En los Estados Unidos se usa el nombre genérico de Karen para referise a aquella mujer de edad mediana, blanca y racista que gracias a sus enrarecidos aires de superioridad se hace irremediablemente insoportable. Respaldada por esta importancia autoatribuida, la Karen se muestra en su esplendor cuando en un establecimiento público (usualmente un supermercado) suele proferir su grito de batalla: quiero hablar con el gerente. Así como el agua moja y el sol ilumina, Karen asume que el mundo le debe subordinación natural. Karen es universal. Todos conocemos una.
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La Karen tiene un estilo propio focalizado en su corte de pelo. Así como existe el corte bacenica existe el corte Quierohablarconelgerente. Se trata de una suerte de cerquillo largo que atraviesa desafiante la frente en diagonal, convergiendo en un corte breve y decidido en las proximidades de la nuca. Sobre la coronilla un pequeño penacho puntiagudo y sediento de gel se proyecta hacia las alturas señalando los estamentos superiores a las que esta mujer se siente pertenecer (1).
Los orígenes de esta Karen taxonómica no están claros. La referencia más antigua es la película Buenos Muchachos, de 1989. En ella la esposa de Henry Hill, el mafioso protagonizado por Ray Liotta, se llama Karen y arroja al wáter 60 mil dólares en cocaína, detalle que licúa el último patrimonio conyugal de la pareja. En Chicas Pesadas, filme del 2004, hay un personaje llamado Karen que es racialmente desatinado. Karen ya es denominativo genérico que se adapta a la coyuntura: su útima versión es la Karen Tosedora, referida a aquella partidaria de Trump que no usa máscara y suele toserle en la cara a los latinos y/o negros como muestra de su patriotismo red, white and blue.
En el Perú hay mujeres (y hombres, no discriminemos) que se inscriben en comportamientos como los descritos. No hay un nombre de pila específico para identificarlas, aunque por alguna razón intrínseca a su sonoridad se podría postular el de Melanie.
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A una de estas Karen, o Melanie, la vi el otro día en Wong. Vestía un buzo aterciopelado azul marino y hacía una semi cola sin distancia social a la vez que hablaba por teléfono escudriñando su alrededor. Especialmente a las mujeres. Mientras, su empleada hacia la cola verdadera empujando una carretilla llena de felicidad consumista hasta el tope.
Mientras eso sucedía Karen o Melanie tomaba asiento en el puesto vacío de una cajera. Desde ahí les hacía señales a las trabajadoras de Wong con un grácil movimiento de deditos con los que María Antonieta debe haber pedido una lima de uñas. Las mujeres de Wong la ignoraban. Hasta que una de ellas visiblemente ocupada hizo un alto para atenderla. Karen o Melanie quería que le trajera una tajada de queso Brie, ni muy grande ni muy chica. La mujer, suspirando, amablemente le hizo saber que lo que pedía lo tenía a 15 metros de distancia.
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Fue como si a Karen o Melanie le hubieran mentado la madre. Estalló en improperios mientras a su empleada se le adivinada una sonrisa bajo la mascarilla. Cerró su diatriba con la elocución confirmatoria de su metafísica: ¡quiero hablar con el gerente! El ridículo fue celestial. Resulta que la mujer que educadamente le había dicho levántate y no jodas era la gerente.
Felizmente entre nosotros no existe el apelativo de Karen ni el de Melanie para referirse a estas personas. Otorgarles el anonimato sería un homenaje. A ellas hay que identificarlas con su nombre para facilitarles la esplendorosa forma en que han decidido hacerse famosas. Karen de Wong, se me escapó tu nombre. Pero tú sabes quién eres. //
1) Alguna vez, en aquellos ahora mejores tiempos en que la televisión nacional ofrecía programas como Utilísimas, Camucha Negrete – que jamás será una Karen- ostentaba una versión impecable del corte originado en inocente sintonía ochentera.