Para qué hablar de política y elecciones cuando puedo escribir sobre El agente topo, la notable película de la chilena Maite Alberdi. En rigor, no se trata de una película sino de un documental, o sea, no hay actores, no hay ficción, todo es real o, como reza la promoción, “increíblemente real”.
Alberdi nos cuenta la historia de Sergio Chamy, un anciano, viudo, que acepta la propuesta de una agencia de detectives para ingresar en calidad de espía encubierto a un asilo de ancianos donde se cometen supuestos maltratos. Como parte de su entrenamiento debe familiarizarse con una serie de códigos de investigación, herramientas tecnológicas (por ejemplo, unos anteojos con cámara escondida que acabará rompiéndosele) y aprender a enviar mensajes de voz por WhatsApp (tarea que, según cuenta la directora, le demandó seis horas).
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Al inicio vemos a Sergio, el agente topo, mimetizándose con los residentes del Hogar El Monte, en su mayoría mujeres. Hace averiguaciones, anota detalles en una libreta, graba videos no precisamente muy útiles y aprovecha las horas de la noche para escribir minuciosos reportes. A través de sus ojos vamos conociendo a las distintas huéspedes del lugar: las que llevan muchos años dentro, las autosuficientes, las chismosas, las que escriben poemas, las que buscan el amor tardío, las que sufren demencia, las que bailan, las que ya no pueden valerse por sí mismas.
Poco a poco, Sergio va desentendiéndose de la misión que le fue originalmente asignada, pues entiende que las atenciones en la casa de reposo son más que satisfactorias, y que el verdadero problema está afuera, en la calle, es decir, en la sociedad, puntualmente en los familiares de esas mujeres, que empiezan visitándolas con frecuencia pero acaban por desaparecer.
Sergio se da cuenta entonces de que lo único que buscan esas viejecitas es un vínculo con la realidad, poder contar de nuevo, siquiera brevemente, con la compañía de alguno de sus hijos o de cualquier persona que las distraiga del abandono, de esa tremenda soledad que las va matando mucho antes que la propia muerte.
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La película de Alberdi –estrenada en enero de 2020 en Sundance, pero disponible en Netflix desde el 19 de febrero– llega en un momento clave, en medio de una pandemia que ha matado a muchos abuelos (en el Perú han fallecido más de 35 mil), y cuyos sobrevivientes pugnan hoy por una pronta vacunación. El mayor atributo de El agente topo, sin embargo, no es su oportunidad sino la sensibilidad con que refleja la marginación de los adultos mayores y la dureza con que nos recuerda que su cuidado emocional no depende de ninguna otra institución que no sea la familiar. No extraña por eso que haya ganado premios en San Sebastián, que haya sido escogida para competir por los premios Goya 2020 y que haya sido seleccionada para candidatear al Óscar el próximo 25 de abril, en la categoría mejor largometraje documental.
El martes la vi y salí del cine con piel de gallina. Volví a casa pensando en los ancianos que más me importan, en lo lejos que estoy de ellos, en la incertidumbre de no saber cuándo podré abrazarlos otra vez. Pensé en mis tíos Gonzalo y Renato, ambos ya con más de 80 años encima, y sentí de pronto la necesidad de visitarlos en su casa de Barranco, de sentarme a escuchar sus historias repetidas, de oírlos cantar, refunfuñar, discutir, disputándose la razón y los recuerdos. Pensé también en mi madre, abuela de tres nietos, a quien suelo animar por teléfono diciéndole que muy pronto volveremos a estar juntos, aunque desde un año expresiones como “muy pronto” y “estar juntos” sean solo muletillas esperanzadoras.
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La pregunta incómoda que te deja clavada El agente topo es: ¿qué diablos estás haciendo con las personas que te dieron la vida y te ayudaron a crecer? Mientras eran fuertes y parecían eternamente jóvenes gozaban de toda tu atención, pero ahora que están viejos, cansados, llenos de manías y delirios, apenas si los dejas participar de tu vida, apenas si te interesas por la suya. No se trata de velar por ellos día y noche si eso no está a nuestro alcance; a veces se trata solo de darles un poquito de importancia. //
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