"Más sordo que mudo", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
"Más sordo que mudo", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

"Qué condescendiente eres con las lágrimas de cocodrilo de esa terruca”. El mensaje anónimo llegó vía Twitter el viernes 18 apenas terminé de entrevistar en radio a Gabriela Eguren, ex trabajadora del acusada por el congresista de hacer apología al terrorismo. 

Normalmente hago caso omiso a los comentarios agresivos pero este me llamó especialmente la atención, pues Eguren acababa de aclarar, en vivo y en directo, a nivel nacional, que –tras llevar años dialogando con víctimas de ambos lados del conflicto armado– lo último que ella promovería sería un indulto a , que era la supuesta idea que parecía desprenderse del famoso video que Donayre obtuviera en el LUM tras presentarse como un “colombiano sordomudo víctima del conflicto” (¿?).  

Minutos antes del deslinde, quebrada de nervios, temblando, tomando agua para calmarse, Gabriela había confesado que las acusaciones vertidas por el parlamentario de , sumadas a alusiones innecesarias a su vida íntima, en tanto constituían una grosera estigmatización política y sexual, estaban “destruyéndole la vida”, creándole serias incomodidades con familiares, amigos, alumnos y predisponiéndola como blanco de ataques en las redes (el comentario que yo recibiría instantes después es un claro ejemplo).  

Estoy seguro de que hay personas que están genuinamente preocupadas por el futuro del LUM y que, conscientes de su naturaleza incómoda (la memoria y el relato sobre el pasado son así, incómodos), confían en que se consolide como un espacio de reflexión que dé cabida a todos los peruanos independientemente de sus tendencias ideológicas.  

El congresista Donayre, sin embargo, en su ánimo de fiscalizar el museo, ha elegido un camino abiertamente confrontacional, donde el diálogo y la transparencia cedieron su lugar a la pantomima y la emboscada. Curiosamente, su intento por cuestionar la administración del LUM logró el objetivo exactamente contrario: redoblar la asistencia del público.  

Uno puede no estar de acuerdo con las cosas que dijo Gabriela Eguren como funcionaria de una entidad pública, pero acusarla de apologista sin escuchar sus descargos e intentar descalificarla por sus estudios o su condición sexual es una agresión cobarde. Una más en el expediente del machista Donayre, quien ya en setiembre de 2017 protagonizó otro hecho bochornoso, en una comisión del Congreso, frente a la entonces ministra de Salud, Patricia Salas, a quien dijo: “Señora, ¿no? Bueno, señorita, muy bien. Sí, porque las vírgenes han pasado muchas Navidades pero ninguna Nochebuena”.  

Una de las herencias más penosas del fujimontesinismo es haber pulverizado la dignidad de la clase militar al someter a los altos oficiales de las fuerzas armadas al penoso episodio del acta de sujeción, pero sobre todo al acostumbrarse a ordenar ascensos a dedo desde Palacio, favoreciendo a los generales leales al delincuente Montesinos y pisoteando la meritocracia y el puntaje académico, lógicos criterios de evaluación en los institutos armados.  

Tal vez como producto de aquel trauma en los últimos veinte años, salvo contadísimas excepciones como Roberto Chiabra u Otto Guibovich, el ejército peruano no ha tenido un general de división cuya presencia mediática haya servido para enriquecer los debates nacionales (comentar los desfiles de Fiestas Patrias no califica como contribución). Hace un mes, entrevistando precisamente a Chiabra, le pedí que definiera brevemente a Edwin Donayre. Pudo haberse referido a él como un camarada de armas, un ex comandante general o un soldado, en cambio prefirió describirlo diciendo apenas “un congresista”; y ya sabemos los peruanos cuáles son las reales implicancias de ese calificativo.  

Es obvio que como sociedad nos cuesta mucho ponernos de acuerdo respecto de cómo contarnos a nosotros mismos los años violentos que vivió el país durante dos décadas. Pero nos costaría menos si detrás de la delicada tarea de vigilar la construcción de nuestra memoria hubiera autoridades, civiles y militares, competentes, serias, responsables de sus actos, y no sujetos deslenguados que se ponen peluca para fingir y se la quitan para difamar. Con personajes así, el circo está asegurado. La reconciliación, no. 

Esta columna fue publicada el 26 de mayo del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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