¿qué tan lejos estamos de Caral y cómo llegamos hasta allá?”. Cierto que uno puede consultarlo todo hoy a San Google y no salir nunca de casa. La otra opción es ir y vivirlo.
Cuatro horas después, subidos en un viejo bus azul que salió tarde de Plaza Norte, ya estábamos a un paso de una aventura por los desiertos del Perú. Para llegar a Caral, la civilización más antigua que hubo en América, hay que ponerse rumbo al norte. Un ticket de 15 soles (es feriado) en el terminal citado es el primer paso, si se opta por la sana ruta del mochileo ligero de fin de semana.
La travesía no es tan larga como te advierten: unas cuatro horas sentado se pasan volando con buena compañía, ratos de lectura, apropiado chismorreo de smartphone, o bien contemplando la visión del Pacífico que resplandece con el sol de la tarde. Atender a la película de Avengers del bus también es una opción válida, si lo tuyo son las proyecciones de DVDs piratas en pantallas monócromas que causan calambre al ojo.
Si llegas temprano a Barranca, lo aconsejable es ir hasta Supe, kilómetro 184 de la Panamericana Norte, y ahí al mercado del lugar, en donde salen los colectivos (S/. 10) que te dejan en la misma puerta de la ciudadela prehispánica. Si se llega tarde, como nosotros, una parada estratégica en Huacho, para pasar la noche es opción. Es aconsejable, pues conocer Caral puede ser agotador y es mejor llegar con energías.
La llegada a Caral: una hora de historia pura
La primera visión de Caral lo hace sentir a uno naturalmente pequeño. Esta llega luego de un largo periplo en camioneta, en la que se atraviesa un río y senderos de piedras que son interrumpidos por largos desfiles de pastores y cabras. Uno avanza entre sembríos de maíz, pecana, camote y sandía hasta que da con el lugar. La cuna de la civilización más antigua de América. Nada te prepara para algo así.
Hace 25 años, en este mismo lugar, empezaron las primeras exploraciones de la Dra. Ruth Shady. El sitio entonces era un inmenso panorama de dunas denominado “Chupacigarro", sobre las que se especulaba podría haber un complejo arquitectónico escondido bajo las piedras y arena. Hoy se han desenterrado numerosas pirámides y centros ceremoniales, por lo que no se duda en llamar a este lugar una “ciudad sagrada”.
El hallazgo de Caral llegó para revolucionar la historia del Perú. Hasta entonces en los colegios se repetía que la cultura más antigua del Perú era la Chavín (3.200 años de antigüedad). Las pruebas de carbono 14 fecharon a la ciudadela con una antigüedad de 5.000 años, es decir, contemporánea con las civilizaciones en Egipto y Mesopotamia. Los arqueólogos apenas daban crédito a lo hallado.
Visitar un sitio arqueológico demanda cierta creatividad e imaginación. Uno ve algo concreto pero la idea es ver más allá: cómo ese montículo fue el cimiento de una gran pared, cómo esa piedra fue un preciso reloj astronómico. Para ello, contar con un guía como Armando, un viejo caralino que hoy solo trabaja en días feriados, es indispensable para poder atender a la película invisible que transcurre ante nuestros ojos.
Con su relato poderoso, uno puede viajar al pasado e imaginarse este lugar bullente de vida: con sacerdotes oficiando ceremonias en lo alto de las pirámides (y viviendo al lado de ellas, nunca adentro). También se puede pensar en las fiestas que se deben haber organizado en el anfiteatro, la estructura circular de la ciudad, en la que encontraron decenas de flautas de hueso y cornetas que dan cuenta que pudo haber sido sede de una orquesta.
Caral tiene que haber sido un faro cultural enorme en esta parte del continente que atraía a miles de peregrinos, en busca de conocimiento, religiosidad y comercio. En su suelo, se han hallado numeroso restos de peces, lo que evidencia un fuerte intercambio económico con las zonas más costeras. También se han hallado piedras preciosas que no pertenecen a la zona, que deben haber llegado como tributos u obsequios a las castas nobles.
Aunque los habitantes de Caral dejaron sus pirámides y asentamientos como importantes vestigios de su estancia en esta meseta, poco es lo que se sabe de ellos. Como toda cultura prehispánica, carecían de escritura y lo que se puede saber de ellas es limitado. Para sorpresa de arqueólogos, se encontró hace unos años un quipu, que es el instrumento de contabilidad de los incas, lo que indica que los caralinos lo conocían 4 mil años antes del imperio.
Armando nos cuenta que, como las grandes civilizaciones del mundo, el destino final de Caral fue un enigma que quizá nunca se resuelva. Se especula que la ciudad probablemente fue abandonada por sus habitantes y élites, acaso enterrada, luego de miles de años de vigencia, tras un fenómeno del Niño fuerte o un cataclismo peor.
El recorrido por las numerosas pirámides del complejo, cuya extensión es de más de 600 hectáreas, es interesante aunque agotador. El principal motivo es el sol. Se recomienda llevar sombrero, sombrilla o bloqueador solar y una botella de agua para prevenir la deshidratación. Un recorrido típico por el complejo de Caral suele durar una hora. La experiencia se queda para toda la vida. //