Nota: Este artículo se publicó originalmente en abril del 2019, tras conocerse la noticia de la muerte del expresidente Alan García.
Eran tiempos distintos, de cabelleras rebeldes, patillas largas y mucha tertulia. Una de esas noches, mientras cerraban un día de trabajo en la academia preuniversitaria que habían fundado, los jóvenes Alan García, de 21 años, y su amigo Fernando Arias, tres años mayor, echaron a caminar hacia la Av. Venezuela. “Éramos cuatro compañeros y no le miento: Alan se paró de pronto y empezó a improvisar un discurso al poste de luz. Luego hizo otro a una chapita del piso. Y no era cualquier discurso. Era uno bien estructurado, ideológico”, recuerda Arias. Antes de que lo tomaran por loco, García les dijo a sus amigos: “Hay que prepararse. Yo quiero ser presidente un día”.
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Hasta esa época, en el APRA conocían a Alan por ser hijo del sereno militante Carlos García Ronceros, y porque el mismo Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador, lo había seleccionado para que integre el Buró de Conjunciones, algo así como su círculo de confianza. Al presentarlo pidió que no lo molestaran mucho, porque era el único del grupo que no pertenecía a una universidad pública sino privada. Miembros de esa promoción eran García, Fernando Arias, Carlos Roca, Ilda Urízar y Víctor Polay (luego líder del grupo terrorista MRTA), entre otros.
Lo habitual del buró era buscar a Haya los domingos, en su casa de Vitarte, para hablar del partido, pero también para cantar. Alan tocaba bien la guitarra y cantaba valses, boleros y hasta un poco de ópera ligera. Así lo recuerda Carlos Roca: “Me lo presentó Víctor Raúl. Era un muchacho alto, pelucón, que llevaba una casaca marrón, que me parece era la única que tenía porque siempre la llevaba puesta. Me acuerdo que al día siguiente hicimos entre los dos una canción. Haya nos había pedido ‘apristizar’ la canción italiana Bandiera Rossa y ahí, en el mismo jardín del jefe, hicimos la versión A la conquista de la justicia, que los compañeros cantan en el partido sin saber quiénes hicieron la letra”.
En 1972, García partió a Europa, en un estancia que duraría cinco años. Existe la creencia de que fue enviado por el partido para prepararse, pero su promoción lo niega. Alan viajó con dinero de su abuelo a estudiar a España. Roca lo encontraría un año después, en 1973, mientras acompañaba a Luis Alberto Sánchez a unas conferencias en Madrid. “Hacíamos tertulia en los mesones de la plaza de Madrid, con tortilla española y buen vino”.
Sánchez, un aprista de otra época, con siete décadas encima, no veía con buenos ojos la larga estancia europea de quien podía ser un prometedor dirigente. En su libro Sobre la herencia de Haya de la Torre, escribe sobre esa estadía de García con términos que no fueron del agrado de este: “García y Roca se preparaban a través del diletantismo cultural para hacer la revolución, solo que hacer la revolución tenía y tiene varias traducciones y las que se ven e imaginan desde Europa no suelen ser precisamente las que calzan en Indoamérica”. En otro punto de sus memorias añade: “Con qué inútil pasión se discutía en esos cafés sobre filosofía y estrategias revolucionarias”.
Sánchez se sorprendió al saber que García cantaba y tocaba la guitarra en esos cafés para ganarse la vida. Arias lo confirma y añade que al mismo tiempo leía mucho, visitaba museos, revisaba el Archivo de Indias y reflexionaba sobre el Perú. Recién en 1976 regresaría al país para hacer vida partidaria.
¿Qué pasó con Alan García después? La historia ya se ha contado bastante esta semana. Quienes fueran su promoción en el APRA siguen de duelo y se excusan de hablar de Luis Nava, Lava Jato o Barata. Son golpes duros al partido, admite Arias, que asegura necesitará reestructurarse en el próximo congreso. “Ya no está García, seguramente van a hablar cosas muy feas sobre él, pero la parte mala que la digan otros. Yo solo puedo contar la parte que me tocó, la del Alan que conocí”. //
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