Carlos Zanabria era corresponsal de El Comercio en Arequipa en abril del 2011, cuando le llegó el dato de que dos turistas se habían perdido en el valle del Colca. Lo cierto es que entonces no le prestó mucha atención al asunto. Por esos días andaba zambullido en los pormenores de una protesta por el proyecto minero Tía María y la antesala en la región de las elecciones generales -que terminó ganando el ex presidente Ollanta Humala- . Apuntó, pues, en su libreta y dio aviso a la redacción de Lima. De hecho, lo mencionó al final de una llamada telefónica, casi de refilón. No había forma de que anticipara que aquella se iba a volver la cobertura más importante de su carrera periodística. El caso de la desaparición de Ciro Castillo-Rojo en el valle del Colca, que siguió exhaustiva e imparcialmente durante 20 meses, tan solo estaba empezando.
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Diez años después, el curtido hombre de prensa comparte con Somos relatos personales derivados de su experiencia en el seguimiento de la historia que tuvo en vilo al país, trabajo por el cual, además, ganó el Premio Padre Urías que otorga anualmente el decano en la categoría a la mejor cobertura. Ello a propósito de que el 26 de octubre se cumple una década desde que las autoridades certificaran que el cuerpo hallado días antes en las inmediaciones del nevado Bomboya pertenecía al de Ciro Castillo-Rojo García Caballero.
Finalmente, no se trataba de turistas quienes se habían extraviado. Eran dos universitarios, el joven de 26 años y su pareja, Rosario Ponce López (24). Ambos, estudiantes de ingeniería forestal de la Universidad Agraria de La Molina, fueron vistos por última vez el 31 de marzo del 2011 caminando desde el distrito de Madrigal, en la provincia de Caylloma, hacia el distrito de Tapay, en el valle del Colca. Ella sería encontrada el 13 de abril desnutrida y en estado de shock, sin embargo de él no se sabía nada. Ponce alegaría luego que, en determinado momento del periplo, ambos se separaron y que ella no lo volvió a ver. Familiares, rescatistas y pobladores buscaron por meses a Ciro sin éxito. El padre del muchacho, quien cobró protagonismo en las labores de rescate, denunció penalmente a Ponce por homicidio en julio de ese año. Luego que este fuera encontrado en octubre, la investigación del caso continuó por un año más. Este tuvo una repercusión enorme en la opinión pública y en los medios de comunicación. Se armaron teorías y pesquisas interminables por tratar de saber qué es lo que realmente había pasado. Finalmente las autoridades determinaron que no había sido empujado, sino que había caído accidentalmente al abismo de 900 metros donde se lo encontró.
Carlos Zanabria estuvo en cada momento clave de la historia.
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Si algo distinguió la cobertura de Zanabria fue la cercanía que logró tener con las familias de ambos jóvenes. La imparcialidad en sus reportes hizo que estas confiaran siempre en él para declarar o anunciar decisiones y acciones. No se trató de una relación de amistad en ninguno de los casos, pero sí de respeto y empatía para con las dos realidades que afrontaban. Y es de esa forma, con unos y con otros, que la memoria le lanza de forma vívida capítulos del caso muy poco conocidos por la mayoría.
LADO A: ROSARIO PONCE Y UNA CONDUCTA PECULIAR
“Yo conocí a la mamá y al papá de Rosario por casualidad. Estábamos en Chivay los primeros días, buscándolos. Muchos periodistas ya habían regresado a Lima, pero junto a un colega de Latina nos los encontramos tomando desayuno en un hotel. La madre no quería hablar con la prensa. ‘Qué te voy a decir, solo quiero hallar a mi hija, cuando lo haga, hablamos’, me dijo. Luego, ese mismo día, la policía nos llevó en helicóptero a sobrevolar la zona y en el trayecto se nos informó que habían dado con Rosario. El jefe de la policía aérea y el jefe policial de Arequipa, quienes estaban con nosotros, dan aviso a sus superiores y yo aviso automáticamente a la redacción en Lima. Mi segunda llamada fue a la mamá de Rosario”, detalla el hoy jefe de la Oficina de Imagen Institucional de la Universidad Nacional San Agustín de Arequipa.
Fueron finalmente las autoridades quienes le dieron la grata noticia, pero el gesto del periodista quedó en el recuerdo de María del Carmen López. “Como minutos antes habíamos tenido aquella conversación, ella luego me diría: ‘tú me has devuelto a mi hija’. Después, bueno, no pudimos recoger a Rosario en el helicóptero porque era imposible aterrizar, a ella terminaron sacándola de la zona de Madrigal como 12 horas después a pie. La ubica personal de la policía de alta montaña”.
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Tras ser asistida en Arequipa, Ponce vuelve días después al Colca porque, según dijo a las autoridades, ella recordaba el lugar donde había perdido contacto con Ciro. “Para entonces ya todo era una telenovela. Habían periodistas de todos los medios destacados en Arequipa, 24 horas. Es ahí que empiezan las fricciones entre ella y la prensa. Pasa que Rosario tiene una característica muy especial, y es que solía reírse de todo. A mí me parece que hasta era una cuestión nerviosa. Cuando veía a la gente tendía a sonreír, era como un gesto permanente. Pasaba lo mismo cuando declaraba, entonces quedaba la sensación de que era una villana, de que no se conmovía ante la desaparición de su novio. Y empezaron las suspicacias: ‘¿por qué apareció ella y Ciro no?’ Se tejieron miles de historias”.
