En un taller ayacuchano, un hijo observa trabajar a su padre. El padre, eximio artesano retablista, inicia al hijo adolescente en el oficio. Le enseña cómo esculpir y pintar las estatuillas, cómo confeccionar la caja de madera donde serán colocadas. Cuando lo ve tropezar en su intento de crear sus primeras figuras, le aconseja no dejarse ganar por la impaciencia. “No podrán nacer si estás apurado”, le dice señalando las criaturas. El hijo lo escucha con atención, intuyéndose heredero, no solo de un arte que será su medio de vida, sino de todo un universo cuyo significado no está en capacidad de comprender todavía.
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Padre e hijo atraviesan los campos llevando retablos encargados por clientes habituales: grandes familias, comerciantes del mercado, el sacerdote de la iglesia del pueblo. Vemos al hijo convertirse en lugarteniente del padre, como si su nombre, Segundo, fuera un rol dado anticipadamente. La madre aguarda por ellos en casa y, aunque su afecto y dedicación hacia el hijo jamás son puestos en duda, es con el padre con quien el chico desarrolla mayor afinidad. No nos gusta admitirlo como hijos, pero siempre hay un padre que nos fascina más. Como padres no nos gusta reconocerlo, pero siempre hay un hijo en quien nos proyectamos más.
La armonía cotidiana de Segundo, sin embargo, se quiebra de golpe el día que, involuntariamente, descubre el gran secreto de su padre. La realidad trae abajo todas sus certezas. Su padre no es el hombre que parecía ser. Es alguien más. Pero quién. Y desde cuándo. Y, sobre todo, por qué. Si antes la mano del padre vendaba los ojos de Segundo para enseñarle a memorizar los atuendos de la gente que sería convertida en estatuilla, ahora esa misma mano deposita al hijo en las sombras de su propio retablo, donde solo le queda ser una figura quieta, muda, impotente.
Junto con el miedo surge entonces el recelo. El hijo se enoja con el padre, incluso parece odiarlo; sabemos que no es un odio real, es solo el amor manifestándose a través de la rabia, la rabia de sentirse engañado por el hombre que más admiraba, quien lo venía preparando para convertirse en un adulto libre. ¿Es la súbita revelación de los secretos paternos parte de esa preparación? ¿Es cierto que el hijo solo puede surgir del todo cuando el padre, en sentido figurado o literal, desaparece?
El director peruano Álvaro Delgado Aparicio, junto a un magnífico equipo de realizadores, actores y productores, nos ha entregado una película importante, dotada de una sensibilidad infrecuente entre los cineastas nacionales, y cuyo mensaje es tan potente como universal. Porque más allá de los cálidos paisajes de Huamanga, de esos parlamentos en quechua que colman de autenticidad a los personajes, del hermetismo propio de la vida que transcurre en esas pequeñas casas del ande, más allá de toda esa puesta en escena, el mundo de Retablo discute valores que hoy generan rencillas entre peruanos de distinto origen y condición: el machismo violento, la tóxica idea social de masculinidad, la intolerancia frente a la diversidad sexual, el papel de los padres en la formación de los hijos.
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En ese sentido, qué interesante resulta que se haya elegido un nombre de jerarca bíblico –Noé– para el padre de la ficción (interpretado sólidamente por Amiel Cayo). El Noé del Antiguo Testamento, asociado a la justicia, la épica, la templanza, poco tiene que ver con este Noé, hombre lleno de vicios que, a decir de sus vecinos, degrada a su familia; si bien al inicio su labor artística parece distinguirlo, luego, una vez desatado el diluvio, nadie duda en expulsarlo del paraíso. Ni siquiera su esposa (Magaly Solier). Ni siquiera él mismo.
Pero quien reclama una mención especial es Junior Béjar, el joven actor que encarna a Segundo, dueño de una inusitada habilidad para mantenerse en tensión dramática, lo que permite al espectador ser testigo de su crecimiento escena tras escena. El niño ingenuo de los primeros planos da lugar a un muchacho furioso que pretende hacer justicia por su propio puño y más tarde a un hombre resoluto que deja la casa en busca de su destino.
No vayan a ver Retablo únicamente por ser una obra multipremiada. Vayan a verla porque es sobre todo una celebración del amor y porque está llena de belleza, llena de verdad, llena de urgencia. //