"Felipe Pinglo, presente", por Carlos Galdós. (Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
"Felipe Pinglo, presente", por Carlos Galdós. (Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
Carlos Galdós

Hace más de un siglo el Perú tenía, como hoy, marchas por reivindicaciones salariales. Se luchaba entonces por la jornada de las ocho horas de trabajo. Hoy las marchas continúan, pero por sueldos justos.

Hace más de un siglo una aristócrata no podía fijarse en un simple tipógrafo de la clase trabajadora. Era casi un delito. En el Perú del 2017 nada ha cambiado. Se llenaron páginas de páginas con el fenecido romance de Alondra y Paolo, la sorpresa y asombro de la chica de apellido y el futbolista. Hoy que el galán es otro, ya no llama la atención. Todo es normal, el piso está parejo.

En realidad, nada ha cambiado. En realidad nos hemos radicalizado. Hace más de un siglo los hombres creíamos que las mujeres eran de nuestra propiedad, que al no tener actividad fuera de la casa entonces debían acatar lo que nos parecía. Hoy no solo algunos lo creen, sino que nos hemos convertido tristemente en el país con más violencia contra la mujer y más feminicidios. Récord que nos avergüenza.

¿Cómo hacen las sociedades modernas, igualitarias, para que estas grandes lacras de desigualdad puedan acabar? Es claro que en el Perú no lo hemos logrado: no solo no avanzamos, sino que retrocedemos y seguimos haciéndolo.

¿Por qué esta reflexión?

Iba camino a ver el musical El plebeyo en el Teatro Municipal. Nos tomó casi dos horas, las marchas no nos dejaban pasar, todo el Centro estaba tomado: una calle de enfermeras, otra de médicos, otra de profesores. Era una escena de la obra, un siglo antes. Por eso mi reflexión.

Julio Felipe Federico Pinglo no solo escribió El plebeyo, historia de amor peruana que todos o muchos hemos escuchado o cantado en alguna peña, siempre muy sazonados y cantándola a todo pulmón como si la herida del buen Pinglo nos doliera a cada uno. Sí pues, nosotros también tuvimos nuestro West Side Story con final dramático.

Pinglo, el poeta, el pensador, el luchador, también tuvo una sensibilidad social de la que no pudo escapar en un país de tantas desigualdades y les cantó a todas las clases desprotegidas del país. Cuando leemos su letra, no podemos dejar de sentir que nos interpretó muy bien. Los peruanos no aprendemos aún a reconocernos y a aceptarnos. Cuántos siglos tendrán que pasar para que podamos tener otro rostro.

Si Pinglo no hubiera sido chatito, medio cojín, y se hubiera apellidado diferente, tal vez hoy todos los jóvenes podrían saber de quién se trata y no estarían descubriéndolo casi 100 años después. También pienso que, si hubiera nacido en Argentina, con una producción tan grande, habría tenido otro destino y no creo pecar de pesimista, solo de realista.

Pinglo está vigente, pensé. Hay todavía mucho recorrido social que hacer, hay mucho que conocer de su pensamiento y de su obra. Y cuando los papás nos quejemos de por qué los chicos son como son, pensemos qué les damos nosotros: hagamos nuestra chamba. Tal vez una forma chiquita es presentarles otras opciones. Yo sugiero que hoy, por ejemplo, visiten el Teatro Municipal y recorran el Centro de Lima, que pocas veces visitamos y que nos da la visión de otra Lima, también hermosa. Les aseguro que, al salir, tendremos algo más de qué conversar con nuestros hijos. 

Esta columna fue publicada el 19 de agosto del 2017 en la revista Somos.

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