Ricardo León

La historia de los , el grupo indígena más amplio de la selva peruana, está tejida con gruesas capas superpuestas. Después de cada suceso trascendente, ellos han sabido recuperarse, avanzar. Antekatsitanaje: sanar.

Los indígenas más viejos miran hacia atrás y cuentan al menos tres grandes guerras. La primera de ellas fue entre los propios asháninkas, que se disputaban los territorios donde asentarse. Se dividieron, algunos lazos se rompieron, pero después se reagruparon y volvieron a ser un solo ente.

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La segunda guerra, acaso la más atroz, fue la que pelearon en los años de Sendero. Después de que las hordas de Abimael Guzmán se replegaran de la sierra de Ayacucho, en la segunda mitad de los 80, estas se concentraron allí donde podían ocultarse y, al mismo tiempo, aumentar la “masa cautiva” —así la llamaban— de indígenas aptos para sembrar y cosechar, procrear y matar.

La historia de los asháninkas está hecha de las guerras que pelearon. El objetivo siempre ha sido el mismo: la defensa del territorio que los acoge.
La historia de los asháninkas está hecha de las guerras que pelearon. El objetivo siempre ha sido el mismo: la defensa del territorio que los acoge.

Las comunidades alrededor del río Ene fueron diezmadas, arrasadas y vaciadas. Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), entre 1985 y el 2000, más de 6 mil asháninkas fueron asesinados, 5 mil fueron secuestrados por los terroristas y al menos 10 mil debieron dejar sus pueblos ante las amenazas. Pero otra vez superaron su propio trauma, y se reunieron.

En la tercera guerra no hubo violencia, pero sí desconsuelo. La llegada masiva de colonos a las comunidades, el crecimiento descontrolado de las ciudades de la selva central y la dinámica de la zona trajeron consigo enfermedades para ellos desconocidas. No hay un asháninka que no tenga un familiar muerto por la lucha contra el terrorismo o por la tuberculosis.

La cuarta guerra se está viviendo ahora mismo, y no parece que vaya a terminar pronto. Mientras los pueblos asháninkas luchan por mantener sus modos de vida a salvo de intereses externos, un nuevo enemigo ha asomado. Quienes aquí viven están aprendiendo a enfrentarlo.

ENEMIGO COMÚN

“Nosotros sufrimos constantemente presiones en nuestros territorios por el avance de actividades ilícitas, como el narcotráfico o la tala ilegal. Eso pone en peligro nuestras vidas y las de nuestras familias”, dice Ángel Pedro Valerio, presidente de la Central Asháninka del Río Ene (CARE).

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Presiones. Esa es la palabra exacta. La aparición progresiva de colonos, primero en tono amistoso y luego a la fuerza, ha convertido el territorio agrupado en la CARE en una zona de tensiones constantes. Son 19 comunidades y más de 30 anexos donde más rápido llegan las actividades ilícitas que el Estado. La siembra de hoja de coca, y la posterior conversión en pasta básica de cocaína, otra vez pone en riesgo la historia de este pueblo acostumbrado a resistir.


Nolte retrató los modos de vida en muchas de las comunidades que se mantienen desde tiempos inmemoriales en las orillas del río Ene, en la selva central. En la imagen: Florinda, de la comunidad de Potsoteni.
Nolte retrató los modos de vida en muchas de las comunidades que se mantienen desde tiempos inmemoriales en las orillas del río Ene, en la selva central. En la imagen: Florinda, de la comunidad de Potsoteni.

Ángel Pedro Valerio tomó la iniciativa, buscó él al Estado y pidió que se aplique la erradicación en un sector del Vraem donde se ubican algunas de sus comunidades. El resultado no fue favorable: no solo fue difícil el ingreso de los agentes del orden, sino que el actual gobierno suspendió la erradicación de coca en el Vraem. Peor aun: él empezó a recibir amenazas, esta vez concretas y directas.

SELVA ADENTRO

No solo la academia —sociólogos, antropólogos— ha buscado conocer y entender el universo asháninka. Más de una década atrás, el fotógrafo Musuk Nolte comenzó a aproximarse a los pueblos del río Ene para retratar, de la manera más respetuosa, sus modos de vida.

Fue Ruth Buendía, aguerrida lideresa asháninka y antecesora de Ángel Pedro Valerio en la CARE, quien le enseñó cómo había que leer estas historias. Pero fueron después las propias comunidades las que aceptaron ser interpretadas a través del lente de una cámara.

La selección de imágenes que acoge actualmente el Museo Metropolitano de Lima es una muestra de “las expectativas y urgencias”, como dice Nolte sobre los pueblos asháninkas, pero también de “los valores de vida que defienden” quienes los habitan. //

Más información

Musuk Nolte, de nacionalidad peruano-mexicana, estudió fotografía profesional y una especialización en fotografía contemporánea. Su trabajo aborda distintas temáticas que confluyen en procesos de memoria, derechos humanos y problemáticas socioambientales, principalmente en la Amazonía y los Andes. Ha realizado más de 20 exposiciones individuales y publicado siete libros.  

Las fotografías de la muestra Antekatsitanaje fueron hechas como parte del proyecto Ashaninkas: The Strugle for the Ancestral Knowledge, realizado gracias al programa de becas de National Geographic Society. Va hasta el 27 de diciembre en el Museo Metropolitano de Lima. 

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