Las madrugadas pueden ser bastante largas en su taller. No solo por las agotadoras jornadas que debe trabajar para cumplir con todos los pedidos que recibe, sino porque a veces la jarana comienza sobre su mesa de trabajo. A pesar de los tiempos que vivimos, este 31 de octubre habrá muchas maneras de celebrar el Día de la Canción Criolla. Puedes tomar la guitarra, hacer vibrar el cajón, repiquetear las castañuelas o tararear el mejor repertorio posible, pero quizás nada superará tener a Chabuca Granda, Susana Baca, Óscar Avilés o al Zambo Cavero armando la peña a tu lado. Eso le sucederá a Paul Kevin Herencia Callupe gracias a su talento para convertir a algunos de los rostros más queridos del criollismo peruano en muñecos estilo funko y, en algunos casos, volver a darles vida, ritmo y alegría, entre Fina Estampas, Puentes de los suspiros, Zamba Malatós o Y se llama Perús, sacándole chispas al suelo entre valses, marineras o tonderos rodeados de cervezas, sin ánimo de parar hasta el aguadito de la mañana siguiente. O del siguiente 31 de octubre.
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Todo comenzó una tarde de verano del 2017, cuando Paul, entonces de 26 años, caminaba por el centro de Lima en su tiempo libre. Algunas mañanas trabajaba en un instituto como profesor de inglés y los fines de semana lo hacía como bartender en una discoteca del bulevar de Villa El Salvador, cerca de su casa. A pesar de todo, siempre había querido dedicarse el arte. Entonces, mientras iba por una vereda del Paseo Colón, un curioso cartel llamó su atención: “Devastador, taller de escultura”. “¿Qué clase de taller podía llevar un nombre así?”, pensó entonces, mientras dejaba sus dudas de lado e ingresaba al lugar para pedir información. Instantes después, convencido y alentado por su enamorada, ya era un alumno matriculado en el nivel básico de aquel lugar formativo con nombre catastrófico. Pronto aprendería que el “devastador” es una herramienta indispensable para esculpir tal como él lo hace hoy.
“Taller de figuras fantásticas”, se llamaba específicamente el que llevaría. En solo un mes y medio ya era capaz de hacer un Batman en plasticera, una mezcla de plastilina industrial con ceras y parafinas. Pronto, haría también con sus propias manos al malvado payaso Pennywise, al carismático Deadpool o al temible Venom. Entre sus compañeros había escolares, arquitectos o abogados que el resto del tiempo eran geeks como él, entusiastas de los superhéroes, los cartoons y los animes. No pasaría mucho tiempo hasta que ese talento se dejaría influenciar por la música peruana para darle forma juguetona a sus grandes voces.
La aventura de esculpir
Tras una exposición organizada por el taller “Devastador” en el Real Plaza Centro Cívico, notó el interés de la gente por su trabajo, pues no fueron pocos los que empezaron a preguntarle “si hacía para vender”. “Esa fue la primera vez que me di cuenta de que podía verlo como un negocio. Noté que a la gente le gustaba mucho lo que hacía”, cuenta Paul. “Mi enamorada me puso las pilas. Los dos pensamos que aprender a esculpir figuras podría servirme en algún momento”, asegura. Cuando llegó la pandemia, confirmaría que no sería solo como un hobby.
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Hasta entonces, había seguido dando clases de inglés en el Instituto de lunes a viernes y, durante las madrugadas de los fines de semana, continuaba preparando bebidas en la discoteca. Pero entonces llegó marzo del 2020 y, con ello, el cierre momentáneo de esta y el permanente del instituto, al que le fue imposible adaptarse para brindar clases on line. Paul se quedó sin trabajo. Pero él si sabría adaptarse al futuro.
Desde niño, siempre prefirió los superhéroes, los dragones y otros personajes del cine o el comic por sobre los personajes reales y los dibujaba con destreza. Aquellos fueron también los primeros que hizo para con fines comerciales. A pesar de que eran muy trabajosos, se vendían muy bien. Eso sí, sus muñecos tenían algo en común: sus cabezas eran más grandes de lo usual. “Bueno, a mi toda la vida me han dicho “Cabezón”, debe ser por eso”, cuenta entre risas. Pronto, bautizó su marca en honor a esa “chapa” y a ese estilo de esculpir: Big Head Esculturas.
