Grandeza de Roca Rey”; “Apabullante poderío de Roca Rey”; “Triunfo de Roca Rey con el toro de la modernidad”; “Apoteosis en La Chota”; “Roca Rey, ídolo de masas, sale a hombros en Alicante”; “Un torero de Lima a la cima”; “88 orejas y medio millón de espectadores en el año de su consagración”. Los titulares de los diarios españoles no escatiman elogios al momento de referirse a Andrés Roca Rey, limeño, 22 años, impetuoso y osado rompedor de moldes de la tauromaquia actual; producto nacional criado entre becerros y novillos; figura erigida del polvo, del campo, de la sombra y de ancestrales olés.
“Con un torero en estado de gracia como Roca Rey, cabe cualquier cosa. Cabe el acuerdo incondicional con el toro; cabe un repertorio variado, desde la profundidad de algunos naturales, hasta los fuegos de artificio o los malabarismos con la muleta”, escribió hace poco el crítico taurino Vicente Sobrino en El País. “El terremoto peruano, con un magnetismo sin precedentes en las dos últimas décadas, cierra este sábado en Sevilla una campaña arrolladora en las taquillas y en los ruedos, que le consolida como el gran fenómeno del toreo actual”, escribió María Vallejo en El Mundo, apenas en setiembre último.
La fascinación como consecuencia de su estilo para enfrentar toros, ha hecho que muchos lo nominen a un trono imaginario. Imaginario, claro, aunque se le haya vinculado a Victoria Federica, nieta de los reyes eméritos de España, después de que Andrés le brindara uno de sus toros en una corrida realizada en Málaga hace unos meses. “Debe ser difícil tener una novia o una chica, porque prácticamente no la verías. Viajas mucho, estás entrenando, vives corrida tras corrida. Aunque claro, también he oído muchas veces que, al lado de un buen hombre, siempre hay una buena mujer. Es ley de vida, aunque hoy yo estoy solo concentrado en volver a mi tierra, a mi plaza y poder disfrutar de esta afición tan bonita y con tanta historia”, nos dice Andrés, amagando un quite al tema. Después de todo, no solo lo aplaude la familia de los reyes de España. Realeza de otros ámbitos, como el nobel Mario Vargas Llosa o los cantantes Joaquín Sabina y Andrés Calamaro, le han manifestado abiertamente su admiración. En setiembre, en la plaza de Valladolid, Roca Rey les brindó un toro al escritor y a su actual pareja, Isabel Preysler, quienes le tienen muy buena onda y, a decir del torero, hasta lo han invitado a visitarlos, tomar té y conversar de libros, chicuelinas, portagayolas y medias verónicas. Joaquín Sabina ha llegado a cantar, celebrando con él, que el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno. Calamaro recibió la montera y una faena de rabo por parte del diestro apenas en mayo, la primera vez que intercambiaron alguna palabra. El argentino escribió poco después, en ABC, que a Roca Rey le sobraba “repertorio, torería genuina” y que se jugaba la vida “con arrimones de escalofrío.”
Hasta hace poco, muchas voces acusaban al toreo de estar convirtiéndose en un espectáculo aburrido y previsible. Hasta que apareció este joven limeño de 1.83 m y figura ágil como si fuera un toro entrenado en la bravura. “En el mundo real existen las circunstancias en las que vivimos, normas, leyes, protocolos. En el ruedo, cuando tú estás frente a un toro, te sientes libre porque no hay nada de eso. Para mí torear es algo espiritual, porque es el momento en el que más libre me siento”, dice él. “El cielo sería para mí una plaza de toros con dos entradas vitalicias y un río de truchas al lado”, decía Hemingway.
PASIÓN SANGUÍNEA
Son las 7 de la mañana de un día cualquiera. Mientras el sol empieza a derramar sus rayos sobre la tibia campiña chinchana, una figura apura el desayuno para cumplir luego con una rutina de ejercicios enviada desde España por su preparador físico. Hay estiramientos, hay fuerza, hay velocidad en cada cosa que hace. Por eso, la mañana es eminentemente atlética, parte primera de su preparación. Tras el almuerzo, llega el momento de trabajar la técnica, el estilo, en un entrenamiento de salón. Pero lo fundamental no está ni en la agilidad ni en la destreza. “El 50% del éxito depende de estar mentalizado y concentrado. Sin preparación mental no hay nada”, asegura Andrés, de pie en medio de los prados de su fundo chinchano. Lo sabe perfectamente desde su primer recuerdo. Tenía apenas cuatro o cinco años y jugaba a los toros en el jardín de su casa con sus hermanos mayores, Juan José (30) y Fernando (32), con quienes es muy unido. Entre familiares olés, caiditas casuales, sonrisas cómplices y aplausos maternales, Andrés se imaginaba adulto, en una plaza llena, cargado en hombros. En su mente rozaba la gloria, aunque entonces, en sus juegos infantiles, nunca fuera el torero: siempre fungía de liliputiense y travieso novillo.
Aunque Fernando, su hermano mayor, también es torero y Andrés lo seguía a todos lados de niño, no siempre quiso emularlo solo a él. Su otro hermano, Juan José, es tablista, lo que significa que antes de retar toros el joven que alguna vez soñó ser llamado ‘El Andi’ se deslizaba sobre las olas. Pocos habrían cambiado esa paz por la adrenalina y el suspenso de un ruedo. “A mí me gusta expresar lo que siento delante de un toro. Algunos lo hacen cantando; otros, bailando; yo lo hago toreando. Me gusta el riesgo, me gusta que un toro pase muy cerca, me gusta sentir adrenalina. Es lo que me hace sentir vivo”, subraya Andrés, quien ha recibido ya cerca de 15 cornadas. “Suicida”, le han dicho muchos, y él responde: “Suicida no es la palabra, el valor natural a mi forma de sentir no existe. El valor es sentir miedo y superarlo”. “Asesino”, le han dicho otros, todos los que ven en este rito tradicional la sangrienta ceremonia de una tortura absurda. Él solo les pide respeto. “Así como yo respeto a los animalistas, espero que ellos respeten a la tauromaquia. A mí también me encantan los animales, los perros, los caballos, el toro de lidia y lo respeto muchísimo. Yo creo que nadie respeta o cuida más a un toro como un ganadero, como un torero o un aficionado. Más bien, estoy seguro de que si no hubiesen corridas de toros, la raza del toro bravo no existiría”.
Este domingo, en Acho, Andrés disfrutará tanto del sol como de la sombra, tanto de estar en el ruedo como de oír los vítores desde el tendido. La emoción musical de la orquesta y la aparentemente eterna soledad del silencio marcarán sus nervios como se marca a los toros antes de hacerlos ¿Héroes? ¿Mártires? ¿Estandartes? Su valor, aunque los antitaurinos no lo entiendan, lo encuentra en el toro. También el miedo, la ansiedad, la voracidad, la necesidad de embestir al mundo, de imponer su casta, la certeza de un encuentro con la muerte.
“Me gusta vivir el día a día. No me gusta pensar en el futuro a largo plazo porque esta es una profesión en la que estás exponiendo tu vida tarde a tarde. Creo que no está bien pensar de aquí a muchos años, porque nadie sabe dónde podemos estar de aquí a un tiempo”.
Y agrega: “Si llego a los 80 años, más que dinero, fama o triunfos, lo bonito será recordar todo lo que he hecho… y sentirme orgulloso.” //