La última vez que hablamos con Alicia Maguiña (Lima, 1938-2020) reuníamos historias de grandes maestros del Perú. Ella nos recordó que había enseñado el baile de la marinera limeña, pero renglón seguido, con la firmeza y elegancia que la caracterizaban, confirmó que fue muchísimo más que eso, y que el valor de su vida estaba íntimamente ligado a la música peruana. “Para inspirarme no establecí fronteras geográficas: yo le canté al Perú total”. Escribía la segunda parte de sus memorias. Decía no tener miedo a envejecer, aunque exigía le avisara con anticipación la fecha en que iría el fotógrafo a retratarla para Somos: debía sacar previamente una cita en la peluquería (¿para embellecer qué más?, le preguntábamos, y se reía renegando un poco). La cita no se concretó: un mal de sus rodillas (polimialgia reumatoidea, nos explicó) la tenía demasiado adolorida. Se nos quedaron muchas preguntas, pero en julio último, con la pandemia cambiándonos la vida en un abrir y cerrar de ojos, hablamos por última vez.
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