Estamos a fines de los años ochenta y Ernesto Pimentel descubre que una mujer habita en su interior. Más que un hallazgo racional se trata de un pálpito, una epifanía. Lo ha sentido (y lo ha sabido) al ver pasar, en pleno centro de Lima, el cortejo fúnebre de Flor Pucarina, la Faraona del Cantar Huanca, autora de Palomita Herida, la canción que su madre, ya fallecida, le cantaba de niño antes de dormir.
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Después de comprobar in situ la devoción que Flor despierta en el pueblo, Ernesto está seguro de lo que tiene que hacer: dejar de ser bailarín en el café-teatro donde secunda a Coco Marusix para encarnar a la Chola Chabuca, el personaje que, en cosa de pocos años, lo llevará a la televisión y catapultará a la fama.
Ese giro dramático –el acceso repentino al estrellato– podría haberse convertido en el momento estelar de Chabuca, la biopic de Tondero que acaba de estrenarse en las salas locales. Felizmente no es así. Para el director, Jorge Carmona, la historia de Pimentel contiene una trama más interesante: la batalla por sobrevivir emprendida por un chico pobre, huérfano, migrante, gay y enfermo en una sociedad como la peruana, que en aquella época incurría en el clasismo sin culpa, practicaba la homofobia con impunidad y estigmatizaba el VIH con ignorancia.
En la película vemos al joven Ernesto abismarse al mundo de los saunas clandestinos donde muchos adolescentes se inauguraban en el amor homosexual; lo vemos transitar discotecas y clubes de ambiente formando parte de una pandilla gay cuyos miembros hablan en lóxoro, el argot encriptado de las mujeres trans; y lo vemos enamorado hasta el tuétano de André, pareja más bien tóxica que no sabe lidiar con el paulatino renombre artístico que va ganando Pimentel.
Esos son los mejores momentos de la película, y lo son gracias al guion, pero sobre todo al convincente trabajo de dos jóvenes actores que refrescan la pantalla y transmiten verdad en cada escena: Sergio Armasgo (Ernesto) y Miguel Dávalos (André).
Como director, Jorge Carmona decide no distraerse mostrando los posibles ángulos sórdidos, oscuros o brutales que suele traer consigo toda condición marginal, y se centra en la doble lucha de Ernesto: primero, superar la precariedad de la que ha surgido; y segundo, retribuir el afecto de aquellas mujeres que lo protegen: la abuela (interpretada espléndidamente por Haydeé Cáceres), la religiosa y la asistente del programa televisivo. Ellas tres sustituyen simbólicamente a la madre, a quien Ernesto pierde muy pronto, de quien hereda la creatividad y la persistencia, y a quien evoca y vislumbra cada vez que la vida lo pone contra las cuerdas.
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Los espectadores que hoy tenemos entre cuarenta y cincuenta, y que a lo largo de más de dos décadas hemos visto a Pimentel reconfigurar la idea televisiva de paisana, podemos discrepar con el estilo o el humor de sus programas, incluso podemos discutir su representación del temperamento serrano, pero tenemos que reconocerle un mérito innegable: haberles ganado la partida a los transfóbicos (que en este Perú machista no son, precisamente, una minoría). La sola vigencia de una Drag Queen Folk en un medio tan conservador es una señal alentadora. Ahora bien, sería justo decir que el éxito de la Chola también obedece a que es una difusora entretenida de distintos géneros de música vernacular, un ámbito que no deja de producir estrellas ni de ganar fanáticos.
Tal como señalaba líneas arriba, la biopic de Carmona se hace interesante no tanto por la popularidad que alcanza el personaje, sino por el modo pujante en que se impone a las fuerzas adversas del destino. Pienso, además, que con Chabuca la productora Tondero –criticada muchas veces por supuestamente apuntar al taquillazo– da un salto de calidad que viene siendo muy apreciado.
Ojalá todos vayan a verla.
Ojalá vengan más películas así.
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