Tal como sucede en Karate Kid, la historia personal del sensei Eduardo Salas Pooley, o Wayo Salas, arranca con un caso de acoso escolar. Si se contase una película sobre su vida, esta iniciaría con el día en que el niño Wayo despertó de un sueño intranquilo y descubrió un mechón blanco decorando su cabellera negra. Ese encanecimiento sectorizado lo convirtió en el punto de las burlas. “¡Ahí está el zorrino!”, se carcajeaban al verlo pasar. Le decían peores cosas también y siempre en grupo, que es como suelen herir más las bromas.
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