Renato Cisneros

Levantado en la primera cuadra del jirón Caribe de El Agustino, reclamando a gritos la mirada del transeúnte con su aparatosa arquitectura de temática soviética repartida en cinco pisos, y con una inusual oferta que incluye sauna, snack-bar y karaoke, el hotel Yuri Gagarin quizá sea el único lugar en el Perú que rinde homenaje al primer hombre que llegó al espacio.

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El peculiar edificio, con diseños alusivos a las cúpulas bulbosas de la catedral de San Basilio y a la fachada del Kremlin, es propiedad de don Cristóbal Ninamango, un peruano que, veinte años atrás, después de haber radicado por una década en Moscú, decidió montar un alojamiento donde condensar toda la fascinación que habían despertado en él los íconos de la cultura rusa, sobre todo Yuri, el cosmonauta, acaso el héroe contemporáneo ruso más popular.

En junio de 1980, en la avenida Lenin de Moscú, se levantó un espectacular obelisco de titanio de más de cuarenta metros rematado con la figura de Gagarin. El muchacho luce allí tan imponente en su rol de superhombre —de lejos parece un Buzz Lightyear metálico— que nadie imaginaría que era un jovencito que medía apenas 158 centímetros, una estatura que resultó clave para seleccionarlo entre los más de tres mil voluntarios que en 1960 se presentaron al concurso que abrió el gobierno soviético para poner a un humano en el espacio por primera vez.

Un año más tarde, el 12 de abril de 1961, al interior de la cápsula Vostok 1, el comandante Gagarin, de solo veintisiete años, permaneció durante 108 minutos fuera de la órbita terrestre. Se dice que durante el despegue su peso se quintuplicó. En su primera comunicación desde la nave afirmó: «Veo la Tierra. La visibilidad es buena. Lo veo casi todo. Se aprecia un cierto margen de espacio bajo la cubierta de cúmulos. Prosigo el vuelo. Todo va bien».

Al tratarse de una conquista que no tenía que ver directamente con ninguna guerra, y al ser él una persona desvinculada de la política militante, la gente vio en su hazaña el triunfo del trabajador ruso común y corriente. La histórica proeza le granjeó una fama tan apabullante que no podía caminar por Moscú sin ser abordado por el público, tal como él mismo cuenta en el libro Veo la Tierra. Se le compusieron canciones y se filmaron películas en su nombre. Todos los niños rusos de pronto solo querían ser cosmonautas. Gagarin hizo una gira mundial por veintinueve países en la que cenó con la Reina de Inglaterra, compartió un temporal en Cuba con Fidel Castro y se dejó besar en España por Gina Lollobrigida.

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Su vida, sin embargo, pronto cobraría un giro trágico. A la mala gestión de su popularidad se sumaron problemas maritales producto de sus constantes infidelidades; para colmo de males, sus superiores decidieron no dejarlo volar ningún avión de entrenamiento para evitar ponerlo en riesgo. Deprimido, se refugió en el alcohol con tal vehemencia que tuvo que ser internado en un sanatorio para curar su adicción. Una tarde, escapando de su esposa –que lo había sorprendido coqueteando con una enfermera–, Gagarin sufrió un accidente al caer del segundo piso del sanatorio. El primer hombre en llegar al espacio resultó irónicamente víctima de la ley de la gravedad.

La muerte de Gagarin, ocurrida en un accidente aéreo, está rodeada de misterio. Hay quienes piensan que los agentes de la KGB lo eliminaron ya que su alcoholismo y demás problemas personales podían depararle al héroe del espacio un final menos épico. Otros aseguran que estaba convirtiéndose en una fuerte figura política y eso habría llevado a sus adversarios a deshacerse de él. Difícil saberlo: el avión en que pereció carecía de caja negra, así que no existen datos fiables acerca de cómo se precipitó la nave.

Por la vistosidad del monumento en Moscú y la trascendencia del personaje, la plaza Yuri Gagarin es parada obligatoria para el turista que visita la capital rusa (vi a muchos peruanos tomarse una foto allí en los días del Mundial 2018). Pero si la economía no permite ese lujo, la alternativa es pasar un fin de semana en el hotel limeño del mismo nombre. El señor Cristóbal Ninamango lo aconseja con un entusiasta eslogan de campeonato: «aquí no viajarás al espacio pero al menos te harán ver las estrellas».

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