Cerca de dos horas toma llegar de Lima a Chancay, la pequeña ciudad que desde noviembre será el punto de partida de una nueva ruta de la seda que unirá Asia con Sudamérica. A pesar de los trabajos de infraestructura que se realizan en sus vías principales, este lugar nos recibe con la tranquilidad propia de un distrito con apenas 70 mil habitantes. Lo primero que hacemos es ir a la bahía para observar de cerca el megapuerto, una obra que en sí misma se ha vuelto una atracción para los visitantes.
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Javier Chávez, un joven chancayano de 20 años, se acerca para ofrecer un paseo en chalana alrededor del nuevo puerto por diez soles. Es su manera de ganarse unas monedas para costear sus estudios. “Han venido unos barcos de China que son impresionantes. Nunca se había visto algo así por acá”, nos dice. Sobre la construcción que tenemos enfrente, comenta que, en general, el pueblo chacayano tiene sentimientos encontrados. “Al principio, mucha gente se oponía, esa es la verdad. Pero luego se dieron cuenta de que era imposible oponerse, porque supuestamente es algo que nos va a beneficiar a todos”.
Los pescadores de la zona piensan igual. Ángel León (47), un hombre que se dedica a este noble oficio desde hace 30 años, nos dice que ya no es posible pescar en algunas zonas del megapuerto. “Ahorita, solo hay pura chauchilla y lorna. El pescado ya no entra como antes”, cuenta. Mauro López (77), expescador, dice que está a favor de la obra, pero le preocupa que no se cumplan todas las promesas, como la construcción de colegios y hospitales y una mayor presencia policial. “Durante tres años, han dinamitado la zona y se han rajado varias casas, que hasta ahora nadie ha subsanado”, explica. Representantes de la empresa Cosco Shipping, sin embargo, han manifestado que brindaron ayuda a los damnificados.
Otro factor que ha puesto en alerta a la población es el incremento de la delincuencia, a causa del tráfico de terrenos. “En estos últimos meses, han venido sucediendo cosas muy fuertes. Hubo secuestros, asesinatos, desapariciones. Chancay siempre ha sido un lugar tranquilo, pero la sensación de inseguridad ha aumentado notablemente”, nos dice Kelly Odar (30), una joven pintora y muralista que ha intervenido cerca de 20 espacios públicos en su ciudad. “Todos queremos progreso, pero lamentablemente ocurren estas cosas que terminan generando temor en todos nosotros”, afirma.
Ante estas distintas problemáticas, el alcalde de Chancay, Juan Álvarez, solicita más apoyo del Gobierno Central. “Desde la municipalidad, estamos gestionando reuniones con diversas instituciones y ministerios para darle tranquilidad a la población. El chancayano ha puesto de su parte para que esta obra se construya, pero no está viendo resultados palpables que le favorezcan”, sostiene. “Queremos que Chancay sea reconocido no solo por su puerto, sino también como un lugar para el comercio y el turismo, que son dos ejes fundamentales para el crecimiento de nuestra jurisdicción”, concluye.
AQUEL PUERTO BONITO
En este territorio, entre los siglos XII y XV, se desarrolló la cultura Chancay, que luego fue integrada al Imperio Incaico. Varios de sus vestigios y restos arqueológicos se pueden apreciar en el museo de sitio de la ciudad, ubicado en la misma Plaza de Armas, una de las más grandes del Perú. La ciudad como tal fue fundada recién en 1562, por encargo del virrey Diego López de Zúñiga y Velasco. Desde entonces, este valle ha sido epicentro de producción agrícola, principalmente de caña y algodón.
Aquí, además, se construyó el impresionante Castillo de Chancay, entre 1924 y 1935, sobre un acantilado rocoso. Su creadora fue Consuelo Amat y León Rolando, bisnieta del virrey Manuel Amat y Juniet, el mismo que se hizo famoso por sus amoríos con Micaela Villegas, más conocida como La Perricholi. Hoy en día, sus descendientes se encargan de administrar esta edificación de estilo medieval, que se ha convertido en una de las atracciones más concurridas del país, con cerca de 600 mil visitantes al año.
