La historia recuerda a Eduardo, el Duque de Windsor, por ser el primer monarca de la era anglosajona en renunciar al trono de Inglaterra. Lo hizo, como apuntaban las escandalizadas crónicas de la época, para poder casarse con Wallis Simpson, una mujer divorciada, en una unión que la familia real y su iglesia veían con muy malos ojos. Al fugaz Eduardo VIII, que fue su nombre de rey, debería reconocérsele otro hecho igual de llamativo: haber puesto en boga el nudo de corbata Windsor. Un símbolo de elegancia que no se ha extinguido.
Cuentan las crónicas que el Duque, que era primogénito del rey Jorge V, tenía un sentido refinado de la moda que lo hacía verse distinguido y casual, sin esa solemnidad que en su familia parece hereditaria. Cada uno de sus viajes a Estados Unidos revolucionaban la moda masculina de ese país. Y una de las cosas de su presencia que más llamaba la atención entre caballeros era el nudo de sus corbatas, más anchos que el resto de plebeyos. Era un triángulo invertido sólido, simétrico y estable, recomendado para cuellos de camisa abiertos y amplios.
Lo curioso es que el Duque no inventó el nudo de Windsor y, según se reporta, pocas veces lo uso. El conseguía el efecto de volumen típico del Windsor al usar corbatas de tela gruesa, que anudaba con el clásico nudo de cuatro vueltas, el más simple de todos. Sobre la invención del “windsor necktie” se barajan dos teorías: que fue su abuelo, el rey Eduardo VII, el responsable. Otros dicen que fue creación heroica de la clase aristócrata, que quería un nudo grande como esos que usaba el duque e inventaron una forma nueva de conseguirlo, con un nudo de varias vueltas.
Sobre la historia de las corbatas no se ha escrito mucho, acaso por su rol accesorio dentro de las prendas masculinas. La corbata, desde un punto de vista utilitario, no sirve para nada: no protege del frío, no previene que la ropa se caiga, como la correa o los pasadores. No nos protege del sol. Es un objeto de deseo puramente ornamental al que nosotros le hemos dado significados, sobre la base de los valores que asociamos a la gente que las usó por primera vez.
«Lo que vale el hombre, vale la corbata. A través de ella, se revela y se manifiesta el hombre»
Honoré de Balzac
Y está escrito que los primeros en usar corbatas fueron los croatas, país en el que incluso se celebra el Día de la Corbata (18 de octubre). Se relata que fue durante las guerras prusianas del siglo XVII que estas prendas largas empezaron a despegar en la moda masculina, cuando un ejército de mercenarios de Croacia llegó a Francia a luchar por el Papa con unos extraños y atractivos lazos rojos alrededor del cuello.
El fin de estos era ornamental y sentimental, pues los paños eran un recuerdo que sus esposas dejaban en sus cuellos, para que se acuerden de ellas y volviesen de la guerra sanos. Estos trapos, de muselina, les servía además para identificar a los bandos. Tan importante era su uso que las guerras no se empezaban hasta que los grupos no escogiesen las corbatas que los identificarían en batalla.
“Una corbata bien anudada es el primer paso serio de un hombre en la vida”
Oscar Wilde
El rey Luis XIV al ver el distintivo de los croatas perdió la cabeza y decidió que su ejército también los usase, con su sello real. A esas tiras de tela las denominó cravatte, por alusión a su país de origen. En adelante, las corbatas serían adoptados por los burgueses y evolucionarían en la multitud de nudos que conocemos: se volverían anchas hasta tapar el pecho, luego esbeltas, como una tirita de color sobre las camisas. Se volverían largas hasta llegar al cinturón o pequeñas, como la corbata michi o “pajarita”.
En cualquier forma, todas siguen siendo signos de distinción masculina. En algunos círculos, como el mundo de los ejecutivos y los negocios, se uso es indispensable para trasmitir seriedad, confianza y respeto entre pares, pudiendo quedar uno proscrito o sancionado socialmente si no porta una. Y en ciertas entrevistas de trabajo también se aconseja vestirlas. En ocasiones de duda, es un clásico que uno tenga una corbata anudada en el bolsillo, por si acaso.
El Windsor no es el más sencillo de hacer, pero aprenderlo y dominarlo es parte de ritual urbano de iniciación masculina. Como cuando se es niño y se quiere imitar los hábitos matutinos de papá. Para el windsor se requiere hasta de 12 pasos, en su versión completa y 9 en su versión media. A continuación dejamos dos tutoriales de YouTube seleccionados, de entre un mar que se puede conseguir en la red, para que puedas hacerlo tu mismo. Paciencia y suerte. //