-La última vez que conversamos así fue hace poco mas de cuatro años, cuando nos reunimos para hablar sobre el cumpleaños número 80 de Mario Vargas Llosa. En esa reunión estuvieron también Fernando de Szyszlo y José Miguel Oviedo, hoy ambos ya fallecidos. Han sido cuatro años que parecerían toda una vida.
-Absolutamente... Mira, yo creo que una persona joven siempre busca referentes, modelos, estímulos en la gente mayor que uno. Y bueno, el primer estímulo significativo, importante, que tuve yo, fueron mis padres. Mi padre, era un hombre que había estudiado una carrera de Filosofía, de Educación y además era un gran lector de literatura.
-Y tu madre era una educadora.
-Y mi madre era una educadora y, bueno, con mi madre sí pude estar hasta que murió, hace cinco años. Pero cuando mi padre desapareció, yo tenía 14 años y él me dejó muchas cosas. Y entre las cosas que me dejó, los libros, los recuerdos, las conversaciones, los estímulos, el interés por la poesía, por la música, por la filosofía, que son todas cosas que yo vivía desde muy joven, me dejó también a un grupo de amigos, un grupo de personas, un grupo de referentes y entre ellos estaba gente como Emilio Adolfo Westphalen o como Luis Felipe Alarco y estaban también “Godi” (Fernando de Szyszlo) y José Miguel (Oviedo). Yo, desde que era muy joven, siempre busqué la compañía de ellos, busqué la amistad de ellos. Fuimos amigos durante muchísimos años, pero al mismo tiempo ellos fueron modelos para mí. Creo que parte de la amistad es la admiración, que uno no puede ser amigo de nadie sin admirarlo. Uno puede quizá admirar a alguien sin ser su amigo, pero...
-¿Como en el amor?
-Así es, porque yo creo que una persona tampoco puede amar a nadie sin admirarla. Puedes admirar a alguien sin amarlo, puedes admirar a alguien que no conoces; pero no puedes amar o sentir amistad por nadie sin tener respeto, admiración por lo que hace, y lo que hace puede ser algo muy pequeño, puede ser algo muy insignificante para algunos, pero que para esa persona es muy significativo. En las relaciones humanas, en la amistad y en el amor, hay una serie de misterios... No se cuál tiene más misterios de los dos, pero dentro de ese tipo de misterios, la admiración, el reconocimiento, son fundamentales, porque eso significa que la otra persona te indica cuánto puedes mejorar tú como persona también. Te puede trazar metas. A mí me decía Godi “yo me levanto y empiezo a pintar desde muy temprano, a veces pongo música, pinto con la luz del Sol”. No pintaba de noche. Yo me acuerdo claramente cuando yo lo conocí a él, digamos cuando yo tenía quince o dieciséis, que empecé a conversar más con él. Una vez le pregunté “¿cuánto trabajas?” y le dije "¿trabajas siete, ocho horas diarias? Y me acuerdo que me dijo "¡trabajo mas! Eso siempre me llamó la atención, la idea de siempre trabajar más, de siempre entregarse más, de comprometerse mas. Y luego lo que recuerdo mucho es estar en mi casa, ver a mi padre sentado en la biblioteca y ver a Godi haciendo un retrato de él con una concentración, con una intensidad, con una veneración a su trabajo que me impresionaron mucho. Ni mi padre ni él sabían que yo estaba ahí, aguaitando por la puerta, y que él me estaba dando mi primera lección de creatividad, de pasión por la creatividad, que yo tuve en mi vida.
-Esta escena está relacionada con el nacimiento de tus primeras inquietudes creativas...
-Absolutamente, por el gesto que tenía: la concentración, el rigor, la absoluta veneración a su trabajo, que yo veía en sus gestos, en sus movimientos. Eso fue algo que me impresionó mucho. Y en el caso de José Miguel, mi madre y yo fuimos a ver un una obra de teatro y él estaba allí y mi madre le dijo “a Alonso le interesa la literatura” y José Miguel dijo “cuando quieras, conversamos”. Yo cometí la imprudencia y la insolencia de enseñarle mis primeros textos y recuerdo claramente una conversación por teléfono, larga, donde él me daba sus comentarios sobre lo que le había mandado. Y entonces era muy duro, no eran comentarios benévolos. Era muy duro, pero eso me sirvió... Luego ya éramos compañeros de tertulias, compañeros de reuniones con otros amigos.
-Fuiste un adolescente aspirante a escritor.
-Así es. Y ya luego lo tuve de profesor a José Miguel, en la universidad Católica.
-Qué privilegio haber tenido esta gente cerca, Alonso, y qué envidia buena pensar en ese círculo íntimo que te acompañó desde muy joven.
