La mayor fiesta que se haya visto en Lima fue un gran baile cuya suntuosidad fue germen de un malestar que derivó, a los pocos años, en una guerra civil. Esa celebración apoteósica que marcó el siglo XIX e hizo colapsar a las mejores sastrerías de la ciudad, ocurrió en 1853, en una hacienda justo afuera de las murallas de Lima, conocida como la Quinta Victoria.
Como escribió Ricardo Palma, aquella fue una jornada de contrastes, en la que los viejos ricos de la aristocracia colonial se encontraron con los nuevos ricos del boom del guano y con la clase trabajadora de mestizos y afroperuanos que los servía, separados todos por el muro invisible de las castas. El baile fue organizado por Doña Victoria Tristán, esposa del entonces presidente Rufino Echenique, y anticipó de alguna forma las complejas dinámicas sociales del distrito que emergería en ese mismo suelo, 67 años después.
Un 2 de febrero de 1920, en honor a la antigua propietaria de esas tierras, se fundó el distrito de La Victoria, con la idea de que fuese una urbanización de viviendas económicas para obreros y empleados de Lima. Pronto, el lugar crecería y daría cobijo al tan mentado “crisol de razas” peruano: ahí estaban inmigrantes como los italianos D’onofrio y Dasso o japoneses como los Miyasato y Furukawa, estaban los gitanos y también los primeros migrantes andinos, que llegaban hasta La Parada y se instalaban en sus cerros.
Hoy La Victoria es un polo comercial dinámico y el hogar desde hace varias décadas de una nueva clase empresarial limeña, cimentada en la venta de abarrotes y de textiles, como los llamados ‘reyes de la papa’ y los ‘príncipes de Gamarra’. Todos, dueños y empleados, han convertido con su trabajo incansable al distrito en uno de los diez con mayor recaudación del país.
Pese a ello, La Victoria tiene todavía muchos problemas por resolver, los cuales la hacen arrastrar los pies cuando se trata de obtener progreso. La informalidad, la delincuencia, las drogas, las calles rotas es lo que manifiesta cualquier vecino cuando se le pregunta por qué cosas se debe mejorar. Como sea, un victoriano se las ingenia para ponerle buena cara a todo y sobrellevar sus tareas con alegría. Y con música.
“Me acuerdo las fiestas en las que había salsa dura y música criolla”, dice la cantante Daniela Darcourt, que pasó los primeros 23 años de su vida como vecina de la cuadra 5 del Jr. Lucanas, en El Porvenir. Hace poco se ha mudado a Lince, pero al barrio baja a cada rato a visitar a su mamá. “En estas calles he jugado, he saltado, hacíamos campeonatos de vóley, jugábamos pichanguita y luego nos íbamos a la tienda de don Carlos a tomarnos unas ‘pirañitas’ [gaseosas]. Los victorianos tienen una calidez especial, adoptan al de afuera y lo hacen sentir parte. La Victoria para mí es sinónimo de unión y comunidad”.
Como dice Darcourt, en La Victoria la música está en la identidad del vecino. Lo arrulla desde que nace y es parte de su educación sentimental. En sus calles se erigen símbolos como el Centro Musical Victoria, donde tocaba Óscar Avilés; o el Callejón del Buque (no confundir con la barrioaltina Casona del Buque), de la cuadra 3 de Luna Pizarro, que fuera hogar de la legendaria Valentina Barrionuevo. Ella fue una institución de la cultura criolla y afroperuana por su personalidad, su cocina y las fiestas que armaba en su peña. El distrito ha cobijado a todas las expresiones musicales, desde la cumbia de Chacalón, que se forjó mestiza en los cerros San Cosme y El Pino, hasta la salsa de la orquesta Camagüey.
EL DISTRITO DE LOS PEQUEÑOS EMPRESARIOS
La Victoria es conocida por su actividad económica, la del mercado de La Parada y el emporio de Gamarra, separados apenas por unas cuadras. Un personaje célebre ahí es Diógenes Alva, que vivió en la cuadra 5 de Parinacochas y cuya biografía ejemplifica el temperamento del distrito. Él, que empezó barriendo pisos en Gamarra en los años 70, se tornó en empresario exitoso a punta de levantarse temprano, para trabajar y progresar, como cantaba Chacalón.
“La forma de que La Victoria despegue es que todos trabajemos juntos; eso solo se va a lograr cuando las autoridades y los empresarios se pongan de acuerdo. A veces me da lástima porque tenemos grandes parques como El Porvenir, que se desaprovechan porque no los ordenan. El victoriano es solidario y ayuda a sus vecinos. Solo pide que lo dejen trabajar”, afirma Alva.
UN RECUPERADO ORGULLO VICTORIANO
Con tantos problemas citados, como la delincuencia y las mafias que hace unos años nomás escalaron hasta la cúspide misma de la cadena –el sillón municipal–, muchos victorianos han crecido con una suerte de estigma que incomoda y del que cuesta librarse. La presentadora de televisión y empresaria Gisela Valcárcel, que vivió hasta los 18 años en la cuadra 15 de Sebastián Barranca, recuerda con pena cómo a los 14 años aprendió que no era bien visto decir de dónde venía. Se dio cuenta de que pertenecía a un distrito de olvidados.
Entonces, no siempre decía que vivía en La Victoria. Prefería quedarse callada. “Hoy puedo decir con orgullo que todo lo que aprendí, lo aprendí ahí. La Victoria me enseñó a pelear. A pelear con los puños, porque nosotras éramos cuatro hermanas y teníamos que defendernos solas. Me encanta el sabor que La Victoria, como barrio, ha puesto en mí. A ella le debo el temperamento que tengo. Me encanta decir que soy una mujer que sabe bajar a la volada de un bus”.
En el Palacio Municipal, el alcalde George Forsyth comparte una impresión similar a la de Valcárcel. “Antes nos miraban como el patito feo, ‘uy, tú eres de La Victoria’, decían, pero ahora estamos juntos trabajando para recuperar el orgullo victoriano. El distrito está tomando la importancia que merece y ya no solo hace noticias por escándalos de corrupción, sino por buenas cosas”.
Forsyth, que llegó al sillón municipal en momentos en que se desarticulaba la mayor mafia que hayan visto los vecinos (que le valió amenazas de muerte), reconoce que la suya es una comuna quebrada. “Debemos 680 millones de soles, y aun así el 2018 aportamos a la caja del Estado 2.800 millones de soles. ¿Y sabes cuánto de ese dinero recibimos de vuelta, por el Foncomun? 4 millones. Somos como la gallina de los huevos de oro. Pero se llevan los huevos y no le dan de comer a la gallina. ¿Qué están esperando? ¿Qué se muera la gallina? Arreglar una sola pista, como el jirón Humboldt, puede costar 15 o 16 millones. Nuestro presupuesto anual de pistas es de 4 millones”, dice.
Del temperamento victoriano, Forsyth señala su predisposición natural a estar alegre ante las peores adversidades. Este 2 de febrero, los victorianos celebrarán así, con un gran juergón que unirá a los vecindarios de Matute, el Barrio Obrero, el Barrio Magisterial, El Porvenir, Balconcillo, Santa Catalina, Gamarra, La Parada, Apolo, Mendoza y a sus cerros, y que contará además con la presentación de la bandera más grande del país: 54 metros de altura y un inmenso pabellón de 495 m2 que parecen hechos a la medida del esfuerzo y los sueños de sus habitantes. //