“Estamos en el centro mismo del país y da la impresión de que todos los Andes han convergido aquí. La carretera trepa una cadena de montañas solo para descender inmediatamente al nivel del río; sube por el otro lado y dando una curva se vuelve a desplomar hacia otro abismo…”. Este es un fragmento de un reportaje que Bárbara d’Achille publicó en El Comercio a mediados de diciembre de 1988. Narraba con esta sutileza un viaje por tierra cruzando aquellos caminos imposibles, a veces pista y a veces trocha, que unen las ciudades de Huancayo y Huancavelica. “Los senderos van y vienen en la distancia trayendo visiones de extenuantes jornadas a pie…”.
“Bárbara era un cascabel, pero cuando empezaba a escribir se abstraía del entorno para zambullirse en sus textos. Al retornar de sus viajes, redactaba por las mañanas y casi siempre coincidía en las viejas computadoras Harris con Emilio Lafferranderie, el ‘Veco’, quien solía preguntarle de qué escribiría esa semana”, recuerda María Mendoza, curtida periodista que trabajó en este Diario por más de 25 años y que conoció de cerca el trabajo de Bárbara.
Una de esas mañanas, en aquella imponente sala de redacción, bajo techos altos y lámparas antiguas y un piso todavía de madera –donde ahora se edita esta revista, por cierto–, d’Achille elevó la voz para advertir sobre un problema que ni entonces ni ahora ha podido ser frenado. “Visiones apocalípticas de gigantescos árboles cayendo por tierra, empujados por cósmicos vendavales son las sensaciones que se perciben, a pesar del contraste con la calma tórrida del mediodía”. Era un reportaje publicado el 30 de julio de 1988, sobre planes de reforestación en zonas de selva devastada por la tala ilegal.
“Se adelantó a una época en la defensa de la inmensa fauna y flora que aún no aprendemos a cuidar. Fue su gran lección”, dice también Mendoza, su antigua colega.
Se adelantó también a la catástrofe. En marzo de 1989, Bárbara publicó en una columna de opinión un texto que, tres décadas después, se puede interpretar como un grito de guerra: “realmente tenemos grandes problemas. Entre el terrorismo, la inflación y el ‘cocatráfico’, es como para que cualquiera levante los brazos, los deje caer y se resigne a esperar que pase la tormenta”. Luego pasaba de la distopía a la ironía: “Todavía se ven turistas en el Perú…”.
Moriría asesinada por Sendero Luminoso menos de tres meses después, hace 30 años.
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MORIR EN LAS ALTURAS
Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), 134 de las 249 muertes registradas durante los peores años del terrorismo en la región Huancavelica, sucedieron en la provincia del mismo nombre. En 1989, ya Sendero había incursionado en varios distritos con fines de propaganda, pero también había cometido crímenes contra autoridades y dirigentes. A mediados de mayo, los cabecillas terroristas en la zona convocaron a un paro armado de tres días, durante los cuales derribaron con dinamita torres eléctricas. Querían controlar toda la zona.
Desde Arequipa, donde vive hace tres décadas, Daina d’Achille, hija de la periodista, recuerda que Bárbara en aquellos años intentaba entender qué ocurría en el interior del país, por qué Sendero asesinaba y se ensañaba con autoridades, líderes y dirigentes que buscaban alguna forma de desarrollo en zonas empobrecidas. Intentaba entenderlo incluso desde las alegorías de su cultura, y cuenta Daina que su madre escuchaba canciones de Martina Portocarrero para leer entre líneas al Perú. Pero intentaba comprender, sobre todo, recorriendo el país incluso en tiempos absolutamente violentos. “Mi mamá, cuando tenía que viajar, viajaba. Y punto”, dice Daina.
La mañana del 31 de mayo, Bárbara viajaba en una camioneta junto a cuatro personas, una de ellas Esteban Bohórquez, un alto funcionario de la Corporación de Desarrollo (CORDE Huancavelica). Ella quería conocer detalles del proyecto de camélidos sudamericanos que se realizaba en las comunidades de Tinyaclla y Pueblo Libre, en el distrito de Huando. Una columna de hombres encapuchados los interceptó y varias horas después liberaron a todos los ocupantes del auto, excepto a la periodista y el funcionario. Según los testimonios, que recogió la CVR, en medio de la tensión del momento Bárbara se negó a hacer una entrevista a los senderistas. Poco después, a cierta distancia, uno de los liberados escuchó disparos y luego una explosión. Los disparos fueron a la cabeza de Bohórquez, y lo que había explotado era la camioneta. A Bárbara la mataron a pedradas.
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Algunos de estos detalles los supo Daina hace recién pocos años, y no por que no pudiera, sino “porque no quería ver”, como dice al otro lado del teléfono. Meses atrás, vio una entrevista televisiva a José Carlos Agüero, historiador y escritor, autor de Los rendidos, donde cuenta su propio drama: ser hijo de dos terroristas que fueron después asesinados. Con Agüero y otras personas, parientes cercanos de víctimas o victimarios en esta larga guerra, Daina ahora busca su propia historia personal en encuentros grupales y reuniones.
“Es necesario que el Estado y la sociedad apoye la resocialización. Lo que estamos viviendo se debe en parte a no llevar a cabo el proceso de sanar las heridas”, reflexiona. Como escribió Bárbara sobre aquel trayecto entre Huancayo y Huancavelica, su última estación: “Tramo a tramo, una realidad que parece ancestralmente activa y disciplinada...”. //
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