UNO
Antes de Rusia, el mundo sabía de Perú por Chumpi y Cubillas. Miraba a una selección estacionada en los años 80. Apenas conocía a Paolo -su vía crucis-, a Jefferson -por el Lokomotiv- y la crítica miraba a Gareca como se hace con un pirata extravagante que se interna en un tour por la sabana: con extrañeza y admiración. Hoy, cuando la Copa del Mundo terminó y los amistosos post ya se jugaron, ya sabe que tiene otro 8 y se llama Pedro Aquino, que Carrillo puede ser titular en un nuevo equipo de la Premier -cuando lo decida- o que Gallese recupera la frase “Perú, Tierra de Arqueros” y la reinventa; ahora que ya pasó todo eso conviene recordar que la clasificación a un Mundial moviliza la industria del fútbol nacional como nada parecido. En el triunfo -el inolvidable 2017 con la voz de Peredo- y en la derrota -el sorpresivo pero justo 2-0 de la noche de jueves en el Nacional con Ecuador-. El fútbol es combustible: usémoslo para prender la chimenea cuando toquen días de frío. No para hacer bombas. El mundo ahora ya saben que no solo tenemos geniales chefs.
DOS
Parecía imposible: convertir el Himno en hit. No en un huachafo programa de TV o en un comercial pagado. En los colegios, es decir, donde los niños llegan con el disco duro intacto y todavía no lo pudre el virus de la (falsa) derrota. Y aunque ninguna lección en clase es tan poderosa como la que se refuerza en casa –y nada tendrá sentido si te sigues pasando la luz roja-, escuchar cómo tus hijos tararean el Largo Tiempo, buscan el YouTube el video de los hinchas en Ekaterimburgo o silban el corito de cualquier canción de La Blanquirroja mientras arman un autito de Lego, este hito es ya un primer saldo a favor de Perú en el Mundial. Aunque lleguen más Ecuadores y menos Islandias. Para eso se fue, también. Para aprender a querernos un poquito.
TRES
Perú no perdió el pase a segunda ronda en el penal que falló Cueva. Lo perdió a él. Tirado en el campo, inconsolable -o consolado curiosamente por Ruidiaz, Trauco y Corzo, tres U levantando a un grone-, esa imagen al final del 2-0 con Australia podría ayudarnos a pensar en cuál es, realmente, la gran lección post Rusia 2018: si caemos y no nos ponemos de pie pronto, la vida se pasa. La vida que es el Mundial y la vida de verdad, que es la que más importa. El jueves, cuando un grupo de hinchas peruanos muy hábiles para escupir en redes (y muy veloces para subirse al coche de la alegría), trituraban a algunos seleccionados post 2-0 ante el equipo del Bolillo, esos mismos que hace meses nomás querían tatuárselos en el pecho, quedó bastante claro que la gran lección es que ya son minoría.
La vida que también es el fútbol peruano, esa que será larga y dolorosa, salpicada de triunfos y de lágrimas, tiene nuevos personajes abajo y allá arriba movilizados por lo único que -si se trata de la pelota- no puede olvidarse: el enorme agradecimiento.
Aunque no les gusta, somos muchos más.