1. CIELO
El avión penetra las nubes sobrevolando las indestructibles moles de la cordillera. Minutos después se observan montañas aparatosas en cuyo centro los caseríos se apeñuscan, como si los cerros estuviesen a punto de tragárselos. ¿Cómo será la vida allá abajo? ¿Cómo habrá sido en los 80? He tardado más de 40 años en visitar Ayacucho. ¿Por qué no la conocí antes? No sabría decirlo. O quizá no quiero. ¿Miedo, prejuicio, flojera, ignorancia? Tal vez ninguna de las anteriores. O tal vez todas. Lo cierto es que he venido gracias al Hay Festival, que este año organizó por segunda vez una serie de conversatorios en esta ciudad, donde por fin podré concretar un deseo: hablar sobre los años de violencia y sobre las formas tan radicalmente distintas en que los vivimos.
2. CINE
En el aeropuerto Alfredo Mendívil Duarte (bautizado así en homenaje al coronel FAP que aterrizó por primera vez un avión en Huamanga), al lado de la cinta eléctrica donde las maletas dan morosas vueltas esperando ser recogidas, se aprecia un enorme retablo de tres niveles. Al verlo pensé inmediatamente en Retablo, la multipremiada película peruana nominada a los Goya 2020. Recuerdo que la impactante historia de Noé y Segundo me dejó con muchas ganas de conocer Ayacucho. A la salida del aeropuerto, me instalo en la movilidad del hotel y, de pronto, como si yo lo hubiera invocado con mis pensamientos, aparece en la camioneta Amiel Cayo, el actor que hace de Noé en Retablo. Lo saludo sin creérmelo y estoy a punto de presentarme cuando él me dice: “¿Te acuerdas cuando me entrevistaste por mi libro?”. Me quedé helado. Hice memoria y, en efecto, ahí estaba el recuerdo. Se refería a Willka Nina, la historia de un danzante de tijeras que el talentoso Amiel escribió antes de convertirse en la celebridad que hoy es.
3. PASADO
Durante mi encuentro con el público en el Salón Consistorial de la Municipalidad, donde me acompañó el talentoso dibujante Omar Zevallos, fue inevitable contarles a los asistentes que mi padre estuvo en Ayacucho varias veces. Una de esas fue en el verano del 82 siendo ministro de Guerra. Una columna de Sendero Luminoso había asaltado la cárcel de Huamanga y, tras un enfrentamiento con la Policía, liberó a un nutrido contingente de subversivos. Tres policías murieron a balazos. Tres terroristas heridos fueron a parar al hospital regional, donde una noche fueron estrangulados y acribillados por agentes encubiertos de la Policía, en venganza por la caída de sus compañeros durante la toma de la cárcel. El hecho se filtró a la prensa: se sostenía que dos de los asesinados eran inocentes. A través de volantes los senderistas amenazaron a la población con tomar la ciudad después de Semana Santa. El Sábado de Gloria mi padre llegó en helicóptero a Huamanga y se dirigió de inmediato al cuartel Los Cabitos. Un periodista le tomó veloces declaraciones. “Solo esperamos la orden del presidente”, dijo, “estamos con los motores calientes para intervenir”.
4. NOCHE
Un joven de unos 30 años me preguntó al final de la charla: “¿Cómo se libra una sociedad del trauma de haber vivido tantos años bajo la mano senderista y la mano militar?”. Solo atiné a decirle: escribiendo, contando. Afuera, en la Plaza de Armas, se realizaba un concurso de Lucha-Libro a todo volumen. Más tarde, con la emoción todavía recorriendo el cuerpo, me dejé guiar por el escritor local –y flamante director de la Cámara Peruana del Libro– Willy del Pozo (‘el Vega Llona de Huamanga’), quien nos llevó a un grupo de invitados a un discreto pub-karaoke. En el parque contiguo, un puñado de jóvenes moteros libaban entre gritos. Los escritores terminamos contándonos la vida y brindando por casi cualquier cosa. Cuando salimos a la calle, lo único que se movía eran las sombras puntiagudas de los templos. En las mismas esquinas donde años atrás reinaba el miedo ahora solo se percibía un silencio de jirones mal iluminados. //