-Sí, yo creo que cualquier persona joven necesita tener referentes en su vida. pueden ser tus padres, puede ser alguien de la familia, puede ser alguna persona mayor que uno conozca o puede ser alguien que uno no conozca. Pero una persona necesita algunos modelos vitales, existenciales, profesionales, que le digan “bueno, este puede ser un camino, esta puede ser una manera de vivir”. Entonces, yo creo que es necesario, sobre todo cuando uno es joven, después a lo mejor ya no, pero yo creo que tal ves siempre, tener unos ejemplos, que en tu vida haya ejemplos: ejemplos morales, ejemplos intelectuales, ejemplos vitales. Toda persona, especialmente una persona joven, necesita sentir que la vida tiene un sentido, que la vida tiene un rumbo. A lo mejor podemos pensar que la vida no tiene ninguno, pero tenemos que dárselo. A lo mejor, más allá de las obligaciones familiares, podemos pensar que la vida no tiene una estructura, no tiene un orden, pero tenemos que dárselo nosotros porque esa es la única manera como podemos -creo yo-, relacionarnos con la vida, dándole un orden, dándole una estructura y en lo posible que sea armónica, aunque puede haber momentos en los que uno rompe también con sus propios modelos.
-El tema es que estos amigos tuyos, estos referentes tuyos, eran mayores que tú. Muchos ya no están...
-Ya no están y eso es algo que... Conversábamos por correo con Mario Vargas Llosa y comentábamos todos los amigos comunes que se nos han muerto: Abelardo Oquendo, Fernando de Szyszlo, José Miguel Oviedo... Tú sientes que mientras más pasa el tiempo, mas referentes vas perdiendo. En lo personal, podría agregar a esa lista a Federico de Cárdenas, que era un gran, gran amigo, a Efraín Trelles... Entonces con el tiempo, uno va perdiendo referentes, va perdiendo relaciones, va perdiendo amistades. Pero creo yo que la única manera de contrarrestar eso es agradecerles por la vida que hemos compartido con ellos, y aprender algo de ellos. Por ejemplo, cuando yo veo una película y digo “caramba, me gustaría comentar esto con Federico, pero qué bueno haber tenido a alguien con quien haya sentido esta complicidad que me permita decir esto”. Y bueno, se lo comento, se lo comento. No me escucha, pero le digo: he visto esta película que me parece interesante y tengo un comentario. Así que de una u otra manera...
-Recuerdo que en una de nuestras últimas conversaciones, De Szyszlo me dijo que se estaba “quedando huérfano de amigos”.
-Sí... Y a mí me dijo otra cosa. Cuando murió mi madre, él me mandó un correo muy largo y me dijo que las personas que se mueren nos traicionan, porque nosotros habíamos depositado todo nuestro amor, nuestras costumbres en ellas; y ellos no tienen la culpa, pero es una traición de la vida que se vayan.
-Juan Carlos Morales te reseñó el año pasado como un “infatigable observador de la vida”. ¿Qué me dices de lo que observas ahora, Alonso?
-Yo creo que lo que ha pasado ahora con la pandemia es que nos hemos visto obligados a detener el mundo. Nosotros íbamos a una enorme velocidad y vivíamos de un día a otro: viajábamos, salíamos, hacíamos múltiples trabajos, escuchábamos todo tipo de noticias. Ahora, solo hay una noticia, todos los noticieros solo hablan de un tema y el mundo se ha detenido en la posibilidad de nuestra supervivencia. Entonces, es curioso porque yo siempre he pensado que nuestra civilización se iba haciendo cada vez más rápida, cada vez más líquida, que es una idea de Zygmunt Bauman, que todo se va desvaneciendo. Y de pronto nos vemos obligados a observar, a entender; el miedo nos obliga a observar, a entender y a tener esperanzas. Yo siempre he pensado que había tres espacios donde esto se podía hacer, que eran el museo, la iglesia y las universidades. En esos tres espacios uno podía detenerse a pensar, a explorar, pero nadie les hacía caso. Ahora en cierto modo nuestra vida es una universidad, porque estamos aprendiendo mucho sobre las enfermedades y los virus; también es una iglesia, porque, bueno, hay mártires, hay gente que está arriesgando su vida, como tu hermano, por ejemplo; y cada vez hay más gente que vuelve a rezar, que vuelve a tener una vivencia religiosa. Y también los museos, que nos traen las lecciones de la historia: de repente estamos mirando la pandemia del siglo XIIX, estamos mirando la viruela de la conquista, estamos mirando un montón de épocas históricas que nadie había recordado. Entonces, nuestro mundo es cada vez más parecido a estos espacios públicos, a estas instituciones, que nos obligan a mirar, a pensar y a tener esperanza. Eso es algo que no habíamos imaginado que podía pasar. Pensábamos que seguiríamos con nuestra vida a toda velocidad y hacia adelante para siempre. Pero de pronto, nos ha venido la obligación de mirar a nuestro alrededor. Que aprendamos algo de eso, que saquemos lecciones, que podamos mejorar como personas y como sociedad, depende de cada uno de nosotros. Cuando esto acabe, algunos seguirán como siempre y otros habrán sacado alguna lección. Pero es una época totalmente excepcional.
