Jorge Chávez Noriega

Bajo la última luz de la tarde, viendo como un grupo de niños ‘pichangean’ en la cancha de su barrio, en San Martín de Porres, Sandy Dorador Inga (Lima, 1990) recuerda el difícil proceso para convertirse en futbolista. Tenía seis años cuando descubrió su pasión por el, pero sus hermanos mayores –es la antepenúltima de diez- se negaban a jugar con ella.

“Desde niña tuve que luchar contra el machismo”, cuenta Sandy. “Felizmente hoy se está rompiendo con la idea de que las mujeres no podemos jugar fútbol”.

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A los 13 ingresó al club JC Sport Girl y jugó su primera Copa Libertadores. A los 15 fue convocada a la selección absoluta. “En esa época todo era muy amateur”, comenta.

Sandy jugaba en torneos donde podía recibir como premio una vaca, que luego el equipo vendía para repartirse el dinero. Un buen día, durante uno de esos partidos, se descompuso. Fue al médico y le dijeron que estaba embarazada. “Tuve que alejarme un tiempo de las canchas”.

Pensó en retirarse definitivamente, pues Uziel, su pequeño hijo, conforme iba creciendo, le demandaba más tiempo. Pero en 2019 le llegó una propuesta irrechazable: Alianza Lima, el club del que ella y su familia son hinchas, quería que forme parte de sus filas. “Mi hijo estaba súper emocionado. Él fue quien me animó a firmar”.

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El último fin de semana, ambos hicieron realidad un sueño: por primera vez, el equipo femenino jugó de local en la cancha de Matute y allí estuvo Uziel para gritar los dos goles que Sandy anotó. “Estoy muy orgulloso de ella”, sostiene el adolescente de 14 años, uno de los pocos peruanos que puede decir que su mamá es futbolista profesional. //

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