Todas las madrugadas solía despertar a mis padres para contarles interminables historias de viajes espaciales que hacía con mi tío Willy, un personaje que me había inventado. En esas épocas yo tenía tres o cuatro años y en mi vago recuerdo, claro, lo consideraba real. Quería, pues, convencerlos de que todo lo que relataba era cierto. Fue tan intenso el asunto que mi mamá le preguntó a mi padre si debía llevarme al psicólogo. Él dijo que no. Que mi creatividad estaba manifestándose y que debido a mi edad todavía no la podía manejar, entender ni direccionar.
Albert Einstein dijo una vez: “La creatividad es la inteligencia divirtiéndose”. Y es verdad. Los humanos somos capaces de crear todo el tiempo. De niño es cuando uno empieza a explorar esta habilidad sin saber muy bien qué es. Cuando vivimos cualquier experiencia por primera vez, nuestra creatividad entra en juego como modo de supervivencia, afrontando un reto desconocido. Por ejemplo, un niño que experimenta un enamoramiento crea involuntariamente todo tipo de acciones para acercarse a esa persona o llamar su atención.
El genio alemán también señaló: “La imaginación es más importante que el conocimiento. El último se limita a todo lo que sabemos y entendemos, mientras que la primera abraza el mundo entero y todo lo que alguna vez habrá que saber y entender”. Es por eso importante que un niño lea, use juguetes, pinte, se divierta con su grupo con sus amigos, toque algún instrumento, escuche música, etc. Todas estas actitudes desarrollan su mente para que pueda imaginar soluciones y así expresar su interior. La creatividad, al final, no es exclusiva de los artistas.
En Ignacio y el árbol, mi nuevo libro, he querido exponer los conflictos de un niño con su borboteante imaginación. Ignacio sentía que un árbol se comunicaba con él, lo cual no es tan irreal como suena. Recordemos que el cantante Otis Redding compuso The Dock of a Bay mirando una puesta de sol en la bahía de San Francisco. Él estaba en un bus con su banda, pero sintió que debía bajar para ver el sunset. Luego les dijo a todos que la bahía le dio la canción. En la humilde publicación de quien escribe estas líneas trato de explicar el origen de la inspiración en un niño y el conflicto que surge con quienes no lo entienden.
Las personas que no son creativas difícilmente entenderán el misterioso trance de la inspiración. Algunos suelen decir que cuando un artista escribe una canción, poema o cuento, es porque obligatoriamente han vivido la experiencia a la que cualquiera de estas piezas se refiere. Otros, más cursis, indican insoportablemente que los guitarristas escogen ese instrumento por su similitud con el cuerpo de una mujer. Nada más errado y necio. Los peores han esgrimido numerosas veces que artistas en la historia de la música han hecho pactos con el diablo para alcanzar una creatividad superior. Esta creencia, de hecho, es muy llamativa, por lo que siempre es bien aprovechada por ellos para generar controversia. Rihanna, en el videoclip de Umbrella, se contorsiona de una manera humanamente imposible representando la cara del diablo. Los raperos siempre muestran en sus videos dinero lloviendo, haciendo referencia a Rainman. Incluso hay quienes mencionan este alías demoniaco explícitamente en las letras de sus canciones. Pues aludir al ocultismo es un marketing muy efectivo. Si no, pregúntenle a Marilyn Manson o a cualquier exponente del heavy metal.
La inspiración no es tan fácil de conseguir, ciertamente. Por eso tanta incomprensión al respecto. Muchos creen que esta va hacia uno, cuando en realidad hay que hallarla uno mismo. El comunicador mexicano Will Soto ve esto como “el resultado de un proceso activo y no el viejo precepto romántico de echarse a dormir esperando un ¡eureka!”. Para inspirarse hay que dar el primer paso. Es por eso que las lluvias de ideas ayudan tanto. Uno empieza por escribir una y eso hace que brote una nueva y con ella otra y otra más. Como dijo el pintor español Pablo Picasso: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. //