Autor de la nota espera la llamada del Minsa para poder retirarse la máscara o dejárselo 14 días más.
Autor de la nota espera la llamada del Minsa para poder retirarse la máscara o dejárselo 14 días más.
Oscar García

En el consultorio para sospechosos de de esta clínica se comprueba una vez más aquello que sostenían los físicos, y el mismo Marcel Proust, sobre las propiedades elásticas del tiempo. Sin nadie con quién hablar, reloj o celular que sirva de medida temporal la espera solo desespera. Ingresé aquí hace ¿dos, cuatro horas? Llegué a la clínica a las 10 de la mañana y ya convertí en origami todos los vouchers que acumulaba en el bolsillo. El siguiente insumo, si nadie me detiene, serán los tres panfletos médicos que recogí en la puerta, cuando pensaba que me iría en una hora. Entonces llega el médico.

(Debido a la llegada del coronavirus al Perú, El Comercio ha decidido mantener liberadas todas sus notas de servicio público referentes al tema. )

Me gustaría decir que estoy aquí como reportero pero no: hoy soy solo un sorprendido paciente al que, luego del triaje de rigor, los médicos le han colocado, de inmediato, una mascarilla por seguridad. Por su seguridad, no la mía, se entiende. Nada que reprochar ahí, salvo notar el estigma que acompaña ser legítimo portador de ese pedazo de tela. Las máscaras en el universo semántico de un hospital, y no en la huachafería urbana que se ha impuesto en estos días, son solo para uso del personal médico y para potenciales sujetos de contagio. Y yo bata de doctor no llevo puesta. En la sala de emergencia, mientras aguardo pase a la consulta, la gente mira con recelo. Cómo culparlos si te ven y se alejan pronto de ti.

Como no hay cura para el resfrío o gripe, lo natural es tratar los síntomas con ciertas pastillas (paracetamol) y descansar.
Como no hay cura para el resfrío o gripe, lo natural es tratar los síntomas con ciertas pastillas (paracetamol) y descansar.

CÓMO EMPEZÓ TODO

Hago memoria de cómo llegué a este punto. Recuerdo que salí de mi casa a las 9:30 a.m. y le dije a mi novia que regresaba en una hora, porque necesitaba un opinión médica para la tos y el dolor de garganta que me había acompañado todo el fin de semana. Un dolor como el que te deja la ingesta de un jugo de piña mal licuado. Eso era todo. Solo con síntomas de resfrío común o gripe el MINSA recomienda quedarse en casa pero tocaba ser responsable. No tenía fiebre, dolores musculares intensos ni respiración agitada. Nada que temer. La batería del teléfono indicaba menos de 30 por ciento: suficiente para el plazo que estimaba. Ese era el plan original, un chequeo y a otra cosa, pero como bien decían en Parásitos, a la vida no le importan tus planes. Lo supe cuando llegó el momento del triaje en la emergencia.

- ¿Tiene tos seca o con flema?

- Seca.

- ¿Ha tenido fiebre?

- No. Tampoco me he tomado la temperatura. Recuerdo que me sentí bastante acalorado el otro día en el avión. Me sentí mucho mejor cuando se abrieron las puertas...

- Entonces, ¿ha estado en otros países recientemente?

- En Chile, toda la semana pasada. Fui a un evento con periodistas de varios medios de Latinoamérica y…

- ¡Por favor, póngase esta mascarilla!

Algo así fue. Una cosa que recién te enteras tras la histeria universal que se ha desatado por el coronavirus es que sus síntomas, muy similares a un resfrío común o una influenza, varían de paciente en paciente. Puedes tener fiebre o no tenerla y estar totalmente asintomático, y ello no es garantía absoluta de que estés sano. Lo mismo pasa con muchas otras cepas de virus de gripe que llegan de forma estacional o viven en uno, como residentes malignos a la espera de un bajón del sistema inmunológico para empezar a actuar. En mi caso, el hecho de provenir de un país como Chile, así tengamos casi el mismo número de infectados de coronavirus, es una alerta, más si alternaste en el evento con colegas de otras partes del globo. En Santiago a todos lo que llegamos a su aeropuerto nos tomaron la temperatura. A mi vuelta a Lima nada similar ocurrió.