“En la década del noventa, este castillo estaba abandonado. Para su remodelación, se tomaron en cuenta los planos originales para poder conservar su estilo”, nos dice Juan Barreto Boggio, nieto de Consuelo. Hace cinco años, el Castillo de Chancay pasó de ser un centro turístico convencional a un parque temático cultural. Dentro de este mismo lugar, se han construido réplicas de monumentos históricos de las culturas griega, egipcia, hindú, entre otras, donde nos recibe un actor disfrazado que representa a esas civilizaciones para hacer más lúdica la experiencia.
Como no podría ser de otra forma, la fantasía medieval está muy presente. Los visitantes pueden disfrazarse de reyes y princesas, en un entorno que mágicamente los transporta a un capítulo de “El señor de los anillos” o “Juego de tronos”. Como parte de las atracciones, se han rescatado artes milenarias como la cetrería y shows con aves rapaces que interactúan con el público. “Lo que buscamos también es sacar al niño que todos los adultos llevan dentro. La idea es volver a sorprendernos de las cosas. Dejar de poner como excusa que uno va a un sitio por sus hijos, sino que va por uno mismo y, de pasada, también por sus hijos”, nos dice Juan Francisco Barreto, quien, junto a su padre, dirige este espacio. “Actualmente, y a mucha honra, nos llaman el ‘Disney peruano’”, complementa.
Entre sus novedades, lanzaron hace un mes el Castillo Jurásico, una colección completa de fósiles originales de dinosaurios. Y, hacia fin de año, tienen planeado presentar el Club del Castillo de Chancay, donde aquellos que se hagan socios podrán ingresar las veces que quieran y tener beneficios exclusivos para el uso de sus instalaciones, que además tiene un hotel cuatro estrellas y cuatro restaurantes temáticos con la más variada oferta gastronómica.
UN BIZCOCHO LEGENDARIO
Los que nacimos en Lima hemos vivido engañados. En nuestro viaje a Chancay, recién supimos la verdad. El chancay original no es ese bizcocho cuadrangular que se suele repartir en las fiestas infantiles o en las chocolatadas de fin de año. Es, más bien, redondo, esponjoso y de buen tamaño, mucho más grande que cualquier pan tradicional. Tiene un toque dulzón que hace que sea imposible comer solo uno. Según nos cuentan, mantiene la misma forma y sabor desde que se preparó por primera vez, en 1883.
El creador de esta delicia fue el panadero chancayano Manuel Santa Cruz. Su preparación no es un secreto: se hace a base de harina de trigo, levadura, azúcar y huevo, y se aromatiza con semillas de sésamo y anís. Tras la muerte del patriarca Santa Cruz, la receta pasó a manos de sus hijos y luego a sus nietos. El encargado de mantener vivo el legado de su abuelo es don Lorenzo Santa Cruz, un hombre que hasta hoy sigue elaborando este tradicional panecillo, de forma artesanal, junto a su esposa y sus nietos, en su casa ubicada en la cuadra cuatro de la avenida Ayacucho.
“Para mí y toda mi familia es un orgullo mantener viva esta tradición que empezó con mi abuelo y continuó con mi padre. Cuando las cosas se hacen con amor, salen bien hechas. Y eso es lo que yo siempre hago, además de agradecerle a Dios por darme salud para poder seguir con este legado”, nos dice don Lorenzo, quien cada día produce un promedio de 1.200 bizcochos. “Ahorita la situación está un poco complicadita, pero no queda otra que seguir dándole”.
Con varias bolsas de pan chancay en la mano, enrumbamos hacia la carretera para nuestro retorno a Lima. Nos despedimos de esta ciudad amable, generosa y de gente con un sentido de pertenencia que nos hace ver que Chancay es más que su megapuerto. //