El periodista Christopher Acosta ha publicado recientemente ‘Plata como cancha’ (Aguilar, 2021), un muy logrado reportaje sobre la vida y trayectoria de César Acuña. Leyéndolo uno se entera de las mentiras, artimañas y abusos dolosos que han caracterizado la actividad pública y privada del líder de Alianza para el Progreso.
El lunes pasado, en un intento por sacar el libro de circulación, Acuña formalizó ante Indecopi una denuncia contra la editorial Penguin Random House y contra el propio Acosta porque, según él, la frase “plata como cancha” es de su autoría y no puede ser empleada con fines comerciales.
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Más allá de la patética ironía de que Acuña invoque el principio de propiedad intelectual (principio que ha vulnerado sistemáticamente, tal como demuestra la investigación de Acosta), y más allá del disparate de haber patentado una expresión indecorosa que se usó para bautizar un juicio en su contra, más allá de eso, conviene preguntarse cuál es el verdadero propósito detrás de esta maniobra de intimidación.
Los antecedentes del hombre de la ‘raza distinta’, sumados a la proverbial sagacidad de su abogado Enrique Ghersi, invitan a pensar en una muy calculada búsqueda de notoriedad por parte de un candidato que lleva semanas hundido debajo de la línea de flotación electoral. Acuña no parece estar tan interesado en defender su honor y llevar esta acción legal hasta las últimas consecuencias como sí en colgarse al vuelo del éxito de ventas del libro de Acosta. Un éxito al que, por cierto, él viene contribuyendo sin querer, con tal eficacia que hasta podría reclamar un modesto porcentaje de las regalías.
Cuando un político emprende una campaña de desprestigio contra un libro, lo único que provoca son inmediatas ganas de leerlo. A ese fenómeno se le conoce como el ‘efecto Streisand’, bautizado así en 2003 a raíz de una denuncia de la cantante Barbara Streisand contra un fotógrafo por haber captado imágenes de su casa en California. Las fotos se habrían viralizado mucho menos si no hubieran recibido tamaña publicidad involuntaria.
Eso mismo le pasa a Acuña con ‘Plata como cancha’, pero también a Martín Vizcarra con ‘El perfil del lagarto’, de Carlos Paredes; y antes a Ollanta Humala con ‘H&H’, de Marco Sifuentes. Los tres dicen no haber leído los libros, a la vez aseguran que están plagados de inexactitudes y, en su afán por descalificarlos, los promocionan.
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En su contraataque, Acuña ha optado por la censura directa, mientras que Vizcarra –en opinión de Paredes– eligió la táctica de la amenaza. Sifuentes no tuvo mayores problemas con Ollanta en 2018, pues el ex presidente se resignó a la aparición de H&H, pero antes, en 2015, tuvo una desagradable experiencia con Laura Bozzo luego de que la conductora –usando también el pretexto de la propiedad intelectual– buscó paralizar la venta de ‘Señorita Laura’, el cómic de Sifuentes, Hernán Migoya y Ricardo Montes.
El silenciamiento editorial en el Perú tiene hitos inolvidables. Recordemos los ataques que en 1969 sufrió ‘La ciudad y los perros’, de Mario Vargas Llosa. El gobierno militar de entonces no prohibió la edición de Seix Barral, pero manifestó su enérgico rechazo a la novela. Incluso se habla de la quema de mil ejemplares en el patio del colegio Leoncio Prado.
En 1999, Carlos Vidal, ex pareja de Gisela Valcárcel, publicó ‘La Señito’ (San Borja Ediciones). La animadora televisiva lo demandó por relatar pasajes íntimos de ambos sin su consentimiento. El libro fue retirado de los quioscos en tiempo récord. Años después, Vladimiro Montesinos afirmó haber intervenido en el Poder Judicial para que el libro de Vidal fuese confiscado y se suspendiera la impresión del segundo volumen. Un hostigamiento particular vivió el periodista Toño Angulo en la Feria del Libro de Trujillo 2005, durante la presentación de ‘Llámalo amor, si quieres: nueve historias de pasión’ (Aguilar, 2004), donde se aborda la posible homosexualidad de Víctor Raúl Haya de la Torre. La turba aprista no arremetió contra el libro ni la editorial, pero sí contra Angulo, lanzándole huevos y amenazas de grueso calibre.
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No olvidemos, por supuesto, el permanente acoso leguleyo del Sodalicio contra los periodistas Pedro Salinas y Paola Ugaz luego de que viera la luz el ahora best seller ‘Mitad monjes, mitad soldados’ (Planeta, 2015).
Toda tentativa de censura es contraproducente por partida doble: la publicación cuestionada recibe mayor divulgación, mientras que la intolerancia del demandante queda expuesta.
La única salida inteligente para un poderoso es actuar con indiferencia ante el incómodo libro que lo perfila. Salvo que, como parece ser en el caso de Acuña y los demás, ese libro incómodo diga la verdad. //
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