El Hombre Araña. Hulk. Ironman. Mario Bros. Para la oncóloga Luisa Castilla, estos son los personajes más populares entre sus pequeños pacientes, los que más piden ser dibujados y pintados en las máscaras que deben usar para sus tratamientos de radioterapia contra el cáncer que padecen. Ella misma las interviene con pinturas y pinceles desde hace ocho años, convencida del beneficio emocional que estas producen en niños y niñas en su travesía por vivir sanos nuevamente. “Después de semanas, cuando terminan las rondas de radioterapia, se llevan las máscaras a casa. Yo creo que eso suma un poquito de valor y esperanza en el corazón de todos”, le cuenta la doctora a Somos.
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La idea del acto desprendido, motivado por la vocación y el cariño hacia quienes debe tratar en una situación tan compleja, tuvo su germen fuera del país. Castilla estudió Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y después partió a Barcelona para realizar una especialización en radiología radioterápica. Durante sus rondas allá vio cómo algunos pacientes colocan stickers en sus máscaras. Le pareció una buena idea, una aproximación emocionalmente saludable al tratamiento. Sin embargo, ella fue más allá. “Desde niña dibujo y pinto. Me encanta, me relaja. El material del que están hechas me facilita el poder intervenirlas al gusto del niño o niña que viene a la clínica. Empecé y ya he trabajado unas quince en total”, comenta.
La radioterapia es un procedimiento médico que consiste en emplear rayos X u otras partículas de alta potencia para eliminar las células cancerosas. “Cuando hablamos de cómo combatir este mal, usualmente nos referimos a quimioterapias o cirugías, pero la radioterapia también se aplica en un sinnúmero de situaciones a través de un equipo que emite radiación a menor intensidad. Se trata de un tratamiento bien localizado y preciso. Cuando los tumores están en el cerebro o en el cuello, se usan máscaras termoplásticas. Son como unas mallas húmedas que luego se secan asumiendo la fisonomía del paciente. Tienen huequitos que permiten que este respire y vea”, detalla. Estas, usualmente, son blancas o amarillas.
“Un niño me pidió un día que dibujáramos algo y así empezó todo. Yo comencé a sugerir lo mismo en oportunidades posteriores y ahora me solicitan que las pinte. Lo hago feliz porque ayuda a que el niño u adolescente colabore con el tratamiento, que se vaya adaptando. Incluso puede evitar que un pequeñito tenga que ser anestesiado durante las sesiones. Hay que recordar que en cada una —pueden ser hasta 30 a lo largo de seis semanas— se necesita que estén muy quietos, casi inmóviles. Entonces hay varios beneficios”, finaliza la médica. Su historia reboza de amor y vocación de servicio. //
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