El debut peruano regaló mucho espectáculo, pero no se pudo obtener la victoria. (Foto: AFP)
El debut peruano regaló mucho espectáculo, pero no se pudo obtener la victoria. (Foto: AFP)

Un instante puede modificar una vida. Un instante modifica destinos. En apenas un segundo de pronto todo puede cambiar. El fútbol, en eso, también imita a la vida. A los 43 minutos de iniciado el juego, la felicidad le fue ofrecida al Perú. Sin embargo, en ese mínimo instante en que el botín derecho de Cueva equivocó el golpe al balón, en apenas en ese breve segundo, se esfumó la felicidad. El seleccionado nacional estaba debutando maravillosamente en el Mundial. La sapiencia del técnico Gareca y el trabajo desarrollado con su comando técnico, se estaba escenificando en el campo de manera exacta a lo diseñado durante largas semanas. Habían estudiado tan al detalle a Dinamarca que el partido fue planteado con precisa inteligencia: orden en cada línea, actitud para adueñarse del encuentro y toque para tener la posesión del balón. Quien guste revisar el video encontrará que en el primer tiempo Perú superó a los daneses y ese partido bajo control blanquirrojo requería un gol, nada más que uno, porque ese gol habría ocasionado que el rival salga a buscar el empate y, entonces, habrían aparecido los espacios para sellar una victoria. El destino ofreció esa opción. Y la ofreció de la mejor manera: un penal convertido en gol a dos minutos del descanso significaba un entretiempo sereno para planificar un segundo tiempo favorable y se trasladaban las preocupaciones al otro vestuario. Pero suele ocurrir que un error, en un instante, puede modificar todo.

Y todo significa mucho. Media hora antes de que se inicie el encuentro hubo un instante de emoción intensa. Por los parlantes del Mordovia Arena se escuchó la voz del zambo Cavero cantando Contigo Perú y las tribunas, en sus cuatro sectores llenas de peruanos, empezaron un cántico tan sonoro, tan instemos que conmovía. No estoy recurriendo al cliché del valsecito y la peruanidad. Ocurre que en ese canto se sentía un país unido, fervoroso, orgulloso y feliz. Esas gentes, venidas con mil sacrificios, eran las que desde horas antes inundaron con sus banderas, camisetas y sonrisas el extenso puente que conduce al estadio. Espectar tanta alegría junta, tantas sonrisas, conmueve. Y esa alegría es la que inundó las tribunas con una energía impresionante que hizo que el técnico danés, en la conferencia de prensa, admitiese la fortaleza de las tribunas con esta frase: "nos afectó el ambiente tan intenso y nos sentimos atemorizados". En largos años viendo fútbol nunca tuve ocasión de ver, escuchar y sentir un fervor tan intenso, tan generoso, tan de corazón abierto. Cuando el árbitro dispuso el VAR la explosión de júbilo retumbó porque todos estaban seguros de que se cobraría el penal porque el único que no se había percatado era ese referí de modesto nivel. Cuando la pelota se ubicó en el punto de penal y Cueva partió a su encuentro todo el estadio, menos un puñado de daneses esperaba ese instante para recibir la felicidad que nos fue ofrecida porque la merecíamos. La felicidad estaba ahí, al alcance, apenas a doce pasos. Y en un instante se marchó convertida en una pelota lanzada al viento de la tristeza. Y esos miles de miles de peruanos siguieron cantando, alentando, aplaudiendo. Todos los que juegan con la camiseta 12 fueron, hoy, la figura de la cancha. 

Duele más porque Perú fue superior a Dinamarca en juego de conjunto, en situaciones de gol, en posesión del balón. Duele demasiado porque era un triunfo nuestro por méritos propios. El técnico de Dinamarca tuvo un segundo acto de hidalguía, que confirma el nivel del equipo peruano, al señalar que "Perú ha sacado muy poco, se merecían más, nosotros hemos tenido más suerte". Con el penal errado todo se modificó porque el segundo tiempo se tuvo que jugar con la tensión que atrae a las dudas y eleva los márgenes de error y con ese otro rival implacable: el reloj. Lo que pudo ser ese segundo tiempo apenas ha quedado en nuestra imaginación, pero, esta vez es una imaginación realista porque se habría cumplido la segunda parte del plan de Gareca: si Dinamarca recibía un gol hubiese tenido que buscar el empate y se abrían los espacios y llegaban los goles peruanos. Pero la realidad, dura, inmodificable, es la que manda inapelable y Gareca resumió todo en una frase: "El fútbol es un juego de eficacia, se puede jugar mejor, pero lo que determina es la eficacia". Y así ocurrió.

Con el pitazo final cayó sobre el estadio un silencio que sobrecogía y la necesidad de empezar a procesar la tristeza para seguir luchando. La vieja y comprensiva frase, aquella que dice que errar es humano nos visitó hoy. Pero hay ocasiones como esta en el Mordovia Arena en que errar duele mucho, demasiado.

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