Bomba en Fox Sports, rebote en Olé, análisis en ESPN. Christian Cueva recibió un llamado desde el móvil personal de Diego Maradona y, de lo poco que se sabe de la charla, le pidió jugar para su equipo. Se debe sentir lo mismo si en Navidad te llama Papá Noel. Fuera de las formas o las condiciones, y sobre todo de los presentes -Cueva no tiene club hace 5 meses y Maradona es Maradona-, Cueva necesita jugar. Que esté en el radar de alguien que lo hacía como ninguno es más que una noticia. Es premio a la vigencia.
Christian Cueva nació el 23 de noviembre de 1991, Huamachuco, La Libertad. Pronto cumplirá 30 años. Nació así, con esos ojos saltones y esos dientes pelados que distinguen a los hombres felices. En la barriga pateaba duro, como si de esa fuerza dependiera hacer un gol. Quizá es la única señal que, tantos años después, los padres del volante mundialista con la selección reconocen como señal divina pese al diagnóstico de los médicos: en la familia se esperaba una niña. Igual con los años en el fútbol, Christian Cueva se convirtió en una vedette.
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Cueva hace rato dejó de ser Cuevita y eso es un halago. También pressing: ya fue el mejor futbolista peruano en una Eliminatoria a partir de esa cara mezcla que tanto bien y tanto mal nos hace: el futbolista que nació futbolista. Es bueno y se sabe bueno. También lo reconocen otros, fuera del país. En estos días también lo llamo Juan Sebastián Verón, ídolo y presidente de Estudiantes, el rival clásico de Gimnasia. Ya lo adoraba un país -el Perú- tras su campañón con el equipo de Gareca, del que es rostro, juego y gol. Ahora lo quiere La Plata, una ciudad entera.
El gran problema es que en La Plata no hay plata. Al menos en Gimnasia. Según el medio De La Tribuna, en charla con dirigentes del Lobo, es difícil. Para el periodista argentino que más sabe de Gimnasia LP, Facundo Ache, “económicamente imposible, aunque el interés está”. Y quienes conocen a Maradona saben que es capaz de convencer a quien quiera; incluso de hacer resucitar.
¿Qué le conviene? Jugar. Elegir un club competitivo donde esté cómodo y dónde encuentre los privilegios que activan en él sus notables condiciones. En la selección no lo quería nadie y Gareca lo eligió para darle las llaves de su equipo. Tanto Pachuca (3 partidos), como Santos (16 en 2 años), lo trataron como lo que también es, un empleado, y allí Cueva perdió fuego, espacio e incluso alegría, clave para seguir. ¿Qué nos conviene a nosotros? Que juegue. Que recuerde que no tiene suplente. Que se deje de cosas y acepte entre las opciones que tiene en el fútbol argentino que, por si no lo recuerdan, todavía es el fútbol argentino.
Los sueldos los arreglan los empresarios, correcto. Pero una sola palabra de los futbolistas que los contratan, basta para cambiar dólares por fortuna.
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