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Alejandro Neyra
Alejandro Neyra

En 1985 el equipo campeón de la Copa Perú provino de la selva peruana. La estrella del equipo era un pequeño que apenas superaba el metro y medio con apodo farsesco: Óscar “el payasito” Calvo. La historia dice que los padres agustinos en su tarea de evangelización en Iquitos fundaron un club de fútbol. En aquel tiempo (1954) en que las noticias solo llegaban a través del papel y las ondas hertzianas las convertían pronto en leyendas, se escuchaba del nuevo mundial de fútbol en la lejanísima Suiza, en el que la sensación era el seleccionado húngaro de Puskas, Kocsis, Hidegkuti,Czibor, Bozsik y el portero Grosics. Aquellos émulos selváticos del ballet magiar que no pudo campeonar solo por un “milagro alemán” no podían tener otro nombre: Hungaritos Agustinos (1).

Como en el caso de los Hungaritos, el Perú debe ser lo más exótico para los húngaros. O al menos eso parece en La mujer justa de Sandor Márai, uno de los mejores escritores del siglo XX, un genio oculto por mucho tiempo por el ajedrez de la política en la guerra fría y luego descubierto para beneplácito de lectores amantes del estilo y la inteligencia al escribir.

--La mujer justa y el Perú justo (ahí)--
Tres personas cuentan una misma historia que los involucra. En la primera, una mujer hermosa y con mucha clase cuenta la desapasionada relación con su marido, quien oculta un secreto que termina saliendo a flote y llevando al divorcio a la pareja. Peter se separa de Malika para casarse con Judit, la criada. Este argumento de telenovela es, sin embargo, el pretexto para contar una historia épica, que atraviesa Hungría desde el periodo de entreguerras y llega a Roma, ciudad abierta y liberada. La segunda historia es la versión de Peter y la tercera la de la última punta del triángulo, la sirvienta que termina convirtiéndose en una gran señora y que cuenta todo luego una vez ya separada también de quien fuese su marido.

Al final, Márai escribe una inolvidable novela sobre el fin de una época y la decadencia de la burguesía. Peter, el aristócrata lleno de dudas y contradicciones, es quien más se pregunta sobre si existe finalmente eso que podría ser el ideal femenino: “la mujer justa”. Y es entonces también cuando la narración se vuelve un cuestionamiento del imaginario romántico y del amor en estado puro. ¿Existe una “mujer justa” para cada quién? Como para quedarse pensando toda la vida, más cuando se ha experimentado y leído justamente una novela casi perfecta como esta de Márai (cuya obra más reconocida e igualmente imperdible es “El último encuentro”).

La aparición del Perú es breve pero relevante. Aquel burgués decadente que ha perdido ya no solo a la primera y maravillosa mujer sino también a la segunda que fue primero su criada y luego su mujer convertida en una gran dama, cuenta su historia de pérdidas y fracasos a un amigo que ha vuelto del Perú; sí, del Perú.

Hacia el final de esta segunda parte, la que cuenta Peter, la voz silenciosa del amigo le sugiere al ensombrecido millonario que deje todo y parta para el Perú “un mundo vasto y salvaje”, “el dichoso y lejano Perú, que se fermenta en la amplia variedad de formas de vida primitivas”, tan distinto a Budapest y más aun de Rózsadomb, su barrio alto. Y es que en el país sudamericano el amigo que no tiene voz encontró no solo un trabajo “en la construcción de la vía del ferrocarril” sino también la paz. “¿Acaso alguna vez has visto armonía o paz?... Una vez, dices, en Perú. Bueno, puede que en Perú sí. Pero aquí, en casa, en estas latitudes templadas esa hermosa flor no puede florecer en todo su esplendor”. 

“¡Dichoso tú, que vivías en Perú!” le dice luego Peter a su amigo, pues debe pensar que en esa patria extraña no hay más que calma en medio de la barbarie –después de todo estamos en la Europa de los años treinta, cubierta por un espectro con guadaña–. El hombre abandonado por dos mujeres que encuentra solo abulia en su ciudad otrora grandiosa, termina su diálogo diciéndole:

“No, no tengo ganas de irme contigo a Perú. Cuando uno ha llegado a alcanzar la soledad perfecta, ¿qué sentido tiene marcharse a Perú o a cualquier otra parte? ¿Sabes?, un día comprendí que nadie puede ayudarnos. El deseo de amar y ser amados permanece, pero no hay nadie que pueda servir de ayuda. Cuando uno comprende esto, se hace fuerte y solitario. Pasaron muchas cosas mientras tú andabas en Perú.”

Nunca sabremos qué habría encontrado aquel Peter en el Perú. Quién sabe si de haberlo hecho no sería el padre de un ex presidente (tenemos varios ejemplos de hijos de migrantes europeos y asiáticos) y nos hubiera salvado de alguna tragicomedia reciente. A veces terminan así las historias exóticas.//

(1) Hungría, subcampeona del mundo en dos ocasiones en los albores del fútbol mundial, tenía casi el mismo récord de no participación en los mundiales que el Perú. Hungría no va a un campeonato desde 1986 y en 1982, sin pasar la primera ronda propinó la mayor goleada de la historia: 10-1 a El Salvador. Y sí, cierto, antes del mundial de España 82, en la gloriosa gira premundialista del Perú, nuestra blanquirroja le ganó en el mismísimo Budapest por 2 goles a 1 (dos goles de Julio César Uribe). ¡Arriba Perú!

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