-Decías que tenemos la posibilidad de mirar alrededor, pero también podemos ir velozmente hacia adentro, que es un viaje enriquecedor.
-Claro que,sí, claro que sí. Ya no tan velozmente, sino con más lentitud, con mas conciencia, ¿no? Nos hemos detenido en seco y nadie lo esperaba. A ver qué sale de esto. Saldremos y la mayor parte de la humanidad va a sobrevivir. Pero van a morir muchísimos. Y vamos a salir marcados de esto. ¿Que eso nos sirva o no? Eso todavía no lo sabemos.
-Algunos escritores han comentado sobre los efectos de la pandemia. Hay quienes se declaran en shock, dicen que no logran escribir nada. ¿Qué está pasando con tu proceso creativo?
-Mira, yo sigo trabajando en una novela histórica, pero no me siento capacitado en este momento para escribir nada que tenga que ver con la pandemia o de lo que veo a mi alrededor, porque creo que tiene que pasar un tiempo para que un escritor tome distancia, objetive y le dé una forma a lo que tiene frente a frente. Cuando Daniel Defoe escribe “Diario del año de la peste”, él está recordando algo que pasó cuando tenía 5 años. Las películas norteamericanas sobre la Guerra de Vietnam aparecen varios años después también: películas como El cazador o Perlotón. Siempre uno necesita una cierta distancia. Ahora, habrá gente que no la necesita, no lo sé. Pero no puedo yo, porque me siento tan acosado de ver a tanta gente que está sufriendo, lo que está pasando toda la gente que no puede regresar a su provincia,que siento que no puedo escribir sobre eso porque lo tengo demasiado cerca.
-Has escrito sobre la migración en el Perú y acabas de mencionar el drama de los peruanos que buscan volver a sus provincias, que es ese fenómeno a la inversa mas bien, como tener la esperanza en los orígenes.
-Claro, esta pandemia es lo opuesto a la globalización: todo el mundo se queda en su casa, todo el mundo se queda en su ciudad, todo el mundo se queda en su provincia. Nadie sale, nadie se mueve, nadie viaja. El viaje es una fuente de contagio posible. En momentos de crisis uno siempre quiere volver a su origen, volver a su casa. Es lo que quería Ulises cuando terminó la guerra que demoró tantos años. Pero el origen es lo único cierto. ¿Qué cosa quiere una persona? Un lugar en el mundo, ¿no? Un lugar en el mundo que a uno le importe. Entonces, quieres volver a Apurímac, quieres volver a Puno, quieres volver a Iquitos. Quieres volver al lugar donde la vida te importa mas. Volver y quedarse. Volver a tus orígenes, volver a tu pasado. Volver a tu verdadera vida.
-Este momento de reconstrucciones, de refundaciones, ¿crees que pueda implicar algún cambio en la literatura?
-Yo creo que ahora ahí puede haber dos movimientos: una es una literatura que busque el destino del prójimo, el destino de la sociedad, que se solidarice con la gente que está sufriendo y otra literatura que se refugie en un universo privado, que se inmunice de ese universo privado respecto de todo lo que está pasando. Pero cada una tiene razones legítimas, no es que haya una mejor que la otra, pero creo que esa polarización se va a agudizar.
-¿Será esta pandemia una carta de defunción para el libro físico?
-No, no, no. Yo no creo eso. Mira, te comento una cosa que he estado viendo en publicaciones internacionales: en Alemania nunca cerraron las librerías, por ejemplo. Y el comentario de los libreros de Berlín es que la gente salía de las librerías con torres de libros, que no podían ni cargar por el peso. Tenían tiempo para leer. En España he visto que hay un 63 por ciento de aumento de la lectura en los españoles. Lo mismo se ve en Francia, lo mismo se ve en Bélgica. Claro, nosotros no tenemos estadísticas, pero pienso que los libros también son esenciales. Son muy importantes para la supervivencia emocional de la gente, y que ahora son más importantes tal ves que antes. Yo siempre he pensado que -reconociendo que el gobierno ha dado medidas adecuadas, aunque radicales-, las librerías deberían estar abiertas, guardando las distancias, guardando las precauciones. Esa es una experiencia que se ve ya en otros países.
-La literatura como alimento del ser humano.
-Absolutamente. Exactamente. La literatura como un alimento y como una ocasión. Además, las crisis se superan con conocimiento y con imaginación, y esas dos son las armas que te dan los libros. No nos podemos quedar reducidos a ser personas que solo vivimos de lo que comemos y de las medicinas que tomamos.