Desde El Chaco, en Paracas, punto de embarque, el B. A. P. Unión parecía una antigua fragata. A medida que nos acercaban en lancha, crecía imponente ante nuestros ojos. Los mástiles del enorme velero rasgaban el viento marino, que esculpía tumbos como montañas sobre lo que unas horas antes había sido un mar quieto.
Ya en su cubierta, los mástiles de más de cincuenta metros lucían como portentos; en ellos, encaramados, jóvenes cadetes lidiaban con velas y cabos, y la fragata que se divisaba desde lo lejos dejó de serlo para convertirse en un mundo de gentes ocupadas, de cabos nunca sueltos, de cables perfectamente tensados atravesando de proa a popa toda la embarcación para darle equilibrio; de toques de pito, de saludos ceremoniosos, de respeto y honores a un Pabellón Nacional que es del tamaño de una cancha de básquet, y de un viaje hacia el Callao que fue, sobre todo, una aventura hacia un Perú anhelado.
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Cada cuatro años, a iniciativa de la armada de Chile, se realiza el evento Velas Latinoamérica, donde participan los buques escuela a vela de la región. Este año, el evento fue auspiciado por la Marina de Brasil y participaron buques de las armadas de Brasil, Uruguay, Argentina, Ecuador, Colombia y Perú. El BAP Unión zarpó del Callao el 26 de diciembre del 2021 y llegó a Río de Janeiro el 13 de febrero de este año, fecha en que se dio inicio al evento. Como parte del itinerario, los buques recalaron en Montevideo, Mar de Plata, Punta Arenas, Valparaíso, Callao y Guayaquil. Velas Latinoamérica busca fortalecer los lazos de amistad y cooperación entre las marinas de la región, así como desarrollar actividades culturales y protocolares en los puertos. En el caso de nuestro país, el objetivo es difundir la marca Perú, junto con Promperú, el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo y Relaciones Exteriores.
En paralelo, la Marina realizó el viaje de instrucción al extranjero de los cadetes de tercer año de la Escuela Naval. Eso con el objeto de que puedan realizar sus prácticas preprofesionales a bordo y llevar al terreno lo aprendido en las aulas: navegación, disciplina y trabajo en equipo.
Antes de llegar a un destino, recalan en un puerto cercano para preparar su presentación al próximo ingreso. Allí es que comienza esta historia, en la bahía de Paracas.
EMPIEZA EL DÍA EN ALTAMAR
Durante dos días (19 al 21 de abril) fuimos testigos de cómo un grupo de personas puede funcionar como una maquinaria perfectamente engarzada, algo imprescindible, teniendo en cuenta que son 250 almas las que viven meses aquí. Casi todos son oficiales y cadetes, pero Jimmy, oriundo de Iquitos, es además el peluquero de la tripulación; Sofi, cirujana dental, le anda curando el absceso a una muela a un cadete; el sastre no deja de anchar y angostar uniformes y cose lo que se rompió durante las arduas tareas a la intemperie. En la lavandería, que no ha dejado de funcionar durante estos casi cuatro meses de viaje, no solo están las lavanderas, sino también los cadetes que apoyan secando los zapatos, empapados de agua de mar, en unos calentadores especiales. En la panadería se preparan alrededor de 400 panes diariamente; y en la cocina, platos peruanos que tuve el placer de comer mientras me contaban cómo había surgido la idea de enviar a los primeros cocineros que tuvo el barco a capacitarse a los mejores restaurantes de Lima: mano de obra gratuita a cambio de aprendizaje culinario.
Jimmy Tello, el capellán, es el guía espiritual de la tripulación. Jorge Malaver, jefe de maniobras, el experto de las velas que al final de la jornada muele manualmente el café que nos invitará. El entrenamiento de los chicos y las chicas con las velas es intenso y andan de arriba abajo, con sus arneses bien puestos, trepando hasta lo más alto. Están los cuatro buzos, listos para lanzarse por la borda, si alguno de ellos cae al mar.
ENTRENAMIENTO A BORDO
A las cinco y media de la mañana pude oír el toque de diana. Los cadetes empiezan a hacer sus actividades, y los panaderos, los panes. A las siete, por el parlante del velero, se anuncia el plan del día, y el desayuno, un poco después. A mediodía, el capellán dice el ángelus y a las nueve y media de la noche, luego de la cena, se anuncia silencio, y se hace.
El primer comandante Roberto Vargas describe con mucha pasión cómo un navío es un fierro inerte si no se le dota de alma. Para eso estuvo la primera de las tripulaciones. Para marcar la pauta de lo que sería el Unión, para estandarizar cómo sería entrenado quien a bordo de él viajara como cadete de la Escuela Naval de tercer año, tanto en las artes de las velas como en las de la representación. Esto último se observa en el primor con que se cuida hasta el último de los detalles. Lo pude comprobar viendo el cariño con que sacan brillo hasta al más mínimo de los bronces. Cuando uno le explica a ese joven cuál es el impacto futuro del evento que se dará en el puerto siguiente, él comprende lo esencial: él mismo representa al Perú, y esas llamitas, ese afiche de Chan Chan, esos piscos y fibras de vicuña que están dispuestas en la sala de recepciones, no son parte de la decoración. Ese trabajo debe hacerse todos los años con cada promoción de cadetes, pues ellos vienen de submarinos, de buques de guerra, de tierra. De nada que se le parezca a este inigualable velero al que querré regresar una y otra vez como al terruño. //
El día a día en el BAP Unión
La marina planifica un viaje de circunnavegación para el 2023 y 2024. Comprende dos etapas: la primera saliendo del Callao hacia Tahití, Guam, Tokio, busan, Shangái, Manila, Singapur y Goa. En la base militar de la Spezia, Italia, harán el relevo a los cadetes, tras más de un año navegando. La segunda etapa comprende Marsella, Barcelona, Casablanca, Palma de Canaria, Miami, Cartagena, Balboa, Manta, Paita y el Callao.