MASCARILLAS, HISOPOS Y MÁS

Volvamos al consultorio. El doctor se presenta bastante amable con su mascarilla y tras la charla de rigor me indica lo que ya sé: que hay un posibilidad de que se trate de algo más y que eso es suficiente para que se me someta a un descarte, a cargo del Instituto Nacional de Salud, previa notificación de la clínica. A estas alturas, todavía no soy consciente de que en Italia han cerrado todas sus fronteras, nada menos que un país entero en cuarentena por el COVID 19. Al cabo de otro larga espera, acaso de una hora (cómo saberlo), llega el ocupado profesional del INS, vestido con un traje y una suerte de escafandra que recuerda a los científicos de la NASA que se llevaron a E.T. Empieza la prueba del hisopado, indispensable para el descarte.

El primer hisopo te rasca el fondo de la garganta como si procurasen desatorar un conducto atascado. Una acción invasiva incómoda si bien breve. Igual nada comparable a la toma de muestra de fosa nasal, hecha con lo que parece ser la versión extrema y recargada del clásico hisopo de oreja. Es un objeto tan largo que casi sientes que te están escarbando el cerebro por un par de segundos que se sienten como treinta. La respuesta natural al procedimiento es una grandísima invitación al estornudo, que hay que luchar por contener para no exponer al enmascarado que tiene una agenda de visitas por hacer. Todo el trámite dura entre 2 y 5 minutos. Con las mismas, el médico de la clínica regresa para recomendarte lo que temías: una “cuarentena” preventiva de tres días en casa -perdónese el sinsentido- hasta que lleguen los necesarios resultados.

Es difícil llamar paranoia a la preocupación generalizada por una enfermedad que se extiende a la velocidad del coronavirus, con un brote surgido en China solo hace unos meses. Sí, la prevalencia de dengue en el Perú es terrible (veintidós muertos en todo el 2020). Y es verdad que enfermedades derivadas de una gripe común matarían a más personas este año que el COVID-19 -que recién se descubrió en diciembre-, pero relativizar el auge de una enfermedad por su número potencial de víctimas mortales es una forma falaz de ver el tema, por no decir inhumana. La estadística dice que solo un 2% de los infectados de COVID 19 perderían la vida a causa de este. Igual sigue siendo un número global altísimo de perdidas, muchos de ellos adultos mayores, que se pudieron prevenir si atendiésemos a las medidas de precaución de las autoridades.

¿DEBEMOS ESTAR ASUSTADOS?

El truco estaría en encontrar un balance entre el alarmismo -que en otros lados han derivado en casos de xenofobia contra personas asiáticas- y la tendencia contraria, que parecería más bien minimizar al extremo los alcances de una pandemia que tiene preocupada a la Organización Mundial de la Salud. Todavía más si esta llegase a explotar en países en vías de desarrollo o con sistemas de salud públicos vulnerables. El comediante John Oliver, que se hace la pregunta de arriba ha creado un gracioso catálogo de cuatro pasos para enfrentar este problema: 1) No seas racista, con este tema o por regla general. 2) No uses mascarillas si no estás enfermo. Hay gente que sí la necesita. 3) Sigue con atención los consejos de las autoridades de salud y 4) Lávate las manos. Regularmente.

En casa todos estamos en observación. Mientras esperamos la llamada del MINSA con los resultados de la prueba, que puede durar hasta 24 horas, se impone organizar el mundo interno en pos de un improbable pero no imposible escenario de enfermedad.

LO QUE ESTOY HACIENDO EN CASA

Lo primero es reforzar la higiene. Usar mascarilla todo el tiempo -que es un reto por el calor de estos días- para no exponer al resto. Echar a lavar toneladas de ropa, ropa de cama y más. Abrir las ventanas para ventilar la casa, porque nada más falso que los cuentos de las viejas que tienen temor a las corrientes de aire. Otro pasos: lavar y separar la vajilla por persona y lavarse las manos con jabón por más de 20 segundos, según recomendación del ministerio de salud, y con alcohol puro de uso externo de cuando en cuando. Solo eso queda y comprobar una vez más lo lento que transcurre el tiempo, cómo se malea y estira como un chicle cuando más quieres que ya sea mañana. //

Mañana, Óscar García realizará una segunda entrega de esta bitácora.

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