Así viven los hinchas peruanos camino a Saransk. (Foto: Rolly Reyna)
Rusia 2018
Miguel Villegas

Hace un año, era titular en el Lobos UAP de México, un equipo que solo metía miedo desde el nombre: finalizado el Clausura 2018, el club del peruano sumó apenas 9 puntos en 16 fechas, nunca salió de la crisis y se fue al descenso. En la selección, además, era suplente: a Aldo Corzo, más que los pies, le bendecíamos los pulmones. La tarde en que Lobos bajó, lloró. Pero al día siguiente nada más, pensó en la revancha. Se entrenó como nadie, recuperó el puesto y fue –por velocidad, potencia y juego– uno de los top tres de la selección en la Copa del Mundo. Fue tan impresionante su nivel que Corzo, el héroe que puso la cara para empatarle a Colombia, no jugó un minuto en Rusia. Y tanto elevó su status que del descenso con Lobos UAP pasó al Rayo Vallecano, de la Liga Española, duplicó su ficha –3 millones de euros según Transfermarket– e instaló de nuevo el nombre del Perú en el torneo más prestigioso del mundo.

Hace un año, era Napoleón: había conquistado el mundo –el Mundial– con un puñado de hombres en los que nadie creía. Su aprobación en las encuestas de popularidad era envidia –98% la más optimista–, pero su nombre aún no despertaba el interés de gigantes del tamaño de Argentina ni se lo postulaba a presidente. En Rusia 2018 decidió que Paolo sea suplente, solo ganó un partido y fue eliminado en primera ronda, pero actualizó en los nuevos hinchas la idea esa del ‘viejo’ fútbol peruano, tan lejana como desfasada, pero tan nuestra. Lo que ocurrió luego fue natural consecuencia: Argentina preguntó por él, Colombia también, pero Gareca volvió. Esta vez, un año después de la clasificación, bajo un clima de guerra que involucra a la FPF, sus cabezas, el Congreso y la FIFA, tiene que remar a contracorriente. “La FPF cambió poco o nada: el lanzamiento de la Liga profesional 2019 podría ser un cambio pero... aparentemente lo único que quieren es que los equipos populares se mantengan en Primera pero no quieren solucionar el tema de la institucionalización del fútbol”, dice Jaime Pulgar Vidal, periodista e historiador. Ahí, Gareca debe ser de vuelta Napoleón.

Hace un año, se volvió uniforme y pijama. Y las tiendas donde la vendían, sitio final de procesiones. Nunca hubo tantas colas en el Perú por algo que no fuera pan o arroz. Desde Umbro nunca hicieron oficiales las cifras comerciales de la camiseta mundialista, pero sí le dieron a Somos algunas pistas: 1) Las ventas totales en la Eliminatoria (2016 y 2017) pasaron el medio millón. 2) La preventa de la edición Rusia 2018 fue un éxito (12 mil pedidos el primer día). 3) Se mandaron a fabricar más de 100 mil unidades del modelo con que volveríamos a un Mundial. Y faltó. No era lo único: para esa fecha, Marathon, el gigante ecuatoriano de deportes, ya había dado el golpe. La camiseta de la selección, esa que nadie se ponía para domingos, desfiles o matrimonios, costaba ahora tres veces más, tras la firma del nuevo contrato. De 700 mil dólares de contrato anual con Umbro pasó a 2,5 millones con Marathon. Su precio en oro.

Hace un año ocurrió una revolución: ahora se podía Hincha en el sentido más romántico, comprar la camiseta, tocar el bombo, hacer la bandera, viajar donde toque. , la primera barra oficial, llevó 50 integrantes hasta Moscú, Saransk, Ekaterimburgo y Sochi. En la maleta, 14 instrumentos que incluían un bombo, murgueros, tarolas, repiques, trompeta, saxo y dos cajones. “El momento más épico en Rusia sin duda fue la caminada en Saransk para el Perú-Dinamarca”, dice Jair Villanueva, uno de los fundadores. Más de 40 mil hinchas peruanos en Rusia que movilizaron 20 millones de dólares, según cifras de CANATUR. La selección se volvió la mejor marca del país, sin más estrategias que una pelota.

Hace un año, el drone de la TV volaba sobre el Estadio Nacional lleno con la voz de Pedro García como banda sonora: “Daniel, mucha suerte hoy. "Tu voz va a quedar en los archivos", le dijo el reportero que más sabe sobre la campaña de Perú. Se lo dijo como una arenga, como un hincha de su trabajo, pero sobre todo como si volviera del futuro, sin saberlo. Peredo –que si algo tenía, era nobleza– le respondió al aire: “Muchas gracias, amigo”. Un año pasó. Y aunque la ley natural no quiso que vaya al Mundial de Rusia, igual lo llevaron. Y aunque ya no pudo narrar el gol de Carrillo o festejar el de Paolo, igual su voz fue banda sonora. Hoy, convertido en libro –es decir, ejemplo–, Daniel Peredo grita los goles de Perú como ninguno. Es lo único que no cambió. //

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