El autor de la nota cuenta que su perfil hipocondríaco es algo que viene desde niño. (Foto: Pixabay)
El autor de la nota cuenta que su perfil hipocondríaco es algo que viene desde niño. (Foto: Pixabay)
Luis Jaime Cisneros

Como periodista, busco historias y las comunico. Como hipocondríaco, vivo pendiente de mi salud y suelo imaginar males que no tengo. Robustecí ese perfil desde niño -periodista e hipocondriaco, una combinación no poco usual y casi siempre inconveniente- pues crecí en una casa atestada de libros, entre ellos diccionarios de medicina, fármacos y enfermedades, y con un padre filólogo y médico frustrado (pero esa es otra historia).

Al día veo pasar por mi pantalla al menos medio millar de despachos noticiosos generados en los cinco continentes. En un 90% de casos los ignoro y en el 10% restante mi lectura suele ser muy somera, salvo que una palabra me enganche. Y eso fue lo que ocurrió en enero pasado, cuando leí sobre un brote de una rara neumonía que arrasaba con la ciudad de Wuhan, epicentro de esta suerte de película de terror que nos tiene ahora como actores de reparto. Lo primero que se me vino a la mente fue el ascensor al que subo todos los días para ir a trabajar. Su capacidad es de siete personas, de las cuales tres son casi siempre chinos. Seguí usándolo y mantuve una compostura casi británica, hasta que un día vi a uno con mascarilla. Empecé a subir por las escaleras, aterrorizado. Alegué que quería caminar 10.000 pasos al día, como sugería mi teléfono chino Huawei. Luego medité: Wuhan está lejos. Y rememoré el grito de guerra de Siniestro Total: “Ante todo Calma”, que durante años lucí en mi camiseta amarilla en los 90.

El resto es historia conocida. El brote se convirtió en pandemia, 183 países están afectados, más de 26.000 muertos y 550.000 contagiados. Y ahora vivo envuelto en un mantra diario: gel alcohólico, guantes de látex, mascarilla, gorro, lavado de manos 20 segundos, un redoxon efervescente en el desayuno, dos cucharadas de polen a media mañana, una cucharada de aceite de sacha inchi con el almuerzo, una copa de vino tinto para la cena y un guiño cada noche a una estampa del Señor de los Milagros que me regaló mi abuela paterna hace 50 años.

Desde que leí que entre los principales síntomas del nuevo se hallan la tos y la fiebre, confundo carraspera con tos y sudor con fiebre.

Muchas veces me he preguntado si acaso este trastorno somatomorfo, esta interpretación errónea -y convicción, mas no delirio- de que tengo una enfermedad grave tiene cura. Los psicólogos están de acuerdo en que ante un evento estresor fuerte, los hipocondriacos nos percibimos más vulnerables y más amenazados que otros. “Es importante que los miembros de la familia entendamos su problema y no realizar acciones o comentarios que lo lleven a percibirse vulnerable”, explica Paul Brocca Alvarado, psicólogo clínico y consultor en temas de depresión y ansiedad. (Quizá si dejo de perseguir a mi esposa todas las mañanas -con un termómetro en la mano- para que se cerciore de que no tengo fiebre podría ella mostrarse más comprensiva). “Tampoco es recomendable saturarse con información ni revisar a cada momento las noticias. Mientras más trata de escapar de su angustia, más lo va a perseguir”. Íbamos tan bien…

"No te angusties, los hipocondríacos no están amenazados por los virus, por el contrario: están protegidos contra los virus", advierte mi psicoterapeuta desde su teléfono celular. La lectura de un texto clásico como El enfermo imaginario puede servirte, acota, pero sabe sobre todo que el consejo de visitar a un médico puede ser el más eficaz para voltear, por ahora, la página de esta recurrente y asfixiante obsesión. Para esto no hay paracetamol que valga.

Es en estos momentos en que echo de menos la voz ronca del poeta Toño Cisneros, hipocondríaco superlativo de la familia, que ya me hubiera recomendado síntomas o lecturas (y hasta hospitales, ya que él tenía una relación de sus hospitales favoritos). Y, por cierto, la voz cálida del médico de cabecera de la tribu, mi padre, que llegaría con su paso apurado y su carraspera para seguirme la cuerda y examinarme antes de dictaminar: son gases.

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