Con la muerte del genocida Abimael Guzmán, ocurrida el fin de semana a los 86 años, se plantea la pregunta de qué hacer con su cadáver. Un sector de la población exige que no sea enterrado en un lugar público, ante el peligro de que el lugar se convierta en lugar de culto para sus seguidores. Es un miedo fundado de la sociedad si se analiza el dilema a la luz de la historia, como veremos más abajo. No olvidar el caso reciente del mausoleo senderista en Comas, derribado ese mismo año mediante una ley de urgencia del Congreso.
MIRA: Así fueron los últimos días de Abimael Guzmán en su celda de la Base Naval del Callao
Lidiar con cadáveres controvertidos son trances que la humanidad ha enfrentado desde siempre. El viejo Sófocles hablaba de eso en Antígona, que versaba sobre la negativa del gobernante Creonte a darle sepultura a Polinices, quien se había alzado en armas contra el orden legal. Deseo de Creonte era que los restos sean alimento de las aves, lo cual abría un conflicto entre legalidad y seguridad.
No se puede negar la constancia más allá de la muerte que han tenido los restos de los autoritarios, dictadores, tiranos, genocidas que detentaron alguna vez el poder, igual que caudillos, rebeldes y líderes subversivos que lo tentaron. En el caso de los últimos, los así llamados ideales revolucionarios suelen ser tierra fértil para la creación de martirologios y de cultos a la muerte en pos de la soñada trascendencia.
El caso más emblemático es el de Ernesto “Che” Guevara, controvertida figura de la revolución cubana, asesinado en 1967 en Bolivia cuando participaba de una insurrección en ese país. La imagen del guerrillero barbado mirando al horizonte devino pronto en un culto pop que aún subsiste, en parte por la mística labrada por años en torno al misterioso paradero de su cuerpo.
Guevara fue sepultado en una fosa anónima para evitar su devoción, y así permaneció por 30 años, hasta que sus restos fueron hallados debajo de una antigua pista de aterrizaje al sureste de Bolivia. Tres años duraron las pesquisas hasta dar con la fosa correcta. Una vez se pudo comprobar su identidad, el cuerpo fue enviado a Cuba a un mausoleo que Fidel Castro le mandó construir. Mas de 300 mil cubanos fueron a ver el cuerpo en esos días.
En España, se puede ver el caso de Txabi Etxebarrieta, el primer miembro del movimiento ETA en morir a manos de la policía, en 1968, y el primero que mató a uno. Su deceso fue aprovechado por la agrupación terrorista separatista para tener un símbolo. En el 2004, el ayuntamiento de Bilbao mandó retirar un busto en su memoria, debido a las críticas de los sectores pacifistas. Su tumba, ubicada en el cementerio de Derio, suele ser punto de homenajes que indignan a los centenares de deudos de ETA.
Un caso más reciente es lo ocurrido con Osama Bin Laden, el terrorista más peligroso del mundo durante al menos una década. Luego de ser muerto en Abbotabad, Pakistán, el 2011, los restos del autor intelectual del atentado de las Torres Gemelas, fueron arrojados desde un portaviones al mar, dentro de una bolsa con peso. No se publicaron fotos del cadáver ni se dio información de su paradero final para evitar un culto entorno a su figura. En ese caso, y muchos más similares, la carta que se juega es de la seguridad nacional.
LOS DICTADORES Y EL CULTO A LA MUERTE
Cuando no son derrocados o acaban muertos en linchamientos, los grandes dictadores de la historia se han erigido monumentos en vida para el futuro reposo de su restos, como sucedió durante décadas con el general Francisco Franco y el que fuera durante años su lugar de descanso, llamado El Valle de los Caídos. Por una Ley de Memoria Histórica, y atención a las 23 mil personas fusiladas en su régimen, el cuerpo de Franco fue exhumado por el gobierno español el 2019 y hoy reposa solo en una tumba familiar privada.
El caso de los viejos líderes soviéticos es también emblemático para entender el peso del cadáver como símbolo político. Siempre atentos al culto a la personalidad, el régimen comunista embalsamó, a su turno, los restos de Lenin y de Stalin, quienes fueron exhibidos durante años en un mausoleo en la Plaza Roja, como si hubieran vencido a la muerte. En 1963, el cuerpo de Stalin fue retirado de ese lugar, como parte de la política de “desestalinización” de la Unión Soviética. El de Lenin sigue ahí, en exhibición gratuita. Mantener el mausoleo le cuesta al Estado 18 millones de rublos al año.
Los grandes dictadores derrotados de la Segunda Guerra Mundial tuvieron un final menos glorificado. Adolf Hitler se suicidó en su bunker y ordenó a su chofer que su cadáver sea incinerado con 180 galones de gasolina, para desaparecerlo. Los soviéticos que hallaron los despojos ordenaron la destrucción total de lo poco que quedaba, aunque el 2018 se supo, por el Servicio Federal de Seguridad Ruso (ex KGB) que habían guardado parte del cráneo y la mandíbula del Fuhrer.
El cuerpo de Benito Mussolini sufrió muchas peripecias luego de ser fusilado y sometido a escarnio público en Milán. El líder fascista fue enterrado primero en una tumba anónima, para no fomentar el peregrinaje nostálgico; luego fue robado por simpatizantes y se paseó por toda Italia, escondido en maleteros de carros y armarios. Recuperado por el gobierno italiano, fue escondido en el convento de Cerro Maggiore y así permaneció por 12 años, cuando, finalmente, se decidió entregar los restos a su familia.
En años más recientes hemos visto los funerales de estado que se han dado a dictadores y líderes autoritarios, sobre todo de la esfera comunista, cuya influencia aún persiste en sus gobiernos. No se puede olvidar, por ejemplo, el sepelio de aires faraónicos de Kim Jong Il, el 2011, en el que abundaban, además de demostraciones militares, curiosas escenas de llanto del pueblo y del propio ejército norcoreano.
Dos años después, el fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, era enterrado en un mausoleo ubicado en un museo militar, luego de 11 días de duelo nacional. El lugar está abierto al público. Por su parte, la tumba del cubano Fidel Castro empezó a diseñarse en el Cementerio de Santa Ifigenia el 2006, justo el año en que se enfermó. El lugar es desde ese mismo día un previsible centro de peregrinación para sus leales.
El destino final de los dictadores argentinos tampoco ha estado exento de polémicas. Tras la muerte del ex general Rafael Videla, condenado por crímenes de lesa humanidad como secuestro de bebes, desapariciones y más, hubo protestas de la sociedad sobre el destino de sus restos. Videla murió sentado en el inodoro de una prisión y acabó enterrado en una tumba anónima, acaso por temor de su familiares, en un cementerio del Pilar. Sobre la lápida solo se lee una misteriosa inscripción: “Ababo Yalan”. Nadie sabe qué significa. //
VIDEO RECOMENDADO
TE PUEDE INTERESAR
- Mirtha Vásquez, María Antonieta Alva y otros testimonios que reflejan el acoso en la política peruana
- “No se explica tanta tolerancia del presidente a Cerrón”: entrevista a José Ugaz, ex procurador anticorrupción
- Así se construirá el parque temático en Perú que le rinde homenaje al monitor Huáscar
- Jaime Saavedra: “Es vital que los chicos vayan a la escuela más que a cualquier otro lugar”| ENTREVISTA
Contenido Sugerido
Contenido GEC