La primera entrevista que Rosario concede al periodismo nacional es a Zanabria. Ocurrió en un hotel del valle. Él se encontraba, entonces, con el reconocido fotoperiodista Rolly Reyna, quien trabajó en El Comercio por décadas. Este último viajaría un sinnúmero de veces a Arequipa durante la búsqueda de Ciro que tomó ocho meses. Junto al redactor, y en reiteradas ocasiones, ambos subieron y bajaron las quebradas en grupo y solos; al amanecer, al anochecer. Con burros cargando los equipos, a veces únicamente con sus recias espaldas.
Luego ambos la entrevistarían en su casa de La Molina. “Recuerdo mucho esa visita porque sucedieron dos anécdotas. Una se dio cuando la mamá, involuntariamente seguro, hizo una broma un poco oscura. Rosario nos enseñaba cómo operaba cierta función de su cámara fotográfica que permitía que esta tomara una foto sola (se llama ‘timer’). Eso porque durante la caminata con Ciro se tomaron muchas imágenes de la misma manera. Se especuló que ellos no habrían estado solos, sino que los acompañó una tercera persona, que presuntamente había tomado las fotos. Luego se comprobó que no. Bueno, ella nos iba mostrando con poca pericia cómo se hacía cuando la mamá bromeó: ‘Ay, Rosario, siempre haciendo caer todo’. Rolly y yo solo atinamos a mirarnos...”. Después, recuerda Carlos, ambos mencionaron que debían programar una comisión al Misti, a buscar un adoratorio inca. La universitaria oyó la conversación, y como si no hubiese vivido una experiencia traumática en la montaña les dijo: “Uy, llévenme. Los acompaño, suena muy bien”. “Lo que sucede también es que la fama, buena o mala que obtuvo, la aisló del mundo. No podía verse con nadie, ni salir de la casa, entonces cuando los periodistas la buscaban sentía que era gente con la que podía conversar”.
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La fuente principal para Zanabria, dice él, era en realidad la madre de Rosario. Lo que no significó que tuviera acercamiento con otros miembros de la familia. “Pasaba algo también. Toda la atención estaba enfocada en el sufrimiento de la familia de Ciro. Pero la familia de Rosario también tenía problemas. Alguna vez conversé con el papá de Rosario en Arequipa y me contó su historia y no la habían tenido fácil. Rosario se había escapado de la casa, quedó embarazada muy joven... cada familia tenía su propio drama”.
Esta imparcialidad con los dos lados involucrados al reportear el caso harían a Carlos merecedor del respeto de sus colegas, como así se lo hicieron saber cuando este viajó a Lima para cubrir el entierro del joven en octubre del 2011. Entonces, ante su llegada a la sede de El Comercio en el centro de Lima para redactar la nota desde ahí, escuchó un improvisado pero sentido aplauso de toda la redacción.
“Rosario, como sabemos, quedó absuelta de culpa en la investigación que se le siguió por presunto homicidio. Ella, que tenía un pequeño hijo, se casó luego con el hijo de su abogado. Vive en el Perú, según tengo entendido”.
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LABO B: LA FAMILIA DE CIRO
Lo que a Zanabria le llamó la atención de entrada respecto de la familia de Ciro, fue lo tradicional que podía ser. “El padre, doctor puneño, había emigrado a la capital para trabajar. Su esposa, la típica amorosa y abnegada madre de tres muchachos. Los chicos que estudiaban para salir adelante. Podía ser la familia de cualquiera”, cuenta. “Habían, también, detalles que llamaron mucho la atención los primeros días: Ciro tenía dos apellidos compuestos. Rimbombantes. Su madre se llamaba también Rosario, como la otra involucrada en la historia, y la fiscal de Chivay que llevó el caso. Parecen cosas irrelevantes, pero son más poderosas de las que uno puede pensar para el público, eso se queda en la memoria colectiva”. La historia de la familia feliz que buscaba a uno de sus miembros, luego, se convirtió en una que exigía justicia. “Esta ahora se enfrentaba a otra que tenía un poco más de plata, la familia de Rosario, una chica castaña que vivía en La Molina”.
El periodista, con el tiempo, se hizo también muy cercano -no amigo- al padre del joven, don Ciro Castillo-Rojo Salas. Él cobró un gran protagonismo en la historia porque hizo hasta lo imposible por encontrar a su hijo, aún cuando las autoridades ya habían relajado en la búsqueda.
“Habían pasado ocho meses y ya no estaban los ‘topos de México’, que terminaron siendo unos charlatanes, por lo que papá Ciro había contratado a unos chicos que trabajaban en una empresa de limpieza de lunas de edificios que se llamaba Soluciones Verticales. También participaba en la búsqueda el reconocido rescatista Eloy Cacya. ¿Cómo encontraron el cuerpo? Ellos habían tratado de hacerlo con coordenadas GPS a partir de una investigación de la policía, que se había quedado casi una semana en la zona donde Rosario y Ciro durmieron por última vez. Se ensayaron todos los caminos posibles que pudieron haber tomado desde ahí para ver dónde pudo haberse caído. Bueno, lo encontraron. Nosotros habíamos estado con ellos ese día, los dejamos y pero nos regresamos con las mismas por la noche. Con Rolly salimos a Chivay. Luego tendríamos una de las mejores fotos, periodísticamente hablando. Los rescatistas cargando un cuerpo en una canastilla y de fondo el cañón del Colca”.
Tras la recuperación del cadaver, este es llevado a la morgue y a la Catedral de Arequipa. Luego, en el traslado a Lima, a Zanabria le consiguen un pasaje en el mismo vuelo en que viajaba Ciro padre. “Al día siguiente, en el entierro, yo asisto con terno. Porque tengo esa costumbre. La policía, como me había visto todo el tiempo junto a la familia en el periplo, piensa que soy uno más y me deja cerca de ellos. A los demás periodistas los repliegan. Los Castillo-Rojo nunca me apartaron tampoco”.
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