Ya desde antes de iniciada la pandemia, Paul se entusiasmó con los funkos –otros pequeños cabezones- y decidió hacer uno tomándose como modelo. Bastó subir la foto al Facebook con el resultado final para que sus amigos y conocidos empezaran a hacerle pedidos. “No sabía ni cuánto cobrar”, nos dice, aún sorprendido. “En el taller consideraban a los funkos solo como cabezas cuadradas con ojos redondos, no les gustaban. Pero yo pensé que podían tener muchas posibilidades”. Y tuvo razón.
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El éxito de los cabezones
Pronto empezaron los pedidos de otros muñecos personalizados como el suyo. Sus flamantes clientes le pasaban fotos, le daban indicaciones, coordinaban con él los elementos que llevaría cada muñeco y así empezó a desarrollar un sistema de trabajo. De pronto, empezaron a pedirle no solo “civiles”, sino también rockeros y artistas famosos. Así hizo a Charly García, a Soda Stereo, a Jorge González, al cineasta David Lynch o al genio del Studio Ghibli, Hayao Miyazaki, hasta que un amigo suyo le pidió esculpirle muñecos estilo funko de algunas de las grandes personalidades de la música peruana. Aunque ya mencionamos la alegría que han llevado a su mesa de trabajo Chabuquita, Susana, Avilés y el Zambo, los criollos no son los únicos. Gerardo Manuel, Manuelcha Prado, Chapulín El Dulce, Wilindoro Cacique, Chacalón, Daniel F o Yma Súmac integran también una riquísima galería de personajes -elaborados por Paul Herencia con resina de poliuretano- de géneros musicales distintos. Un trabajo que hace con dedicación, a pesar de que cada muñeco le tome un mínimo de 3 días y pueda tardarle hasta una semana en terminarlo por completo, si tiene accesorios adicionales. “A mí me gusta mucho la música peruana, de todo un poco. Lo criollo, el rock, el punk. Me gusta investigar a cada personaje para hacerlos muy completos”, cuenta Paul. Por ejemplo, para hacer el muñeco de Chabuca Granda buscó información sobre su vida, revisó fotos, vio numerosos videos. “Me pasaba las madrugadas trabajando en el muñeco y escuchando sus canciones. Tal vez alguien piense que no es necesario, pero siento que lo hago mejor así porque me inspira”. Igual fue con Chacalón, Daniel F, Yma Súmac y los demás artistas. Se siente, dice, como el anciano juguetero que repara a Woody en Toy Story 2. Una especie de Gepetto treintañero.
“Cómo es, ¿no? A veces uno necesita un empujón para hacer las cosas que debe. La pandemia fue la que me obligó a concentrarme más en esto y ahora es mi principal fuente de ingresos, me gusta, vivo más tranquilo. Esculpir es lo que me gusta y quiero hacer cosas más novedosas y superar nuevos retos”, nos dice Paul Herencia, quien recuerda cual fue, a pesar de todo, la entrega de trabajo más emocionante que ha tenido. “Un amigo me pidió un muñeco después de que murió su perrito. Según una foto que me pasó, lo hice a él y a su mascotita le puse alitas, como un angelito. Cuando estaba por terminarlo, me dijo que había guardado sus cenizas y me consultaba si tenía algún problema en guardarlas dentro del muñeco antes de sellarlo y terminarlo. Aunque al principio me pareció un poco extraño, luego me di cuenta del inmenso cariño que mi amigo le seguía teniendo a su perrito. Hasta ahora me manda las fotos de cómo luce”.
Aunque muchas veces lo ayuda su hermana, Paul acepta hoy que necesita ayuda, porque se pasa todo el día trabajando en su taller para cumplir con los pedidos. A estas alturas, se volvió ya un maestro en el fino arte de usar el devastador. De hecho, aún guarda el primer muñeco que hizo, aquel Batman de plasticera que lo comenzó todo. Quizás en las noches, cuando Paul apaga las luces de su taller y sube a su cuarto a descansar, Batman vence su usual parquedad y se une a Chabuca, Susana, el Zambo o Avilés para jaranear otras noches que no sean solo la del 31 de octubre. Quizás, aunque aparentemente inofensivos, sus ‘cabezones’ viven un amanecer y una fiesta constante. Solo lo sabremos si llevamos alguno a casa.
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