En el Okey puede entrañarse una de las razones del éxito de Daniela Darcourt. El archiconocido restaurante del barrio victoriano de El Porvenir es, un poco, su infancia comiendo pollo a la brasa con sus papas fritas gigantes. Su adolescencia yendo a comprar chaufa con alguna de sus cinco hermanas o con su mamá Felita. Pero sobre todo su juventud, siendo ya una megaestrella de la salsa en el Perú, cayendo ahí con sus músicos en la madrugada, después de un sábado lleno de conciertos. Eso hasta no hace mucho. El Okey, así como el hacer barra sin falta en cada Mundialito o irse de compras a Gamarra, son el origen, la raíz, la familia. La esencia. Aquella de la que está orgullosa y que defiende a capa y espada. De ahí que miles la sigan, porque es la chica chambeadora y con esquina con la que ellos se identifican. La que, al momento, tiene la historia con final feliz. La de la mujer que vino de abajo y se hizo sola a punta de puro talento. Todo eso, claro, acompañado de otro poderoso motivo: su excepcional voz.
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