El COVID-19 nos ha llegado a la humanidad como una factura pendiente que habíamos logrado evitar, de manera, no tan astuta. Esta situación ha paralizado el mundo dejando a familias sin sus seres queridos, obligando a los gobiernos a ser más firmes y decididos al momento de tomar acción, y a las empresas a redescubrirse internamente para demostrar qué tan humanas son y darse cuenta que deben transformarse. Pero la naturaleza también ha tomado un papel importante para hacernos ver, de una vez por todas, las consecuencias de nuestra falta de consciencia.
Hace más de 60 días China dispuso la cuarentena en el país para protegerse de la pandemia del COVID-19. Es decir, el mundo comenzó a respirar nuevamente hace 1,440 horas. La naturaleza empezó a reclamar su terreno hace 86,400 minutos, ha tenido 5,184,000 segundos para demostrarnos que los humanos hemos abusado de ella y no ha escatimado en sus ejemplos.
Hemos visto a los canales de Venecia limpiarse y llenarse de cardúmenes nuevamente, el CO2 en la atmósfera terrestre disminuyó debido a la baja en la producción de las fábricas. Madrid en siete días logró que el dióxido de nitrógeno, producido por los autos, disminuyera de 33 a 21 microgramo por metro cúbico, es decir, bajó 35% en solo una semana. China logró disminuir 25% en sus emisiones de CO2, lo que significa que, no emitió 150 millones de toneladas métricas (mtm) de CO2 o, para ser más gráficos, todo el dióxido de carbono que produce Nueva York en un año. En Lima, la calidad del aire mejoró al punto que, desde el 16 de marzo, tenemos menos material particulado fino en el aire que en los últimos tres años.
Nuestra sociedad ha vivido durante los últimos 150 años bajo la “utopía” que nos vendió la revolución industrial en su momento. Este cuento de hadas se convirtió, poco a poco, en un arma de doble filo que dejó a nuestro ecosistema al borde del colapso tras la pérdida de la biodiversidad y de los recursos naturales. ¿Cuál es la lección entonces? Debemos escuchar al planeta y tomar medidas inmediatas desde todos los frentes y, en especial, desde el empresarial. Aunque este argumento ya ha sido usado años pasados, tal vez nos encontramos en el momento exacto para iniciar con fuerza una nueva revolución: la natural, donde los frutos del bosque y el valor del oro verde sea mucho mayor que aquello que se encuentra debajo del suelo.
Esta revolución, debe ser encabezada por un nuevo tipo de empresas, nacidas de y para la biodiversidad. A través de marcas con propósito e industrias que protejan los recursos naturales como parte de su misión y visión, el Perú es un candidato ideal volverse líder de la revolución natural gracias a la biodiversidad que posee en todas sus regiones, porque Estados Unidos, China y Europa ya han arrasado con su naturaleza. ¿Cómo? Debemos apostar por nuestros bosques amazónicos, así como por la flora y fauna de la sierra.
Tenemos que dejar de mirar el modelo occidental que aprendimos de pequeños. La coyuntura actual nos muestra que éste ya no funciona. Debemos enfocarnos, nuevamente, en nuestros ancestros: aquellos que construyeron maravillas arquitectónicas como Machu Picchu o protegieron sabiamente los bosques durante miles de años. Debemos empoderar a las comunidades que se preocupan por el medio ambiente y convertirlas en nuestro caballito de batalla, porque si ellos tienen un sustento protegiendo el bosque, nuestras áreas naturales seguirán vivas, protegidas y prevalecerán.
Si nos damos un respiro, como lo estamos haciendo ahora, aunque no sea voluntario, podemos ver el daño que le hacemos al planeta y cómo la naturaleza nos grita a voz en cuello que nos detengamos y como empresarios hagamos algo. Tal vez si tuviéramos más empresas humanas, comprometidas y empáticas; y si hubiera más empresarios involucrándose con absoluta convicción, podríamos cuidar mejor la principal reserva de oxígeno, de agua dulce del mundo y la principal farmacia natural. Este es el momento de cambiar, de unir fuerzas y utilizarlas para hacer el bien. ¿Hacemos algo en la era post coronavirus o continuamos replicando el modelo tradicional?
* Jorge López-Dóriga, director ejecutivo de Comunicaciones y Sostenibilidad del Grupo AJE